La poesia y los días

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La escritura hija de los días. La que inventa al día, le da sentido y sustento y la que los días crean a su imagen y semejanza. Toda imagen que conmueva, que desordene los sentidos y sea capaz de convocar al desasosiego, al diálogo interior que es justificación de todo autor. La palabra que sobrevive, y en consecuencia, se distingue de la otra endeble, que cae al piso como hojas desmayadas. Posiblemente tendrá cabida otra tentativa: La que no provine de la experiencia personal; sino de la que se hace colectiva, nos elige de morada pero que nosotros no vivimos y llega como un eco de otro tiempo.

Ese será el acento de esta escritura, de allí su virtud y tragedia. No defenderemos ni una ni otra.

Frente a lo cotidiano y su contrario, habita el asombro; en este caso, la palabra que está por escribirse. No fumamos de lo concluido...

APUNTES IDEAS EJERCICIOS Y CRÓNICA DEL MÁS LARGO VIAJE DE LA UTOPÍA

martes, 11 de septiembre de 2018

ELEGÍA AL LUGAR MÁS BONITO DEL MUNDO, A LA MUERTE DE MI PADRE

Miguel Brill y Mary Brill. Hotel Central. San Carlos, estado Cojedes, 2010

Un adiós no son las pencas de las palmas agitadas
No es la retirada absoluta
—Uno jamás se va del todo. Deja más de lo que se lleva 

Padre decía: 
a la espalda, el peso de la casa, el abismo profundo
de la herida perenne, el rastro, la sombra tatuada en el camino

—el paisaje de adentro convocará al de afuera
los sonidos del monte se agitarán en la memoria
escucharás a los árboles mencionar tu ausencia

el rayo que se le cayó al horizonte
parece el río que cruza mi existencia
Ese trazo pesa demasiado, padre

—en lo adelante, tendrás las ganas de volver
pero tampoco regresas por el temor de encontrar ocupado tu puesto
asediado por este deseo esa será la marca de tu rostro

—permanecerán intactos los olores del pasto
la sequía de la tierra cuarteada de los bajíos
y el sol encogiendo la sombra

la mancha oscura del cielo posándose
como un boquete en lo que abarca la mirada
y una procesión de verdes acorralando la sed

el mismo cielo y sus azules inagotables
el mismo pasto y sus verdes coronados de amarillo
el peladero y los astros en la noche y la astilla de la aurora

Y los fantasmas rondando la casa del espíritu
Y el espíritu de la infancia agazapado
en la espera propicia de asomarse

—Por el cielo, padre, tuvimos la primera vista del mar
Éramos niños cuando regresó del cuartel el hijo del renco Briceño,
Y nos habló del mar, los barcos y los puertos

—La tierra nuestra esta encajonada en siete ríos
—Cuando yo dije que quería ver las gaviotas y los puertos
al día siguiente mi abuelo me llevó al Capanaparo

del bolsillo del viaje sacó el deslinde con los Briceño
—No son de aquí. Llegaron huyendo de la guerra…
Nosotros también la perdimos menos la tierra de mis padres

No cedimos a Gómez ni a los otros bandidos
desbaratamos la cerca de los Maldonado
al dividir en dos el patio de los Laurelitos

—Junto a aquel rapio de sol
queda Ojo de Agua, ¡ay Miguel! la gracia del cielo…
¿lo ve?

se maneaba el ganao porque la tierra se hacía pequeña
y las aves se congregaban en rebaños,
en tablones de distintos colores

sobre los verdes de los árboles y los verdes del pasto
y entre ellos el hilo de agua…
los peces se ensartaban en el pico de las aves

—De aquí no se sale intacto…
El que pisa al cajón de Arauca es uno y otro…
No es una elección entre una mujer y un caballo

Se reconoce en la voz. Es una voz… la mirada que invita a decir
Cuando mirada y decir son uno.
Toda voz alude un lugar.

