¡Hijita!
Varios días sin verte, es cierto. Ya estoy de nuevo en el país. Me agradó que los demás no se percataran de mi presencia y tú sí. Te retiraste del grupo y me entregaste el mundo con la mirada y la sonrisa. Hoy jugaremos de nuevo al escondido, a que me fui. Me buscaras por debajo de la cama, o de la cuna o por detrás de la puerta. O en la otra habitación. Ya veremos que se nos antoja. Revisaremos el vestido rojo y el azul. Te prometeré comprar unos zarcillos de oro a la vuelta de la esquina. Llamaré a mamá y le diremos que necesitamos esos zarcillos. Le expropiaremos los juguetes a tu hermano hasta verlo rabiar. Compraremos helados y compotas. Freiremos maíz y le pondremos distintos nombres de flores. ¿Te recuerdas que Miguel nos sorprendió con lo de rositas de maíz? Es Noche Buena, te habrán dicho. Pero nosotros no somos de un día. Llegaré al amanecer cuando todos duerman. Me dirás papá y te entregarás al sueño. Cerrarás la ventana de los imposibles y solo en ese estado, viajaremos al parque de árboles y animales. Miguel se antojará de algún juguete. Lo complaceremos. Terminaremos montados en los trencitos de los centros comerciales y los tres pegaremos gritos y diremos adiós de lo más contentos. No faltará quien diga que parecemos hermanos, como nos ocurrió la vez pasada. ¿Te acuerdas? Aquella señora cuándo nos los preguntó, no creyendo posible una camaradería de tu a tu entre padre e hijos. ¿Verdad hija que sonrió sabroso? —El papá es igual de bochinchero, mientras tu me agarrabas de la mano y corriendo llegamos hasta donde nos atajó el tráfico… ¿Qué se haría tu muñeca de ojos azules? ¿Y el osito que te trajo tu tía de un país nórdico?
Tienes la propiedad que cuando sueles mencionarme estremeces la casa. Casi siempre no se donde estás, ni con quien andas… Yo te encuentro al reverso de alguna página de los libros que suelo leer, cuando los poetas me saludan con agrado, cuando alguna niña me mira y se ríe conmigo, cuando paso por un colegio. La otra vez en Londres me sucedieron dos cosas: Frente a un café, una niña me echó los brazos… La apreté duro y las acompañé —la madre buena gente— hasta el auto. Esa tenía tu edad. ¡Mariana miré una blusa, una falda, y unas botas! Y te miré caminando por la av. Bolívar de San Carlos…Uní tarde con noche bebiendo un simpático escocés… y fueron tantas las historias acerca de ti, que la novia de mi amigo terminó encantada conmigo. Dijo que yo no era de este planeta. Entrado el amanecer yo les preguntaba: —¿Quién soy?... ¿Cómo me llamo? I am love… love… love era lo que entendía de lo que uno le decía a otro… Prepararon un desayuno de lo más rico y cuando me preguntó, la amada de mi amigo, si recordaba algo de lo referido… No la dejé culminar la frase, retirando del bolsillo de mi camisa una de las cartas que te he enviado… al escucharla se quedó inmóvil, con los ojos saturados de lágrimas espesas. Yo avancé corriendo hasta el auto de mi hermana y partimos. Cómo me adueñé del reproductor, escuché rock y música folklórica inglesa… Otra vez hija, hablé ti. Creo que debes ir a ese país de mi hermana. Y así será hija mía.
En La Habana no me aconteció distinto. Durante un recital poético una niñita me regaló un paquetico de galletas rellenas… Aun lo conservo. Qué privilegiados somos: tenemos ganas de encontrarnos, de estar un minuto más. Con nosotros no podrán. Mientras estamos más distantes, cualquier gesto unirá nuestra existencia. De frente hacia el malecón, yo acostumbrado de mirar lejos, agradado de tanta infinitud; traje un instante, una mancha de nube, con pocas líneas pero suficientes como para divisar la imagen aquella de cuando te vi segundos apenas de venir al mundo.
Si esta noche llego y te encuentro dormida, pegaré mis sentidos a la pared y será bastante escuchar tus latidos. Posiblemente una sonrisa de las más hermosas del sueño. No compré nada… No me gusta escoger por ti, pero aún así, te llevo tres pares de zarcillos y una sortija de lo más encantador que compraron para ti, alguien que aun está pendiente de mis deberes que descuido... Ya me conoces, sabes que no sé comprar regalos, porque me causa temor que vayan a apreciar más estos que mi afecto.
Te los dejaré allí donde tu hermano guarda sus cositas; o tal vez debajo de la puerta, a un lado… O no sé si trata de otra de las promesas perpetuas que impongan otra excusa para planificar nuevos encuentros….
Bonita noche, hijita.
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