La poesia y los días

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La escritura hija de los días. La que inventa al día, le da sentido y sustento y la que los días crean a su imagen y semejanza. Toda imagen que conmueva, que desordene los sentidos y sea capaz de convocar al desasosiego, al diálogo interior que es justificación de todo autor. La palabra que sobrevive, y en consecuencia, se distingue de la otra endeble, que cae al piso como hojas desmayadas. Posiblemente tendrá cabida otra tentativa: La que no provine de la experiencia personal; sino de la que se hace colectiva, nos elige de morada pero que nosotros no vivimos y llega como un eco de otro tiempo.

Ese será el acento de esta escritura, de allí su virtud y tragedia. No defenderemos ni una ni otra.

Frente a lo cotidiano y su contrario, habita el asombro; en este caso, la palabra que está por escribirse. No fumamos de lo concluido...

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jueves, 29 de diciembre de 2011

No es nada, son los medanos

Medanos de la soledad. Foto: Elisur Emilio Lares Bolívar
La ausencia de hoy se manifestó en canciones de pájaros. Asistí donde tú sabes se me puede encontrar. O cualquiera de mis amigos te dirán donde ando. Soy menos optimista. Las imágenes que traje del mar se perdieron en el trayecto. Me quedan las del río de mi madre. Llegó un momento en que no quise hablar, cosa extraña en Miguel. Salí de mí y escondí debajo de la mesa y dejé que aquel momento de vida me dejará en paz y en mi puesto. Entré sin ser notado. Me asustó lo hablado, la seriedad del tema y nuevamente me retiré a mi escondite. Apelé a mi libreta de apuntes y el sueño escrito dio flores.
La ausencia de hoy fue menos áspera, menos dolorosa, más endeble.
Dibujé tu rostro con todos los mínimos detalles, con todos sus alrededores, sobre una playa amplia, de cielos despejados y sol tibio. El oro de la arena era el mismo de las burbujas del vaso de cerveza.
¿Al cuál rostro me refiero?
Al que palparon mis amigos esta mañana cuando te vieron.
Al que imaginé cuando me escribiste un año después sin verte diciéndome que me quieres.
¿Cómo es tu rostro ahora?
Suponer es muy difícil en este trance. Si es otro, no es por orgullo que no te salude; es porque no te conozco.
Ese, el otro que dibujé en el río, es el que me persigue, con el inconveniente de ser uno y otro a cada paso, a cada cambio de lugar...
 Traje polvo del camino de tierra de San Fernando hasta Los Algarrobos… hasta Achaguas, hasta El Baúl ¿dónde mientan Guanarito, dónde?
La Biblia del tormento la conocí por ti. No conocimos el sosiego, la calma. Nunca un término medio: el amor profundo o el disgusto.
Dara, pájaro vaco y matapalo, tengo para el patio de tu casa.
Playita, Palmares del Igüés, Sabana morocha de Zanja de Lira, Sabana del pie de Mata Oscura y el garcero que aplaudimos en Potrero del Jobero, son apenas restos del viaje, los viajes… siempre uno hasta la llanura de adentro, donde yo puedo preguntar por ti. ¿Te recuerdas como te ensimísmate la vez aquella frente al Paso real de la Candelaria? A la altura del Yagual, por la primera entrada, margen izquierda, nació mi amor por la catira buena moza, pero ella jamás se entusiasmó por el Arauca, agua abajo… Ella jamás me quiso como yo lo deseo.
Una rayita de tristeza en el semblante, como sangre del crepúsculo casi flor de apamate, se te corrió del labio.
¿Aún recuerdas que te gustó lo del matrimonio en la Iglesia de El Baúl?
Sobre las ruinas del Pao contemplamos una pelota redonda de sol rojo. Los güiriries en cambote, se dirigían hacia Hato Piñero.
Puedo aguardarte, ahora mismo en La Simona, cerca del Pao. O si lo prefieres en Arismendi.
En los palmares de caño de Igüés, descubriremos un atardecer sin antecedente.
Si soy yo, el que debe elegir, te espero del caño de Cotayo, en adelante, en cualquier sitio, bajo cualquier rapio de sol.
No es nada; son los medanos. O el sinsonte en la ventana de mi cuarto.

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