La poesia y los días

POESIA ENSAYO HISTORIA BIBLIOGRAFÍA COMENTARIOS

La escritura hija de los días. La que inventa al día, le da sentido y sustento y la que los días crean a su imagen y semejanza. Toda imagen que conmueva, que desordene los sentidos y sea capaz de convocar al desasosiego, al diálogo interior que es justificación de todo autor. La palabra que sobrevive, y en consecuencia, se distingue de la otra endeble, que cae al piso como hojas desmayadas. Posiblemente tendrá cabida otra tentativa: La que no provine de la experiencia personal; sino de la que se hace colectiva, nos elige de morada pero que nosotros no vivimos y llega como un eco de otro tiempo.

Ese será el acento de esta escritura, de allí su virtud y tragedia. No defenderemos ni una ni otra.

Frente a lo cotidiano y su contrario, habita el asombro; en este caso, la palabra que está por escribirse. No fumamos de lo concluido...

APUNTES IDEAS EJERCICIOS Y CRÓNICA DEL MÁS LARGO VIAJE DE LA UTOPÍA

jueves, 27 de marzo de 2014

MIGUEL PÉREZ EN EL INSTANTE PLENO

Julio Rafael Silva Sánchez

En el invierno del año 2003, durante la Primera Bienal de Literatura “Ramón Palomares”, realizada en la muy fresca ciudad de Trujillo, ese monje benedictino llamado Pepe Barroeta, compañero de ruta de nuestros inicios creativos, nos obsequiaba un hermoso libro recién editado por el Rectorado de la Universidad de Los Andes, en su colección El otro, el mismo. Se trataba de un volumen titulado Obra poética de José Barroeta (1971–1996)[i], y en él la pluma desbordada de Lubio Cardozo anotaba:

Hállase la poesía extrema en los sueños, en las situaciones límites, en el dédalo del absurdo, en la locura, y quizás en la premonición del hemisferio de la muerte. Escarba con desgarramiento el escritor radical en esos niveles para encontrarlas; significa la preciosa vida apenas un empuje, una voluntad, para ofrendar en el ascenso a esa latitud e implorar el insondable furor del lenguaje con el delirio del amor. Revelarlo luego, tal vez por la única vanidad pura, la gloria, a quienes  acepten conjurar la tristeza por la taumaturgia de la dimensión del reino de la belleza, hecha con el encandecido fuego de la autonomía y entidad absoluta de las palabras. (Cardozo, 2001: 18)


            Pensamos que estas precisas, deslumbrantes palabras pueden servir de marco adecuado para aproximarnos al oficio poético de este bardo singular llamado Miguel Pérez[ii], editor, antologista, promotor cultural, acucioso investigador histórico y literario, pero sobre todo y antes que nada, poeta, a quien alguna vez Adolfo Rodríguez denominara –y no sin razón– “taxidermista pueblerino”.
            Porque Miguel es todo eso y más que eso. La plenitud de su madurez creadora le ha permitido asumir la aventura de existir, no el simple transcurrir de los días, no las experiencias, las bravuras cotidianas, las peleas y los enfrentamientos, sino que ha entendido la existencia como una andanza (¿tal vez un viaje?), como esta misteriosa, recóndita  oportunidad de desembocar en el asombro de estar en el mundo. En ese mundo al cual incita cada día, pero que siempre le sonríe, a pesar de todo.
            Quisiéramos detenernos en el libro Historia y canto de una tristeza personal, con el cual Miguel, como de costumbre, nos vuelve a sorprender y deleitar. En esta obra, bellamente impresa por el Fondo Editorial del Caribe[iii], el poeta eleva su voz, deslumbrado por su realidad, pero con un espíritu reflexivo, reconcentrado que lo lleva a sentirse sorprendido y vibrante ante el deslumbramiento mismo. Estamos en presencia de un oficio poético maduro, decantado, rico en imágenes de gran poder de seducción, a través del cual el autor expresa, con singular exactitud, lo que acarrea el quehacer poético: ese asomarse al abismo, la confrontación de lo esencialmente humano del poeta con una realidad que muchas veces se resiste a ser nombrada.
            Aunque el límite es término y, así definido, niega la posibilidad de ir más allá, la demarcación casi naturalmente provoca en el hombre el deseo de superarla. Hay en la palabra poética una doble fuerza de contención y desplazamiento, por lo que podemos decir que gracias al poema el límite se mueve con precaria fugacidad, como lo denotamos en este verso:

Vamos solos por estas veredas del delirio
Yo apegado al espejo soñoliento cruzo la majestad del río
Tu llevando a la cintura jardines de arreboles

Yo postrado en hierbas de nostalgia
conociéndote de nuevo, rehaciéndote,
inventándote, de acuerdo al molde de la playa

Tu abandonando vestigios,
antiguas formas, viejos papeles

Estás allí junto al árbol de plata
con tu vientre de peces, hecho a solicitud de la lluvia

Tus palabras traducen el diccionario de la noche en penumbras
y arrancan las voces del sueño
quebrándose

Allí donde duerme la luna, construimos esta espera

Son las tres
sentados bebemos el café   (p. 33)


         Por medio de la palabra, el poeta se aproxima cada vez más a esa noción primigenia del verbo que construye, crea y, al mismo tiempo, deshace o acaba. El lenguaje, entonces, es la manera de identificar y ordenar lo existente. La palabra nos permite articular el conocimiento, la especulación, el sentimiento; nos ofrece la posibilidad de explorar y erigir, pero quizás haya intuiciones y abismos que simplemente son incomunicables y no por ello inexistentes. La elaboración poética no persigue sólo un fin estético, la belleza quizás no sea el elemento exclusivo y esencial del poema; éste también busca nombrar aquello que ha sido indescifrable y busca aproximarse a una razón abstracta, metafísica. Y así parece asumirlo Miguel:

que los espejos rotos
me empujen
sin temor
que no se compadezcan
que no descansen

yo necesito
el cáliz
de la demencia
para vivir por siempre
con la belleza
servida en la mesa

postrado al polvo y al ripio
de la eternidad  (p. 53)


            El filósofo alemán Martin Heidegger, en sus últimos textos, privilegió al poeta como el único hombre capaz de alcanzar el “claro del ser”. Existe entre nosotros tal estado de penuria que el hombre ya no es capaz de sentir la falta de dios como una falta, y entendemos el término dios no sólo como una entidad de contenido religioso, sino como un concepto que incluye todo acercamiento al origen metafísico del mundo; es espiritualidad, especulación filosófica. En ese contexto Heidegger interroga: …¿para qué poetas en tiempos de miseria?[iv] Y habría que aclarar que es justamente el poeta quien puede, gracias a la esencia de su actividad creadora, captar el fundamento de lo que realmente somos. Porque es el poeta, el elegido, el señalado quien puede acceder a la plenitud y apuntar:

A mí me gusta saber que la gente se muere

y se marcha

            a pesar
            de sus ruegos a dios
            y de dios mismo
            que no deja a uno
            en paz con sus dolencias. (p. 16)


            La poesía se aproxima, aunque con precariedad, a la percepción de lo permanente. Gracias a la palabra, el poeta reviste a la naturaleza de cierto aire de eternidad, de un despojamiento que la transforma. Hablar, entonces, de la esencia de la poesía, es en parte hablar de la esencia de lo existente, no sólo en su definición material, sino también en su facultad potencial. Una serie de posibles dormitan en la palabra, al igual que lo hacen en la realidad; entonces, el poeta detiene el hilo sostenedor y capta lo que, a pesar del arrebato y el desgaste, permanece. Es el encuentro con una frase, una imagen, un adjetivo –y hasta un silencio– en donde el escritor descube y crea su dominio:

lo que yo veo
nadie puede ver
ni escuchar

alguien viene
hasta mi
me dibuja
la imagen

y se pierde
donde mi paciencia
se bifurca (p. 48)


