La poesia y los días

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La escritura hija de los días. La que inventa al día, le da sentido y sustento y la que los días crean a su imagen y semejanza. Toda imagen que conmueva, que desordene los sentidos y sea capaz de convocar al desasosiego, al diálogo interior que es justificación de todo autor. La palabra que sobrevive, y en consecuencia, se distingue de la otra endeble, que cae al piso como hojas desmayadas. Posiblemente tendrá cabida otra tentativa: La que no provine de la experiencia personal; sino de la que se hace colectiva, nos elige de morada pero que nosotros no vivimos y llega como un eco de otro tiempo.

Ese será el acento de esta escritura, de allí su virtud y tragedia. No defenderemos ni una ni otra.

Frente a lo cotidiano y su contrario, habita el asombro; en este caso, la palabra que está por escribirse. No fumamos de lo concluido...

APUNTES IDEAS EJERCICIOS Y CRÓNICA DEL MÁS LARGO VIAJE DE LA UTOPÍA

domingo, 25 de diciembre de 2011

La historia del niño que espera al padre sentado junto a la puerta

A mi regreso de Europa y mi corta estadía en La Habana, al salir de Maiquetía, recibí una llamada de la mujer que me ama. No entró… Luego me llamó Carmen Arévalo, una  muchacha de 50 años que yo conocí a orilla del caño Payara y desde hace 33 años vive en Caracas.
Me acompañaban Miguel Ernesto y Ernesto Miguel, mis dos hijos mayores. Ernesto, cansado del trasnocho, durmió todo el trayecto. Apenas el sueño le dejó pronunciar: ¿Cómo te fue viejo?... Boby sufrió mucho… se murió Boby, viejo, el perro que tu más querías…
Miguel manejó muy bien hasta San Carlos. Cubrió el trayecto contándome las partidas de nacimientos de cuantos autos se nos cruzaban en la carretera.
Cuando llegué Miriam aceptó llevarme a casa de Eddy, a mirar mi hija Anita. La casa estaba cerrada. Eddy apareció por donde no la aguardaba y me entregó el paradero de mi hija: —Acompaña a Karina en Tinaco que se le murió la mamá esta mañana…
—Esta tablita de chocolate y avellana es para ti; estos dos collares para Anita.
Me dio las gracias y repuso: Tu hijo Miguelito vino el sábado y lo llevamos el martes porque se fastidió… por las tardes sacaba el mueble de Sofi y decía que tú venias por él… Ese niño te adora.
Anita me escribió a media noche de lo más contenta y me dijo que uno era más bonito que otro… Son lindos, papi, los collares.
—Cuidado con la diabetes, así empezó Cheo, me despidió Eddita.
Yo arrastré el pie, ayudado de mi hermoso bastón de caoba y alcancé el asiento del auto.
Miriam se sonrío y me comparó con el manco de Lepanto, por el nombre y ahora lo cojo; “nada más”, completé yo…
—No seas así; no dije eso…
Me entregué al sueño. De puntillas Eddy se sentó a la puerta en la sillita de Sofi.
Miguelito jugaba con Juan en el patio. Sofi los aventaja en iniciativas. Mancha correteaba como loco. Lejos de apaciguarlo, en el regaño de Eddy, encontraba la necesaria comprensión de sus travesuras.
Miguelito reía conmigo: —¿Esta es tu casa?... ¿Aquí vives tú? Llévame al bosque a cazar osos y dragones.
—¿Cómo se llama éste?
—Un rinoceronte.
—Mi cebra la dejé en tu carro... Ese carro no es tuyo; es de “tu hermano”.
—También tuyo, hijo, porque lo mío...
—Yo no sabo manejar…
—Con tu hermano aprenderás cuando estés más grande. ¿Un besito?
—"Tu hermano" viene esta tarde a buscarme.
—El mío; no, el tuyo...
De pronto me encontré en el centro comercial de Acarigua, acompañado de agradable dama y Miguelito, viajando en un tren moderno de La Habana hasta Santiago de Cuba.
—La patria nació en el Oriente, me lo subrayó un lugarteniente del Che. Y me refirió lo doloroso de ese parto.
Si sólo vivimos en los instantes de recuerdo de quienes no saben olvidar; si la muerte es el olvido total; si aquella es, la única dimensión de mantenernos presente, cuando físicamente no lo estamos, ¿cómo dejar a un lado a quienes nos dieron patria y la posibilidad de ser nosotros, darnos el destino a nuestro gusto?

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