—Este de abajo, un médano;
aquella mirada ojo de candela en marzo…
el sitio donde el horizonte flechó a tu padre

—la soberbia del llano entero,
sí , hijo, el moro charco azul, es tuyo.
No busques a tu padre en otra parte

Y otra vez los caballos…
Y mi abuelo sobre el mogote casi doblado,
como si sorteara a un pelo de alambre, casi convencido de mi partida,

me rogaba.
—El regreso es una cosa grande
que debo tener miedo de la ciudad

que allá en la ciudad debo aprender hasta caminar
—no pierda la tierra, hijo, me decía mi abuelo
La mirada del desprecio es más peligrosa que un cuchillo

—¡son los cuchillos que se clavan en el alma!
cuando consonantes y vocales en los oídos
te recuerdan que el suelo que pisas carece del abono de tus antepasados

—sí te vas, al roce de la tristeza te rondará las ganas del regreso,
y cuando regreses te sentirás de más
Conserva la tradición de la familia

honra el ejemplo de tu padre y asomate al espejo de su dolor
te dejó casa y una madre dócil a tu palabra... que vive para tu palabra
entiende a tu padre, se fue detrás del olor de la tierra

en cada verde de la sabana, los verdes de la verde Inglaterra
alguna colina de quiebre de los páramos de Yorkshire,
y la hondura de padre y madre apretándole la garganta

pero sí es mucho el antojo, dame un tiempito
para acostúmbrame a tu partida,
Que te vea y no cuente con Ud.

Haga familia aquí mismo
el horizonte, la sabana, los ríos,
 el camino, la noche, la entrada y el cabeceo de las aguas

el lucero solitario y la luna sobre el Apure
Los mil caminos que llevan a un mismo sitio que es el llano
Eso no lo ve Ud. en otra parte. Pero si ya nada lo detiene,

que su sacrificio sea esa canción
que declare lugar más bonito del mundo
aquél donde se nace…


Miguel Pérez

martes, 4 de septiembre de 2018

AUTORRETRATO

Miguel Brill
(Inglaterra, 1931, oct. 29-2018, septiembre 2)


(Tercera Visita al Hijo. San Carlos, febrero de 2010)


—Yo trabajé once años en los hatos de aquí
entre 1953 a 1964
abordé un barco en Liverpool y me vine
y cuando menos lo esperaba
sin más preámbulo que un movimiento de acomodo en la silla
lo lanzó sobre la mesa del hotel Central —aquí en San Carlos
 delante de su esposa y de mis hermanas
—ESOS FUERON LOS MEJORES AÑOS DE MI VIDA
A mi madre la conoció en San Pablo Paeño

Ahora, rondando el siglo y esquivando los golpes de la vida
preside el selecto grupo “Los Venezolanos”
que una vez al año se reúnen en cualquier sitio del Reino Unido
—a comer bien y a hablar pendejada.
Llevan 46 años viendo la película
de los hombres de veinte que fueron
 al pasitrote del caballo de la sabana
en su apuesta por alcanzar el cielo

Cuando a mi padre le hablan de llano, él habla de Apure
Mejor que yo conoce al Guárico, Barinas y Portuguesa
Sabe donde comienza y termina la soledad del llano
Vio construir la represa de Calabozo
y supervisó el paso de ganado a nado en Puerto Miranda
Me pidió que lo llevara a Las Vegas y me dio fuerte
verlo suspirar frente a la Puerta Negra de El Charcote
Se quedó paralizado viendo el horizonte
—Por allá quedaba el camino hacia el Baúl
y por aquella vuelta se asomaba la luna
—por ese claro nos íbamos al llano
Me habló de Guadarrama y de Arismendi
y el río Arauca le salió del pecho
como una carga alojada en el alma
de esas de las que nunca dejan de acompañar al hombre
de las que apenas se asoman pero no salen
porque si salen se vacía la vida
y comienza el regreso antes de tiempo a la nada

Mi padre maneja un vocabulario de hato superior al mío
pero él y yo somos uno a la hora de conversar
el té del llano
nos paseamos dichosos por esta tierra que sabemos de memoria
ante el asombro de mis hermanas
que no pueden viajar de esta manera con mi padre
Los he visto paseado por las colinas verdes de Yorkshire
Y no es que yo las envidio: —se ve a leguas
que al rostro de mi padre no lo alumbra el sol de los mejores años de la vida

cuando encontramos a Demetrio por los lados de Solano
y nos detalló los nacientes del río Cojedes
mediante un mapa que pintaba en el suelo
encauzado por el brote de sus palabras
se hicieron amigos y elogió la inteligencia del hombre

¿Qué tendrá esta tierra que continua atormentado a mi padre
como una piedra de centella alojada en el alma?
No sé. Después de esta confesión
Mejor nos entendemos. Desaparecieron las fronteras
y me entregó mi herencia

Mi padre y yo somos idénticos a la soledad del llano
Pero anoche se echó a dormir y aun no despierta
—Lucy llorando me lo acaba de decir—
¡Caramba Padre, este palodeagua me mojó los huesos!
Me tiemblan los pelos, la camisa y los zapatos
—Tenga fundamento, frente al llano ningún hombre puede sentirse solo
                                                                                                                         Miguel Pérez