La poesia y los días

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La escritura hija de los días. La que inventa al día, le da sentido y sustento y la que los días crean a su imagen y semejanza. Toda imagen que conmueva, que desordene los sentidos y sea capaz de convocar al desasosiego, al diálogo interior que es justificación de todo autor. La palabra que sobrevive, y en consecuencia, se distingue de la otra endeble, que cae al piso como hojas desmayadas. Posiblemente tendrá cabida otra tentativa: La que no provine de la experiencia personal; sino de la que se hace colectiva, nos elige de morada pero que nosotros no vivimos y llega como un eco de otro tiempo.

Ese será el acento de esta escritura, de allí su virtud y tragedia. No defenderemos ni una ni otra.

Frente a lo cotidiano y su contrario, habita el asombro; en este caso, la palabra que está por escribirse. No fumamos de lo concluido...

APUNTES IDEAS EJERCICIOS Y CRÓNICA DEL MÁS LARGO VIAJE DE LA UTOPÍA

Ciudades de Cojedes: El San Carlos de Manuel Arbrizo


RETRATO Y COMPRENSIÓN DE LA CIUDAD GODA
Si Colón descubrió a América, como se dice, creo que a Manuel Abrizo, dentro de cien años, se le atribuirá la hazaña de destapar, o encontrar el San Carlos de Austria que la realidad mantiene oculto. Efectivamente, el total de sus piezas fotográficas, corresponden a uno de los instantes de existencia a comienzo del siglo XXI de la ciudad de San Carlos. ¿Quién de los que la habitan dejó testimonio semejante para la posteridad? ¿Quién la describe así dentro de sus encantos y sin salirse de un lenguaje digno de aquellos? ¿Quién de primero dijo que la ciudad es así como nos la reconstruye Manuel Abrizo? Nadie habla de lo que no conoce. La creación divina primeramente existe en el verbo. La humana será el resplandor que las cosas o la materia deja en los sentidos. El asombro existe pero está reservado para quien elige de morada. En 39 años jamás la vi tan agraciada como en estas imágenes... O sencillamente Manuel descubre la ciudad que borra la cotidianidad, la que el ruido, el comercio y el calor mantienen secuestrada. La que el alcalde, por ignorancia o codicia, deja morir de mengua. La que el “hombre libre”, alienado, sin más escapatoria que el mercado, donde él no es más que una mercancía, un recurso, obligado a vivir dentro del vivac de las necesidades, sin posibilidad de trascender otra orbita, la de la realización plena; le resulta indiferente.
Ahora andaré más despacio por sus calles y atento a todos sus alrededores. Iré a sus suburbios y de allí traeré otra manera de ser, otro testimonio de las huellas que quedaron sobre el camino. ¿Y tal como ahora en lo que va de siglo XXI, no repetía el XVIII el contraste entre la “casa grande” y la “pequeña”, o entre la mampostería y bajareque? Hasta ayer no más, en los hatos de la “Compañía Inglesa”, en las sabanas de Apure y de Cojedes, se le decía “Casa blanca” a las que albergaban a la representación patronal. Más allá, la del capataz, y más allá, las de los peones.
Del San Carlos del siglo XVIII, o para evitar confusiones, de la Villa de San Carlos de Austria, no se conoce físicamente como eran las casas de los indígenas, los pardos, los negros y blancos de orilla. De esa diversidad dejó constancia las cifras del obispo Martí en su visita pastoral a esta tierra. Un poco más de noción se tiene del modelo de las viviendas habitadas por los blancos peninsulares y los blancos criollos. Son el símbolo de su poderío, del lugar que ocupaban en la sociedad. Acontece en la ciudad, el mismo despojo violento que patentiza el caso Venezuela: lo verifica una lectura desapasionada de la “distribución poblacional”: El negro y el indio condenado a vivir en franjas y orillas, permanentemente asediados, hostigado por el terrateniente y hombres de negocios. Además de la discriminación racial, la de clase: el asentamiento campesino, las zonas de las residencias de los obreros, las urbanizaciones de los profesionales y la de las altas exclusividades.
Del testimonio de Federman acerca de su incursión a la franja del territorio que hoy pertenece al estado Cojedes (no abarca su totalidad), sabemos de “una aldea sita a milla y media del río. Todas sus casas de pesquería están en la orilla del agua y allí hacen sus mercados, porque la nación de los Caquetíos, que habitan en ambas orillas del río, les compra su pescado a cambio de frutas y otros alimentos; pues la nación de los Guaycaríes es solo pescadora y señora del agua. Ambas naciones viven pacíficamente entre sí porque una necesita de la otra, pero cada una ocupa lugares distintos”. Ese río según Federman era el “llamado Coaherí”. Él habla de “un valle entre dos montañas a lo largo del gran río llamado Coaherí”. González Segovia sostiene que es la primera noticia escrita por un europeo sobre el río Cojedes, como se llama hoy en día. El año de la incursión del alemán es el 1530.
¿En qué se diferenciaba la casa de los Caquetíos de la de Guaycaríes?
¿Dónde vivían los esclavos? ¿Cuál era el lugar de los se sublevaban y abandonaban a su dueño? ¿Cómo eran sus casas? ¿Cuándo pisaron tierra del hoy estado Cojedes? 
Ha dicho Rodolfo Quintero: “La etapa que vive [una] ciudad puede definirse objetivamente analizando sus recursos básicos: sus técnicas de producción y su organización social. Si éstas son atrasadas se encuentra en una etapa inferior, y si son avanzadas la ciudad vive en una superior dentro de la escala de evolución social”. He allí “sus formas organizativas y la dirección de su desarrollo”. Ello contiene “relaciones fundamentales, internas y externas” necesarias de precisar.
Esta muestra fotográfica de Abrizo, expresa el rancio abolengo de nuestra ciudad. Esta son las casas de la "ciudad mantuana" que dice el antropólogo Argenis Agüero. O "esos bonitos caserones del siglo XVIII que nos dejaron las grandes familias del mantuanaje" como lo escribe Mariano Picón Salas. La que antes de alcanzar su status de ciudad conoció Joseph Luis de Cisneros y en su "Descripción exacta de la provincia de Venezuela" (1764), nos dice de ella:
La villa de San Carlos de Austria es una de las más hermosas fundaciones que tiene esta provincia; está situada en los llanos, en una mesa alta, llana, vistosa y muy alegre, a orillas del río Tirgua, con cuya caudalosa vertiente se fecundan sus dilatadas campiñas; sus aguas son sanas, aunque algo gruesas; el clima es cálido y seco: en el verano son los soles muy ardientes, mucho el calor a pesar de las recias brisas del nordeste, que soplan con increíble furia; la planta es hermosa; las calles, largas, anchas y derechas; sus edificios, regulares; la iglesia, hermosa, de fábrica moderna y muy bien adornada; la plaza, espaciosa y bien delineada; tiene teniente de gobernador, alcalde y ayuntamiento; la mayoría de sus vecinos son isleños; los productos son hatos de ganado vacuno, y hay vecino que tiene dos o tres; y son de tan crecido número que llegan a treinta y cuarenta mil cabezas. Las crías de yeguas son muy numerosas, de modo que hay hombre que no sabe las que tiene; hay hato que pasa de quinientos caballos de servicio; tienen gran cantidad de mulas.
Los esquilmos del ganado vacuno han enriquecido a sus moradores. Yo me he hallado muchas veces en diferentes hatos, en los que he visto hacer todos los días diez arrobas de queso de veinticinco libras cada arroba, sin dejar de hacer mucha manteca. Las mulas que les crían son numerosas; las jóvenes les sirven para la conducción de este producto a la ciudad de Caracas y Puerto Cabello, y también para vender porciones para la molienda de los trapiches de caña, que hay en el restante terreno. 
Conducen sus ganados a la ciudad de Caracas, a Puerto Cabello, a la ciudad de San Felipe, a la ciudad de Coro y tienen comercio con toda la provincia. Hay gran consumo de géneros y víveres; pasará de cincuenta mil pesos; por las campiñas despobladas de los llanos se introducen a esta jurisdicción los contrabandistas, que salen por los llanos de la ciudad de Barcelona, y otros que se introducen por los ríos navegables, con lo que abastecen de muchos afectos a sus vecinos.
Sus límites son dilatados, porque lindan por la parte del norte con jurisdicción de la ciudad de Nirgua y ciudad de San Felipe, por la parte del sur, con el río Apure y el gran Orinoco; por el oriente, con la ciudad de Valencia y villa del Pao; por el poniente, con la ciudad de Barquisimeto y villa de Araure; y tendrá de latitud ciento treinta leguas; de longitud noventa, todo tierra llana y sabanas, que hacen horizonte, de modo que se necesita de brújula para cruzarlas, además de que hay hombres tan prácticos en ellas que no necesitan ningún instrumento.

