Consiéntanme las letras cubanas este entrometimiento de las mías en los dominios de sus preocupaciones, teniendo en cuenta que, además de deuda personal de gratitud contraída por mí con esta tierra acogedora y cordial, bajo la bandera de la estrella solitaria corazón venezolano siempre experimentará emoción de patria.
Rómulo Gallegos
Mi destino está vinculado a un libro... En los momentos más apremiante salta uno, desde donde menos lo espero.
A la entrada del amanecer, terminé de leer La brizna de paja en el viento, de cuyo autor el llano que llevo por dentro, el mío y de mis padres —no la caricatura, no el estereotipo que inventaron los que miran con los ojos de los afuera, herencia de un neocolonialismo que no cesa—, le debe las dos novelas mejores concebidas sobre el llano, los llanos... La edición es de 1952 (Editorial Selecta, La Habana) y en esa página que contiene sólo el título de la obra después de la tapa-portada, leemos el trazo de una pluma que trae la dedicatoria siguiente: "Al Dr. Oscar Fernández de la Vega, atentamente Rómulo Gallegos". Esto, ese solo rastro de las huellas del Maestro, de otro de los presidentes latinoamericanos, aunque elegido por el pueblo, no pudo culminar su mandato, de las "democracias modelos", glorificadas y protegidas por los intereses económicos trasnacionales, me obligó otorgarle trato solemne a estas páginas. La novela está dedicada a Cuba, y el ambiente predominante corresponde a la Universidad de la Habana de finales de los cuarenta. En el manejo del lenguaje, se echa mano de esa manera alegre y libre del "negro" del hacer uso del que heredamos de España a un precio ciertamente costoso y doloroso.
Ricardo Montilla se encargó de hacernos comprender que Gallegos era un hombre de "Una posición en la vida". En esta novela, la primera que rompe con su "universo narrativo" para denominarlo de alguna manera, o lo que es lo mismo, el ciclo que le dedica a Venezuela y le permite descubrir un país, al examinarlo de manera transparente, denunciar las trabas que impide su desarrollo, las angustias y los males, muchos de los cuales aun padecemos, estará presente esa posición suya indeclinable de hombre de bien, de querer arreglarlo todo por la vía de la educación. No es una exageración anotar, que después de leer sus obras emblemáticas, y las menos conocidas, sus ensayos y discursos, se asume y se conoce mejor a Venezuela a través de sus personajes, muchos de los cuáles, Gallegos conoció de trato y comunicación, antes de convertirlo en los símbolos universales que ahora son. El país pluricultural, con sus costumbres y su manera de expresarse, esta allí en esa obstinación suya de "civilización", de concebir el progreso. Pareciera que Don Rómulo andaba en pleno día, con una linterna en la mano, buscando el hombre que fuera capaz de torcer el pescuezo a la barbarie. Como no lo encontraba, apelaba a los territorios de la imaginación, a la síntesis del símbolo, que ya apuntamos, y que no era el resultado de "laboratorios", sino dictado concentrado de la realidad.
Ese Gallegos, estará de cuerpo presente, en esta obra dedicada a Cuba, con todas sus palpitaciones de aquella obsesionante angustia que lo llevó, a la política, a ocupar la Presidencia del país, a través de las primeras elecciones universales, donde las mujeres venezolanas por primera vez, se le permitió ejercer el derecho al sufragio y a los sectores sociales pobres, en gran medida.
Uno de los personajes, el Profesor Luciente, ocupa papel preponderante, en aquella Universidad de la Habana retratada en la novela[1]... Universidad y profesor, en lucha por su adecentamiento, por la desviación del estudiantado corrompido, aprovechado y alentado por los políticos inescrupulosos de aquella época anterior a la Revolución: Dirigentes que matan por encargos, como única manera de conservar el poder y ejercer el liderazgo: el terror y su consecuente inmediato, el temor, entre las masas desplegado. Esplendor y decadencia de ese modo de practicar la política.
Nos sugiere el comportamiento de los dueños de grandes extensiones de tierra; su poder, sus miserias humanas... Una ama de casa que compra y gana lotería... Se le queda a uno en algún momento la dulzura de la caña y el aroma del melao en proceso de convertirse en azúcar, descrito en aquellas páginas. No se oculta el origen de esos grandes capitales.
La presencia africana, en un país como Cuba que posiblemente ostente, dentro de las estadísticas, el doble de esclavos en comparación con los que fueron introducidos en Venezuela, tenía que ser tema obligado... Allí está su habla, su cosmovisión, y su práctica religiosa...
El héroe de la historia, el que logra inmovilizar al Jefe de la banda de pistoleros —el temido Justo Rigores, un dirigente estudiantil, traficante con el crimen, todopoderoso, pagado con recursos del Estado—, es el hijo de uno de los explotados de los Azcárate, de esos mayordomos fieles a sus patrones, por supuesto, abusado y medianamente recompensado. Tímido y cobarde, es la tipología de este personaje, que asimila las lecciones del Profesor Luciente, a las que se une La Muñeca Azcárate, a su regreso de los Estados Unidos, donde sus padres, hacendados y dueños de centrales azucareros la enviaron a formarse. Estos dos individuos, salvan a Juan Luís cuando pisa el borde de la desviación y está a punto de caer en las redes de Justo Rigores.