            En esta obra el autor intenta una comprimida relación de instancias, contextos y emociones que confluyen en la experiencia sensorial evocada con el goce estético del creador, atravesando elaborados diafragmas que se ubican, muy a menudo, en el ámbito autobiográfico, lo cual evidencia las relaciones del poema con las experiencias vitales del autor. Aquí encontramos paralelos antropológicos y míticos elaborados con un alarde imaginativo cargado de imágenes eróticas diluidas en distintos campos de fuerzas, en un entramado de tensiones simbólicas, partiendo del cual logra el poeta saltar de una relación a otra, de un mundo a otro, siempre ubicándose en el desconcertante y definitivo llano de su niñez, recorriendo comarcas tan diversas como ésta:

estos labios
no volverán
a maltratar
tu vida

no te dirán
nada que te
pueda doler

sólo se
abrirán
para
besarte
siempre
de noche
como a ti
te gustaba

debajo
del almendrón
con la luna
colgada
a la cintura
oyendo
al río
y su música
de pájaro
negro
            que tanto
debe
agradar
a
los ahogados (p. 28)


Revestidos de inalterable frescura y una gran claridad, estos poemas se nutren de savias trascendentes, cercanas a la sangre  y al aire mismo que alimenta la sangre. No es sólo el amor, la muerte y los adioses, sino la tierra, la llanura, los verdes montes, cuya luz arde al viento más viajero, las tierras que sueñan en la ilusoria cercanía del cielo… el tema de estos cantos. Allí está la tierra que alza sus frutos al aire, la tierra que muestra paisajes y escombros a los ojos perturbados del espíritu:

Esta será mi venganza.
Claudia me abandonó un día de lluvia.
Yo la vengo a despedir con un poema.
Este no es un asunto de arcoiris.
La muerte, podría ser. Más que eso.
Yo vengo a entregarle el último cometa.
Después de éste vendrá la soledad, y despuntará un nuevo planeta
del único habitante será mi “corazón errante”. (p. 37)


Esta es una poesía que parte de una búsqueda del otro a través del yo íntimo. La presencia del poeta en toda su obra es una constante que fluye en distintos niveles de una peculiar simbología expresada a través de la sincrónica conjugación de tiempo, espacio y lenguaje, como elementos que conforman la base espiritual del poeta, en donde historia y pensamiento son un todo que se abre y se cierra en sí mismo:

Si hoy
estuvieras
conmigo
bebiéndonos
a febrero
a toda
boca

le escribiera
una carta
en griego
a los pájaros

y enloqueciera
de sueños
servidos
en copas
de tempestades (p. 24)


Los temas amorosos, eróticos, nostálgicos, existenciales, míticos (o, simplemente, cotidianos), están tratados con una singular maestría que nos ilumina sobre el ars poética del autor: a través del ritmo incandescente del lenguaje, de sus estructuras y sesgos formales, el poeta se manifiesta como un aeda esencialmente musical, por lo cual da la impresión de desarrollar sus temas como en la polifonía de una fuga. Es ésta una lucha deslumbrante del creador por explicar lo inexplicable, a lo largo de un escarpado peregrinaje que va – si es que va hacia algún sitio - de las tinieblas a la lucidez de sí mismo. Sus imágenes parten de un centro múltiple (la presencia insoslayable del llano y la llanura), pero suelen desencadenarse y esparcirse saltando sobre los límites de la forma, en un fluir indetenible de imágenes y aconteceres:

Me seleccionaron a mí sin consulta alguna.
¿Por qué eligen a uno de esa manera?
Las explicaciones desde luego cuentan.
Una podría ser el río. El río estaba frente a la casa. Dos ventanas
Una puerta, por donde entraban el sol y la luna.
Un alero que aguardaba las golondrinas.
Un silbido de ánima en la casa.
Las hamacas recogidas en la alcayata.
Una puerta azul, dos ventanas.
Un totumo y un gallo que ensalmaba los sapos.
El silencio de los domingos, la hora de la misa.
         Ahora descendiendo entre las voces que recorren la página.
         Habrá un mar en la última línea. Búsquelo y póngale los colores del tiempo. (p.79)