Ochenta y seis años de fundada tiene la villa de San Carlos de Austria, cuando Cisnero publica su “descripción exacta de Venezuela”, pues como queda a salvo del debate librado en torno de la fundación de San Carlos, ésta se llevó a cabo un día del que no se tiene noticias de 1678.
¿Qué de estos caserones y templos que presenta Abrizo pudo conocer Cisnero?
De acuerdo con Agüero y su texto “Monumentos históricos de San Carlos” (2007), tan solo la que hoy conocemos como Catedral de San Carlos, la iglesia de la Inmaculada Concepción, comenzada a construir en 1719 y posiblemente concluida en 1748. En su inventario de la Villa, Cisnero contabiliza una iglesia: “las calles, largas, anchas y derechas; sus edificios, regulares; la iglesia, hermosa, de fábrica moderna y muy bien adornada; la plaza, espaciosa y bien delineada”…
El parte de Cisnero, nos obliga a concluir que la actual ciudad de San Carlos, ocupa solamente un parte del extenso territorio que le perteneció a la Villa de San Carlos de Austria. Este, sumado al de la Villa de San Juan Bautista del Pao, representa la extensión que hoy conocemos por Estado Cojedes. 
A cuarenta y tres años después de la descripción de Cisnero, un francés que conoció a Gual y España —se discute si también a Miranda— y que se carteaba con Alejandro Petión, el general Dauxion Lavaisse, que en 1807 recorrió diversas partes de Venezuela, y al presentar el informe de la Villa de San Carlos, reconoce que “es muy bonita”, ésta que Cisnero llamó “todo tierra llana y sabanas, que hacen horizonte” que es una expresión que sabe a Gallegos:
San Carlos, es una pequeña villa fundada por los primeros misioneros de Venezuela. Está situada a orillas del pequeño río Aguire o Aguare [los editores de la edición venezolana, enmiendan la plana: Tirgua es el río que pasa por San Carlos] y según los geógrafos españoles, por los 9º 20’ de latitud. El río desemboca en uno de los afluentes del Apure.
Los habitantes de ese distrito son la mayoría originarios de las islas Canarias y tienen la fama de ser laboriosos y trabajadores. Cultivan todo lo que es necesario para su alimentación; es decir, maíz y las raíces del país, así como el café y el añil; pero su riqueza principal consiste en los rebaños. Es una villa muy bonita, que tenía más de 15.000 habitantes en 1807 [pareciera un poco exagerada]. San Carlos está a sesenta leguas al sudoeste de Caracas y a veinticinco del lago de Tacarigua.