De vez en cuando el trazo preciso de estampas de la vida rural cubana:
Ternura de hora temprana con algunas estrellas esperando si lograban ver la salida del sol, ternura de tibias espumas en los cántaros donde se recogía la leche que daban las ubres generosas. La arrogancia de los gallos, el agachamiento de las gallinas y la frivolidad de los pájaros… (p. 258).
La trompada del paisaje sin menoscabo de lo que se cuenta:
Llegó con Florencia a la caída de la tarde. Ya Raquel se los había adelantado. Una turbonada había descargado la atmósfera de la pesantez y el calor de julio, dejándole al sol poniente nubes tiernas para que compusiese crepúsculo suntuoso y en los árboles que rodeaban la casa estaban todos los rajeos, trinos y silbos del pajarío habanero. (pp. 74-75).
El don de saber describir, de convocar a la imaginación dando puerta a la tierra con su gesto capaz de sacudir nuestras emociones, con sus elementos propios y los otros creados por el humano ser:
Tenía cierta gracia aquella agrupación de casitas campesinas, donde no desentonaba la presumida de Juan Marino, entre las humildes de los ordeñadores de las vacas. De madera algunas, pintadas de azul o de verde; de rojos ladrillos sin revestimiento otras, con portales de sentarse a tomar el fresco de la brisa nocturna, las más de ellas, y pretiles sobre los cuales se alineaban cachorros con plantas floridas. No se habían puesto totalmente de acuerdo para componer calle alineada y entre algunas de ellas se habían quedado a dar sombras ceibas frondosas y a enderezar elegancia palmas reales solitarias. Los floridos arbustos de adelfas rosadas y blancas y los de rojas yuramiras y bugambilias mantenían los fueros del campo entre la presumida y las humildes, pero alrededor de todas, allí mismo, estaban los anchos prados donde pacían las vacas, los paños de labrantíos, los diáfanos palmares, las suaves colinas. (p. 49).
No son las pupilas de un oriundo de esta tierra, es la mirada de un foráneo que nos ayuda a descubrir lo maravilloso de “este reino”, el que habitamos:
Lo rodeaba la clara serenidad del campo en el cercano mediodía. Sobre los verdes pastos, la alzada elegancia de las palmeras; en el limpio cielo el canto de los pájaros, entre el olor de la boñiga en el establo de las vacas, el de las flores silvestres y las vacas paciendo, sosegadamente, bien cumplida la generosidad matinal de la leche. No sería extraño que el hijo del guajiro Juan merino supiese estar a gusto en el campesino cuadro. (p. 266).
De ese “pajarío” mortificante de la sensibilidad creadora de Gallegos, nos quedó “los atrevimientos del pitirre contra el aura tiñosa” (p. 292); ¿se nos negará acaso el derecho como lectores activos preguntar que mensaje deseaba propagar el novelista con esa imagen? En la vida de los animales, como en la otra de los humanos, también sucede que un pequeño derrota al gigante.
Utilización de expresiones y términos del habla y vocabulario del cubano... Allí está la utilización del vocablo "guajiro" a la manera del significado que se le otorga en la Isla. Frases que aún día, uno escucha en paradas y mercados o en la estación de trenes de La Habana.
Entra la Avenida el malecón una y otra vez. El Rincón de Martí y el monumento de las víctimas de Maine. Para cerrar el “paisaje cultural”, mencionemos: La Estatua del Alma Máter, las plazas Cadenas y de Catedral, el territorio demarcado “Entre Regla y Guanabacoa”, San Rafael y Galiano, las calles de La Habana Vieja, Barrio de Colón, Colegio de las Hermanas del Sagrado Corazón, Cabaret de los Marinos, Paseo del Prado, Calle Infanta y las pensiones de estudiantes cerca de la Universidad de La Habana, representada en la novela en la pintoresca “Pensión de las Angustias”, a cargo de una jugadora de loterías, madre de Justo Rigores, el director de la escuela de pistolerismo que funcionaba dentro de la Universidad[2]. Parque Central y la estatua de Martí son tratados con palabras de oro: Con pocos elementos se precisa la hora del sufrimiento del apóstol por el sólo hecho de creer y expresarlo bellamente, el convencimiento ya hecho pueblo, de que Cuba tiene derecho a su definitiva Independencia…
El otro paisaje, digamos el brotado sin la intervención del hombre, también está presente en la novela: Playas de Miramar, El Jardín de los Enamorados, Sierra Maestra y Puerto de Boniato —que no es un puerto sino una loma alta—, Parque Alfaro, Valle de Viñales, Almendares, “cerca del Bosque de La Habana”.