El estilo del poeta es diáfano, como las primeras luces del amanecer, como el nacimiento de la luz, apreciable cuando ya la sombra quedó disuelta en el final nocturno.  Hay aquí  la contemplación asombrada de un mundo que se expresa en la unidad integral de su creación, preñada de trascendencia y de fecundidad. No existe en estas páginas violencia ni torcedura, escondidos ni máscaras: por sobre toda la experiencia humana que puede padecer, un rumor esparce su polen de serenidad fecunda en el auspicio del poema. Por otra parte, es éste un estilo de variados sesgos: desde el verso inquisitivo hasta la reflexión, en un pulso febril, un ritmo acompasado y tenue, pero siempre firme, a través del cual materia, pensamiento, pasión y movimiento se corresponden en una muy armonizada presencia que exhala un sostenido diálogo entre el entorno, espejo del poeta, y su ánimo.

Yo estoy en el prado
donde la noche se bifurca
en espigas empedradas.
En una, los mortales
en su lecho de crisantemos,
olvidados serán.
Y en la otra, los de siempre
padeciendo las espigas
del país de la pena
cuerpo entero
a esta casa sola
de mi infancia
que ladra o ruge
a la sombra de mi amada
vestida de serpiente
dueña de la hermosura
y sin temor ni asombro
del abismo con la luna
en sus labios de viento
apoderada de mis actos.

Yo estoy en el prado
entregado a los designios
de mi amada. (p. 11)


Es ésta una poesía que atraviesa una carrera de obstáculos, elaborada para vencer los retos y darle una voz precisa a la imprecisión del lenguaje, mejor construido desde el punto de vista musical, ciertamente, con una sintaxis y tonalidad rítmica más elegante, más intensa, más honda, más compleja existencialmente hablando. Al poeta le apasionan las palabras y las frases, los ritmos y los acentos, las pausas reflexivas, la expresión erótica, la dimensión psíquica u onírica. Por eso el discurso poético se regodea en su  sintaxis tonal y en su brillo lexical. Debe superar pruebas, saltar dificultades, habérselas con esos elementos expresivos que generan una melódica del pensamiento y una especial sensibilidad para su singular cosmovisión:

he consumido vigilias
discutiendo con los dioses
que te protegen
y alumbran tus caminos
de cómo fue posible
este paso y el otro
que darás cuando
vuelva la luna

porque
tal como lo afirmas
te propones
dejarme
sin aire

como un caballo ciego
al pie del horizonte (p. 27)


            En suma, estos textos de Miguel Pérez no sólo son poemas, sino también reflexión sobre la escritura. La simplicidad de la forma, despojada  de retórica inútil, exhibe un contenido cargado de pensamiento y, al mismo tiempo, de emoción. Evidencia claramente que la literatura es el arte de la ambición, porque en ella caben lo extensivo y lo minúsculo. Sus márgenes se mueven impulsados por las necesidades cada vez más disímiles e insospechadas. La materia del lenguaje, común a todos, se transforma hasta el punto de pertenecernos y provocar nuestra inmersión en el asombro. Su poesía exalta ese anhelo de conquista que posee el arte literario y supera las propias razones de la palabra, o lo que es lo mismo: la comunicabilidad. El tono, el ánimo, el ritmo, entre otros, son elementos que parecieran ser más importantes que la simple denotación. Estos textos, entonces, se distinguen por su expresión depurada, por la confección simple, sin delirios de grandeza y, sobre todo, por su aspiración constante y decidida de obtener los rasgos más esenciales del poema. El juglar no puede desprenderse de la pregunta por el origen, porque es justamente esta inquietud la que impulsa la escritura. Tal como lo afirmaría Eugenio Montejo (2008)[v]:

El poema contiene, tanto en sus ritmos como en sus imágenes, la celebración del amor y la certeza de la muerte, esa muerte consciente de sí que es todo hombre, a fin de cuentas, y sobre esa fusión de Eros y Tanathos se crea la tensión de sus equilibrios. Al mismo tiempo, sin mayores énfasis ni patetismos, el poema procura abrirse a otras visiones menos frecuentes, como la visión presentida de nuestras postrimerías, del tiempo en que ya no  estaremos ni siquiera en la tierra, sino que seremos ese errante puñado de cenizas capaz de ver la tierra allá a lo lejos, roja, flotando en el abismo sin nosotros. Una visión mediante la cual se aprende casi todo. (Montejo. 2008: 102)





NOTAS

[i] Consultar: Barroeta, J. (2001). Obra poética (1971 – 1996). Mérida: Publicaciones El otro, el mismo, del Rectorado de la Universidad de Los Andes.
[ii] Miguel Pérez (Achaguas. Estado Apure, Venezuela, 1962).su labor creativa comprende los ámbitos de la poesía, el periodismo, la militancia política, la edición y la gerencia cultural. Sus primeras publicaciones se remontan a la década del ochenta, cuando fue colaborador del interdiario La Idea, de San Fernando de Apure. En 1987 funda el periódico  estudiantil Vanguardia, con el cual participó como invitado en el I Festival Internacional de Prensa Juvenil, en Tbilisi (URSS), el año 1988. Estuvo vinculado a Poesía en la calle, vocero cultural de la Coordinadora de Organizaciones Estudiantiles de Avanzada (COEA), de la UNELLEZ-San Carlos. Cofundador del Grupo Cimarrón (1991) y del Círculo de Escritores del Estado Cojedes (1993). Coordinador de Literatura del Instituto de Cultura del Estado Cojedes (1991-2000),  Presidente del mismo (2002-2006) y Coordinador General en la actualidad.  Coordinador de Edición de las revistas Tiriguá (1997-1998) y Quemadura (1994-1998).Director del periódico-plaquette Contracultura (2003).Asesor de Edición de la revista Moral y Luces (2003-2006).Ponente internacional en Villavicencio, Colombia (2003) y La Habana, Cuba (2004). Su obra literaria ha merecido diversos reconocimientos, como el Premio Municipal de Poesía (San Carlos, Cojedes, 1998), el Premio Municipal de Prosa (San Carlos, Cojedes, 1992) y Mención de Honor en el concurso Cuéntame de la Asociación de Escritores (1993). Obra publicada: Espera latente o fuego bajo lluvia (1992), Yo, don caballo rey (1995),), Una vez frente al paso (todas las veces) hasta el anochecer (2004), Historia y canto de una tristeza personal (2006). Producto de una ardua investigación publicó La gran pulpería del libro (2002), suerte de memoria bibliográfica y hemerográfica de la literatura en Cojedes, desde 1811 hasta comienzos del siglo XXI. Estos datos fueron obtenidos en: Pérez, M. (2007). Cojedes: poesía de doce autores. San Carlos / Cojedes: Fondo Editorial Tiriguá y Rivas D., R. A. y García R., G. (2006). Quiénes escriben en Venezuela. Diccionario de escritores venezolanos (siglos XVIII a XXI). Tomo 2-M-Z. Caracas: CONAC.
[iii] Pérez, M. (2006). Historia y canto de una tristeza personal. Barcelona, Anzoátegui / Venezuela: Fondo Editorial del Caribe; pp. 112.
[iv] Heidegger, M. (1998). “¿Y para qué poetas?, en Caminos de bosque. Madrid: Alianza Editorial; p. 238.
[v] Montejo, E. (2008). “Entrevista” en Ortega, J. El hacer poético. Volumen I. México: Editorial Ducere, de la Universidad Veracruzana, p. 102.

No hay comentarios:

Publicar un comentario