Así está escrito en “Viaje a las islas de Trinidad, Tobago, Margarita y a diversas partes de Venezuela en la América meridional”. Su primera edición data de 1813. (Dauxion Lavaisse, 1967: 233).
El punto común de ambas descripciones viene dado por: La villa es muy bonita (a Cisnero le parece “hermosa”); el predominio de Isleños y la multiplicación de los rebaños. Pero en ese trayecto la Villa cuenta con lo que nosotros conocemos como: Residencia de los gobernadores (en 1773 aparece registrada como propiedad del isleño Andrés Domínguez), Iglesia San Juan Bautista (1776), La casa del coronel Teodoro Figueredo (data registro de 1779), La Blanquera (1782), La Casa de los Figueredo (entre 1780-1785), La casa Consistorial (construida “entre 1787 y la llegada del nuevo siglo”), Casa del doctor Francisco Hernández (se sabe que en ella nació su hijo el general Domingo Hernández en 1802), y la iglesia Santo Domingo (cuya nueva construcción comenzó en 1802 y finalizó en 1807. En el año anterior se demolió la edificada en 1781). En total, ocho inmuebles, de los cuales cinco eran casas “de alto”, lo cual no puede entenderse como las únicas que existieron, sino las que hasta ahora lograron sobrevivir al paso del tiempo y del mal gusto del apetito comercial. Se sabe que al lado donde funcionó el restaurant “El Charcote”, casa del coronel Teodoro Figueredo, existió una casa de alto, donde hoy ocupa espacio el Edificio Manuel Manrique.
Después de la visita del francés, “a diversas partes de Venezuela”, se enciende la guerra: El desafió lo inicia el grito de patria del 19 de abril de 1810. A principio de de junio se encuentra en la Villa de San Carlos el Marqués Francisco Rodríguez del Toro con su ejército, en la ruta hacia Coro, donde permanece hasta el 15 de dicho mes, momento en que inicia su avance por la vía de Barquisimeto. Manuel Manrique, Celedonio Sánchez, Teodoro y Miguel Figueredo, José Ramón Azpurúa y otros sancarleños, se incorporan a su ejército.
Del 1º de julio es el pronunciamiento de hombres notables de la villa de San Carlos, en sentido de participación activa al lado de la Junta Suprema de Caracas:
La M. Y. (Muy Ilustre) Villa de San Carlos debe ocupar un lugar distinguido en la regeneración política de Venezuela, no solo por el decidido patriotismo con que suscribió los principios proclamados en Caracas, sino por los desvelos con que quiso consolidarlos con la unión mas bien entendida, y por la generosidad con que contribuyeron algunos de sus vecinos a organizar una fuerza patriótica capaz de proveer la seguridad interior y hacer respetable la ilustre Villa de San Carlos contra cualesquiera agresión de la discordia o cualesquiera conato de violencia... El Teniente Coronel don Rafael Herrera, propone la formación de dos compañías con que se complete un esquadrón de caballería unidas a las disciplinadas que hay en la villa de San Carlos y ofrece dar el vestido de uniformes de casaca a los nuevos individuos que se alistaren para la creación del citado esquadrón. Asimismo se obliga a comprar a su costa un solar contiguo al quartel, que sirve para alojar la tropa de caballería, y adelantar la fábrica en términos que quede capaz, y de utilidad para todo el esquadrón. El Regidor Alcalde Provincial de la Villa de San Carlos, don Teodoro Figueredo ofreció que con don Francisco, don Carlos, don Pedro Figueredo, y don José Antonio Marvez levantaría a su costa una compañía de 50 hombres de caballería, todos parientes perfectamente uniformados. Y S. A. Aceptando esta propuesta y oferta mandó darle las gracias y confirió la comandancia del esquadrón con el grado anexo del Teniente Coronel a don Rafael Herrera y dispuso que se agregue la gente ofrecida por Figueredo al esquadrón de caballería que debe formarse en aquella villa. (Gazeta de Caracas, Nº 107, 18 de julio de 1810).

Al año siguiente, “La hasta ahora Villa de San Carlos de Austria pasa a ser la Ciudad de San Carlos de Austria”. El 23 de abril de 1812, acontece la batalla de Los Colorados: El Capitán de Fragata Domingo de Monteverde, al mando de las tropas realistas, se enfrenta a los coroneles Miguel Carabaño y Miguel Ustáriz, jefes de las patrióticas. La traición del capitán Juan José Cruces, al mando del escuadrón El Pao, inclinó la victoria hacia los realistas.
Como se sabe, ésta guerra se extenderá hasta 1821. Durante ese decenio la ahora ciudad de San Carlos será escenario jamás ajeno a esta contienda que tal como lo sostiene Gil Fortoul, desde el 5 de julio de 1811, ya era un conflicto internacional “entre la República Venezolana y la Monarquía Española”, aunque “en las tropas de la una figuren españoles nacidos en la Península y en las tropas de la otra se cuenten al principio indios o mestizos” (Gil Fortoul, T.I, 1964: 333).
Por momentos, la ciudad estará al resguardo de los realistas; y cuando estos se descuidan, los patriotas llegan y se adueñan de la ciudad. Es la dinámica de la inestabilidad, la que reina.
Antes de enrolarse en la guerra, antes de la guerra de liberación de 1811, Boves en asuntos de negocios, la frecuenta; y hasta se comenta de sus amoríos con una hermana de Fernando Figueredo. No está en dudas su presencia frecuente en las Casa de los Figuredos, como su prisión en la casa Consistorial. Un párrafo de Historia de la primera república de Venezuela (1992), de Caracciolo Parra Pérez contiene al respecto, tanto de luces como de sombra:
Los vecinos patriotas de Calabozo ha bía formado un cuerpo de caballería a las órdenes de D. Joaquín Delgado, quien disponía, además, de unos cuantos fusiles y de tres piezas de artillería. Miranda envió allí de comandante de armas al capitán Uztáriz. Por los mismos días llegó a la ciudad, procedente de San Carlos, José Tomás Boves, a quien el gobierno republicano perdonara poco antes sus “delitos de piratería”. El asturiano habíase adherido a la República, pero como entonces se diese a esparcir noticias alarmantes sobre los triunfos de Monteverde, dio orden de aprisionarle el juez doctor José Ignacio Briceño que, por disposición del Congreso conocía en Calabozo y Barinas de ciertas causas de infidencia. Condenado Boves a muerte, no cumplió la sentencia el teniente de justicia D. Juan Vicente Delgado, cuya intención de remitir el reo al cuartel general de Miranda tampoco pudo realizarse por la marcha del enemigo sobre la ciudad. En efecto, Antoñanzas, a la cabeza de 200 fusileros y después de reclutar jinetes en El Pao, Tiznados y Guardatinajas, se presentó frente a Calabozo el 20 ó 21 de mayo. Resistieron con heroísmo los bisoños defensores de la plaza, mas, abrumados por la superioridad numérica y el armamento del enemigo, sucumbieron al cabo de cuatro horas de combate, pereciendo algunos de sus jefes con el teniente de justicia. El comandante español entregó la ciudad al saqueo, mató mucha gente y puso en libertad a los criminales y a otros presos, entre los cuales a Boves. Incorporado éste en las filas realistas, recibió el encargo de perseguir a Uztáriz y a los doctores Navarrete y Alsuz… (Para Pérez, 1992: 445-446).

Probablemente es San Carlos, donde Antoñanzas inicia su carrera de atrocidades:
[…] el cuerpo realista que Monteverde destacara de San Carlos hacia los llanos del Guárico proseguía sus operaciones, en medio de una escaramuzas victoriosas, degollando además de sus prisioneros a indefensos civiles, inclusive mujeres y niños, e incendiando poblaciones. Mándábalo, […] aquel Eusebio Antoñanzas que Level de Goda llama beodo, asesino y ladrón y que allí empezó —escribe Baralt— “la horrible celebridad de su nombre y la serie no interrumpida de atrocidades que mancharon después la guerra entre los dos partidos”. (Para Pérez, 1992: 445).

El 21 de junio de 1813, la ciudad de San Carlos la estremece “una revolución de mujeres” que logra apoderarse de “un cuartel” y deja de saldo algunas muertas y “como sesenta prisioneras”. Es el único hecho de esa naturaleza hasta ahora documentado. Y el único al que se refiere El Libertador en su proclama de Carache. El parte del Coronel Atanasio Girardot dice lo necesario, sin cabos sueltos o telas que cortar:
En el pueblo de Carache, á los veinte y un días de junio del año de mil ochocientos trece, tercero de nuestra independencia. Yo, el Comandante de la vanguardia, Atanasio Girardot, teniendo presente á un hombre que se me presentó diciéndome que venía prófugo de una prisión en que por patriota le tenían confinado en la ciudad de Carora, le recibí juramento que hizo por Dios y una señal de Cruz...
Preguntado su nombre, estado, religión, lugar de nacimiento y vecindad, dijo: llamarse Juan de Dios Quevedo, estado soltero, su religión Católica Apostólica Romana, vecino de la ciudad de Trujillo y natural de Carache.
Preguntado, por el estado político y noticias que corrían… dijo… que están muy desesperados por una orden que ha venido de España en que los pechan, con quitarle al que tiene cuatrocientos pesos, ciento para las viudas de España, como aumentándoles una cuarta parte de los entierros, bautismos, etc., para dicho objeto; que para estas razones hubo en San Carlos una revolución ejecutada por mujeres, en que murieron algunas y hay como sesenta prisioneras en las cárceles, porque los isleños las atacaron y derrotaron después de haberse apoderado ellas de un cuartel... (O´Leary, t. XIII, 1981: 268).

Al día siguiente de recibir el parte de Girardot (22 de julio); Bolívar dicta la proclama de Carache:
…hasta el sexo bello, las delicias del género humano, nuestras amazonas han combatido contra los tiranos de San Carlos, con un valor divino, aunque sin suceso. Los monstruos y tigres de la España han colmado la medida de la cobardía de su nación, han dirigido las infames armas contra los cándidos pechos de nuestras beldades: han derramado su sangre: han hecho expirar a muchas de ellas, y las han cargado de cadenas, porque concibieron el sublime designio de liberar a su patria. Las mujeres, si soldados, las mujeres del país que estáis pisando combaten contra los opresores, y nos disputan la gloria de vencerlos. Y con estos ejemplos de singular heroísmo en los fastos de la historia, habrá un solo hombre en Colombia, tan indigno de este nombre, que no corra veloz a engrosar nuestras filas, que deben marchar a San Carlos a romper las prisiones en que gimen esas verdaderas belonas...

Treinta y cinco días después de esta proclama, el 27 de julio de 1813, Bolívar entra por primera vez a la ciudad de San Carlos de Austria, de las 8 veces que cruzó territorio del hoy estado Cojedes, hasta ahora documentadas. Dos días largos pasan en la ciudad, durante aquella cadena de victorias que los historiadores tratan de “Admirable”. Lo espera Taguanes, combate sobresaliente de aquella jornada. Se dice que estuvo en la Iglesia Inmaculada Concepción y en la casa Consistorial. A uno le cuesta descartar su presencia en la casa de los Figueredo, por la confianza depositada en el coronel Fernando Figueredo. 
Esas siete veces de las estadías de Bolívar en San Carlos, suman poco más de un mes. En dos ocasiones, los azares de la guerra, Araure y Carabobo (el segundo), atravesaron a la ciudad de San Carlos en el camino.
En San Carlos El Libertador confirma el 28 de julio de 1813 el Decreto de “guerra a muerte”. Pero así como fue sitio de ofensiva, también lo fue del horror:
Del 10 al 17 de marzo de 1814, la ciudad de San Carlos es sitiada por Sebastián de La Calzada y el Brigadier José Ceballos que se une posteriormente —el séptimo día de asedio—, cuando todas las vías del río quedaron totalmente cubiertas por los realistas y en consecuencia, la ciudad quedó sin el suministro de agua. El 18 de marzo, “al salir los patriotas de San Carlos, entró en ella, Calzada, con ferocidad, tomando algunos prisioneros, saqueando las casas y cometiendo innumerables atropellos contra las familias de los blancos comprometidos” con el bando de los patriotas:
Entre los muertos por estos acontecimientos aparecen don Benito Ruiz de Alegría, padre del Pbro. Dr. José Manuel Alegría, que era servidor del régimen español; doña Josefa Solano de Herrera, viuda del coronel Bernardo Isidoro de Herrera, la cual fue alanceada en su propia alcoba frente a su hijo el Pbro. Simón Herrera, que en el instante perdió la razón para siempre; doña Ana Josefa Mena de Figueredo, madre del coronel Fernando Figueredo; y, entre tantos, el capitán Mauricio Herrera. El coronel Celedonio Sánchez, que iba a ser ejecutado, recibió el machetazo en la nuca y, dado por muerto y dejado en el sitio, logró salvar la vida. 
Cada noche, como a las 9, los patriotas prisioneros eran llevados desnudos al sitio que se conoció con el nombre del “Rincón de los truenos”, y allí —inmisericordemente—, en número de sesenta cada noche, eran decapitados. A estas matanzas se les denominó en lo sucesivo “Las noches de Calzada”. (Pedreáñez Trejo, 1982: 125-126).

Ciudad mártir, la ciudad de San Carlos de 1814.
Madariaga, el Marqués Rodríguez del Toro, Páez, Cornelio Muñoz, Urdaneta, Girardot, D’Elhuyar, Silva, Manrique, Figueredo y Bolívar, la cruzarán a nombre de la República. Eusebio Antoñanzas, Sebastián Calzada, Domingo Monteverde, Boves y Morillo, a nombre del Rey, de la monarquía española. Pablo Morillo testó en ella, la ciudad de San Carlos, el 13 de marzo de 1820.
En la nueva lucha, esa brega que se inicia con “liberación de Venezuela, de sus libertadores”, iniciada con la proscripción de Bolívar en 1830, con momento apremiante en la guerra larga de 1859 que encabezó Zamora, Falcón y Guzmán bajo las banderas amarillas de la federación. Pero no es sino hasta el triunfo de Guzmán Blanco en 1870 y su famosa “Revolución de abril”, cuando se le pone fin definitivamente al coto de los "libertadores", actuación de Páez y Monagas, y se inicia una obra de gobierno sin precedentes en el país. Por sus besos de ingratitudes a los “amos del Valle” y la iglesia Católica, Guzmán estuvo que esperar hasta la primera presidencia de Chávez para el regreso de sus restos a Venezuela… 
Guzmán será testigo de la caída en combate de Zamora, héroe de Santa Inés, en San Carlos de Austria, el 10 de enero de 1860. A su regreso de la “Campaña de Apure”, pisará tierra de Cojedes. Y de nuevo estará en nuestro Estado, durante la persecución comandada por él contra su compadre Matías Salazar. A finales de los setentas del siglo XIX, el 20 de febrero de 1876, asiste al banquete y fiesta que en su honor preparó el general Bernardino Mirabal, Presidente del estado Cojedes, en la casa de su residencia, donde hoy funciona el jardín de infancia María Casilda Flores. Esta vez el motivo de la venida de Guzmán a Cojedes, era la inauguración de la carretera entre San Carlos y Valencia.
Los últimos cincuenta años del siglo XIX le suman a la ciudad de San Carlos y su patrimonio histórico, el sitio donde —en nuestra opinión— cayó en combate el general del pueblo soberano Ezequiel Zamora. Está registrado que al entrar a San Carlos, subió al campanario de la iglesia San Juan y desde allí observó a la ciudad de San Carlos. ¿Qué de ella le alborotó sus sentidos?
Lamentablemente, la casa amarilla, concluida en 1856, hace tres o cuatro años, cayó ante los ojos de un gobierno regional indolente. La cualidad revolucionaria depende de la actitud que se tenga ante la cultura. Lo demás es populismo. Quien no invierta en políticas públicas culturales, no le cuadra ese calificativo. 
Es la de Abrizo, la ciudad goda sobreviente en nuestros días. La del godismo, dueño de esclavos y productores de carne. ¡Qué lástima que en nuestros días no se tenga un sentido de la estética digno de la experiencia que atesoramos! El pasado nos queda grande.

SAN CARLOS DE AUSTRIA, CAPITAL DE COJEDES
En ese lapso de 1830 a 1899, de la Venezuela de Páez a la de Crespo, esto es, dieciocho años de gobiernos de la “oligarquía conservadora”, trece de la “oligarquía liberal”, nueve de la federación (Gobierno de Falcón), y el fusionismo, el septenio, el quinquenio y el bienio de Guzmán, y el postguzmancismo (Gil Fortoul, T. III, 1964: 219-220-221), vivirán los venezolanos un proceso permanente de inestabilidad, dictado por el vaivén de la guerra, y legitimado por la Constitución que impone el vencedor. Así la organización territorial será un claro indicativo de ese estira y encoje de la política que en aquel tiempo la determinaba la guerra (no muy distinto, por cierto, de lo acontece en nuestros días en diversas partes del mundo). Al respecto de ese permanente cambio de linderos en lo interno del país, téngase presente el juicio del extraordinario analista constitucional del siglo XIX:
A fin de acelerar la renovación total de las Cámaras, el Congreso monaguista apeló a otro subterfugio, expidiendo una nueva ley de división territorial. La República comprendía, en 1830, once provincias; la Oligarquía Conservadora las aumentó a tres [Hemos leído trece, en edición posterior a la aquí utilizada; MP], y la Oligarquía Liberal, a veintiuna. La facultad que se dejó a los Congresos, el año 30, de multiplicar las Provincias y fijar sus límites, tenía por objeto darle amplitud al elemento federalista de la Constitución; mas sucedió, al contrario, que aquella facultad se convirtió al fin en pretexto para centralizar el poder en manos del Presidente. (Gil Fortoul, T. III, 1964: 77).

Entre 1811 y 1864, a Venezuela la regirán seis Constituciones: La de 1811, la constitución de 1819, la de 1830, la 1857, la de 1858 y la de 1864. En ese mismo período la evolución de la organización territorial se movió así: 
En 1811 Venezuela se compone de siete provincias: Margarita, Mérida, Cumaná, Barinas, Barcelona, Trujillo y Caracas.
En 1819 de 10 provincias: Barcelona, Barinas, Caracas, Coro, Cumaná, Guayana, Maracaibo, Margarita, Mérida, y Trujillo.
En 1830 de once: Apure, Barcelona, Barinas, Carabobo, Caracas, Coro, Cumaná, Guayana, Maracaibo, Margarita y Mérida.
Por la Ley de 1856, el territorio nacional lo integran 21 provincias: A las anteriores se agregan: Amazonas, Aragua, Barquisimeto, Cojedes, Guárico, Maturín, Portuguesa, Táchira, Trujillo y Yaracuy.
En 1864, las provincias pasan a estados y su número es de 20. Amazona pierde esa condición.
Ahora bien, de acuerdo con Gil Fortoul, al presentar el escrutinio de las elecciones presidenciales de 1846, en que las que se impuso José Tadeo Monagas, sobre Antonio Leocadio Guzmán, el cuadro de las provincias seguía siendo el mismo del año 30. (T. III, 1964: 278).
Pedreáñez Trejo en su Breve semblanza de la ciudad de San Carlos (1978), dice:
Tenemos, pues, que comprender que la Villa de San Carlos no era sólo el casco urbano de la ciudad, sino el extenso territorio cojedeño.
Ese concepto cambia cuando se crea la Provincia de Cojedes, en 1855, en tiempos en que un hijo de San Carlos, Joaquín de Herrera y Valdez, ocupaba la Vice-Presidencia de la República. Luego Cojedes pasa a ser Estado de la federación, en 1860, hecho que se confirma en 1864, pero que se niega en 1866, cuando los mismos legisladores cojedeños se consideran incapaces de dirigir los destinos de su propio Estado, y lo suman al de Carabobo.
Los vaivenes de la política marcaron la inestabilidad de nuestro Estado: fue autónomo en 1855 hasta 1866, en 1874 hasta 1881, en 1901 hasta 1904, y luego definitivamente desde 1909 hasta hoy. (Pedreáñez Trejo, 1978: 12-13).

Como apreciaremos más adelante, en cuanto a la fecha de la creación de la Provincia de Cojedes, existe otra versión discrepante. Afirma Tosta que 
Por decreto de marzo de 1944, el cantón San Carlos se dividió así: Cantón San Carlos, integrado por las parroquias San Carlos, Caramacate, San José, Lagunitas y Cojedes; y el cantón Tinaco, formado por las parroquias Tinaco y Tinaquillo. Por cierto que en 1844, el cantón Pao, al cual pertenecía El Baúl, contaba con 19.261 habitantes. (Tosta, 1972: 32).

Más abajo escribe:
Por decreto del Congreso, de fecha 3 de mayo de 1845, fue creada la Provincia de Cojedes, con los cantones San Carlos, Tinaco y Pao. Fue instalada el primero de junio. Desde este día, entró a ejercer el mando de la nueva provincia el Comandante Pedro Manuel Figueredo, quien “conservó su carácter, hasta que la ley de 28 de abril de 1856, sobre división territorial, declaró vacantes todas las gobernaciones de la república”. 
El 26 de marzo del referido 56, entró en posesión del Gobierno de Cojedes, Tell Villegas, ilustre hombre público nacido en Barinas. Realizó este magistrado una excelente labor… (Tosta, 1972: 33-34).

Tosta con lo meticuloso que los caracteriza, señala de fuente a: Guillermo Tell Villegas, “Mensaje que dirije el Gobernador de la provincia de Cojedes, a la Honorable Diputación, en reunión ordinaria de 1856”, San Carlos, Imp. por Luis Pérez, 1856.
¿Desde cuándo, entonces, en el extenso territorio que le pertenecía la Villa de San Carlos de Austria se adoptó el gentilicio “cojedeño”? ¿Desde cuándo ser sancarleño es ser cojedeño? Desde un poco más de siglo y medio. 
La centuria del XIX le da a San Carlos la “categoría de ciudad”, y al erigirse en su territorio una nueva “entidad regional” (provincia o estado), se le designó “ciudad capital”. Fue despojada de la mayor parte de su territorio.
En ella nació don Laureano Villanueva, el gran biógrafo de Zamora. 
A esa ciudad, San Carlos de Austria, en 1879, Mauricio Pérez Lazo le dedica un poema que recoge su libro Crepúsculos (1896). Si lo leemos bien, podemos hacernos una idea de aquella ciudad de finales del siglo XIX:
A San Carlos

A mi querida hermana Sara Pérez Lazo.

Dormida en las riberas
Del Tirgua rumoroso,
Lánguidas palmeras
Bajo dosel frondoso,
Respira auras balsámicas
San Carlos, la gentil:
Ceñida de guirnaldas
La majestuosa frente,
El manto de esmeraldas,
Y túnica esplendente
De flores fragantísimas
De guarda y carmesí.

Un bosque de rosales
Y dulces limoneros,
De verdes naranjales
Y erguidos cocoteros,
Expándase bellísimo
Bajo su cielo azul:
Lucen allí sus galas
Las lindas mariposas,
Y el colibrí sus alas
Brillantes y sedosas,
De flor en flor cerniéndose,
Bañándose de luz.

Es tibia y refulgente
La luz de sus auroras,
Gratísimo su ambiente,
Sus aves trinadoras,
Magnífico el crepúsculo
Del moribundo sol;
Su noche misteriosa
De estrellas coronada,
Alumbra silenciosa
La casta desposada,
La luna amorosísima
Que va de Febo en pos.

Y en ese paraíso
Do acumular Natura
Todo su encanto quiso,
Su pompa y hermosura,
Es la mujer purísima
Simpática beldad.
De lirios y de rosa
La cándida mejilla,
La frente pudorosa;
Y su mirada brilla
Como el destello nítido
Del astro matinal.

Allí corrió tranquila
Mi dulce edad primera,
Sin llanto en la pupila,
Sin que el dolor hiriera
Con dardo aceradísimo
Mi incauto corazón.
Y si hoy me brinda lejos
De su vergel florido
La ausencia amargos dejos,
No puede el negro olvido
Tender su niebla frígida
Entre su suelo y yo.

Yo veo con la mirada
Del alma entristecida
Su pampa dilatada,
Y la onda adormecida
Del Tirgua, en cuyas márgenes
En la niñez jugué;
Recuerdo los bucares
Cuyas raíces baña,
Sus ceibas, sus palmares,
Y de su verde caña
El majestuoso y lánguido
Murmurador dosel;

La regalada sombra
Que sus jabillos presta
A la tupida alfombra
De grama do recuesta
La frente el blando céfiro
Delicia del Abril;
Y la alta cordillera
A cuya fresca falda
Se extiende la pradera
Vestida de esmeralda,
A la que da sus ósculos
La linfa de zafir.

Que el Dios Omnipotente
Proteja el paraíso
Donde natura riente
Regocijarse quiso,
En él vertiendo prodiga
Su savia y robustez.
Y acójalo en su manto
De estrellas y de armiño,
La que con gozo tanto
Vio sonreír al Niño
En pesebre humildísimo
De la feliz Belén.

Tal cual, una imagen que se corresponde con aquella Venezuela rural que el chorro petrolero le cambió el rostro. Pero en San Carlos, incluso en su “centro histórico”, no es difícil encontrarse con esa ciudad que los versos de Pérez Lazo permiten imaginarse. Es la ciudad eterna de los árboles y los pájaros, “magnífico el crepúsculo / del moribundo sol”.
Lo de la luna, lo confirma los versos que cantó Magdalena Sánchez como cantaba Magdalena Sánchez. Pero esta no es la pampa, sino “todo tierra llana y sabanas, que hacen horizonte”, entre Cojedes y Apure.

Referencias Bibliográficas
Agüero, Argenis. (2007). Monumentos históricos de San Carlos. San Carlos: Alcaldía de Municipio San Carlos.
De Cisneros, Joseph Luis. (2001). Descripción exacta de la providencia de Venezuela. Madrid-Caracas: Fundación BBVA Provincial.
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Gil Fortoul, José. (1964). Historia Constitucional de Venezuela. Quinta Edición. Caracas: Ediciones Sales.
González Segovia, Armando. (2009). Palabras en el tiempo. Ensayos de historia y cultura popular tradicional del municipio Anzoátegui, estado Cojedes. Col. Ensayo. Serie: Historia Regional y Local. San Carlos: Fundación Editorial el perro y la rana-Sistema Nacional de Imprentas.
O´Leary, Daniel Florencio. (1981). Memorias del General O´Leary. Caracas: Ministerio de la Defensa.
Parra Pérez, Caracciolo. (1992). Historia de la primera república de Venezuela. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Pedreáñez Trejo, Héctor. (1978). Breve semblanza de la ciudad de San Carlos. San Carlos: Edición del Concejo Municipal del Distrito San Carlos.
Pedreáñez Trejo, Héctor. (1982). Historia del estado Cojedes. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República.
Pérez Lazo, Mauricio. (1986). Crepúsculos. 2ª. Ed. San Carlos de Austria: CORPOCENTRO.
Picón Salas, Mariano. (1962). Venezuela: Algunas gentes y libros. En Venezuela Independiente 1810-1960. (1-20). Caracas: Fundación Eugenio Mendoza.
Tosta, Virgilio. (1972). El Baúl (Historia de un pueblo). Caracas: El autor.

Miguel Pérez

G A L E R  Í A 

Casa del coronel Teodoro Figueredo. Luce, como lo afirma Argenis Agüero, "el más hermoso portal barroco", imagen representativa de la ciudad goda. Con razón el arquitecto Graciano Gasparini habla de San Carlos como "la ciudad de las portadas". Foto Manuel Abrizo
Casa Fernando Figueredo. Foto Manuel Abrizo

Casa Fernando Figueredo. Manuel Abrizo 

Cúpula de la Catedral de San Carlos. Foto Manuel Abrizo 

Palacio de gobierno y su costado de la calle Manrique. Foto Manuel Abrizo

Catedral de San Carlos (Iglesia de la Inmaculada de la Concepción). Foto Manuel Abrizo

Antigua redoma de Ziruma, conocida en la actualidad como "Redoma del mango". Foto Manuel Abrizo 

Plaza Bolívar. Foto Manuel Abrizo 

Visión aérea de la Plaza Bolívar. Manuel Abrizo

Calle Bolívar. Foto Manuel Abrizo 

Casa del doctor Francisco Hernández, de los firmantes de la Constitución de 1811. Actualmente es la sede del Jardín de infancia "María Casilda Flores". Está ubicada frente a la plaza Bolívar, calle Páez, entre Silva y Manrique. Foto Manuel Abrizo

Empalme de la Calle Sucre con La Manrique. Foto Manuel Abrizo

San Carlos de Austria y sus techos rojos. Foto Manuel Abrizo

Escudo del Estado Cojedes. Foto Manuel Arbizo

Iglesia San Juan. Foto Manuel Abrizo 

Mosaico de la casa Fernando Figueredo. Foto Manuel Abrizo

Casa Zamora en construcción. Foto Manuel Abrizo

Redoma del mango. Foto Manuel Abrizo

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