De los lugares, asientos de ciudades y provincias que acuden a la narración: La Habana, la Provincia de Oriente, Santiago de Cuba, Pinar del Río, Aeropuerto de Rancho Boyeros, Población de Regla, Islas de Pino y Camagüey, en donde “la fiesta de San Juan [se prolongan] hasta la de San Pedro, devociones predilectas de la localidad” (p. 16).
El ingenio azucarero de los Azacarete está ubicado en la heroica Santiago de Cuba, buena pista para desentrañar en el plano real el amarre de este apellido, con las transacciones económicas de aquella Cuba. Seguramente en él pueda verse retratados algunas de las familias poderosas reportadas en el texto de Guillermo Jiménez, Los propietarios de Cuba 1958 (2006); texto que Camilo Pinares, por mediación de la generosidad de Ernesto Guevara, entregó a mi voraz apetito…
Una posible lectura de la novela: el cuadro social de la época: los dueños de la azúcar, los que se “forman” afuera y retornan (Es el caso de La Muñeca Azcarate), los que producen esta riqueza (Juan Marino, su esposa Rafaela y sus hijos, Clotilde, Eumelia y Juan Luís), los manejadores de los hijos (la negra Natividad, Nati o Mama Otra, como indistintamente la nombra La Muñeca), los intelectuales y artistas (los concurrentes a “La casa del equivocado” en la novela, el equivocado de los azcarate, Eugenio, casado con Raquel, “pianista famosa ya, aunque no profesional” —p. 27—), los negros emancipados, los dedicados a la santería, otra manera de ganarse la vida —el oficio de babalocha—, como el babalao Rufino y la santa Clorindas, después de una larga hoja de servicio prestada al Cabaret, otra de las víctimas de Dionisio Azcarate, “don Juan de aventuras fáciles”… Los excluidos, sobrevivientes de la miseria, personificado en el muchacho “negro tinto… sin expresión de infancia en el rostro, perversa ya la mirada” (p. 83), “malcarado, enseñando las vergüenzas… mugre desde la cabeza hasta los pies” (p. 84). Los comerciantes ambulantes, en la negra Casimira, “vendedora de oraciones y medallas” (p. 84). Los políticos en sus distintas faunas: los idealistas —caso curioso el de Juan Luís proveniente de cuna humilde— y los pragmáticos —Justo Rigores, también de hogar humilde pero con vergüenza de su origen que lo lleva a negar a su madre en público—, con predominio del reformista, del hombre que pretende arreglar la sociedad por la vía del respeto a la ley. El delincuente que se hace pasar por estudiante y en un momento dado superar al jefe: Rubiales y su alegórico aposento, “Mi casa de los pasos perdidos”, de dos pisos, “de vida alegre abajo, de dormitorios de fumadores de marihuana arriba… donde en la fuga del amor mercenario una de las de abajo se aplacaba necesidad de pasión romántica adorando y manteniendo al revolucionario buen mozo, a todo trapo de buen vestir, por añadiduras” (p. 301). ¿Cuál revolucionario Gallegos?
A las casas del equivocado y de los pasos perdidos, se une La pensión de las Angustias, en La Habana Vieja, cerca de la Plaza de la Catedral: Amarilis y dos señoritas que hacían papeles más o menos dramáticos en las comedias radiadas de una emisora: Leda y Lidia, las hermanas Rendiles.
Eumelia, la abusada y raptada por un hijo del patrón.
Todavía la familia Azcárate nos proporciona dos representaciones más: Los acaparadores de las tierras, en novela la propiedad de los Martínez, heredado por Amelia, esposa de Pablo Azcárate: son las Vegas de tabaco de Pinar del Río a cargo de Barnardo (p. 21), y la “finca pecuaria” bajo el cuidado de Clemente (“y de allí, de jinetear caballos en pastoreos de ganados, fue sacando afición a los de carreras” (p. 21).
“En cuanto a Eugenio, que desde pequeño mostró inclinación a libros, ya lo tenía encaminado hacia la Universidad” (p. 21): Al tercer año de derecho, reúne a sus hermanos, les comunica su determinación de abandonar sus estudios y pide la coordinación de los negocios de los Azcárate —La Mano que aludía Pablo—, es decir, una administración centralizada (p. 26).
Alfonso contrae matrimonio con Dulcenombre; Bernardo con Juliana; Clemente con Edith y Eugenio con Raquel. Dionisio en sus afanes de picaflor, aparece vinculado a Clorinda y Eumelia. Nati y Florencia cierran el entorno de mujeres de la familia Azcarate, agregando a Amelia Martínez y las mellizas de Eugenio y Raquel: Reneta y Renata.
La esposa e hijas de Juan Marino, las tres inquilinas de Doña María —o doña Natalicia—; Casimira, la amiga de Nati; la madre del negrito malcarado, la iyálocha Madalena, completan la nomina de los personajes femeninos, para un total de 20, sin incluir a la iniciada “sexagenaria negra, larga, flaca” (p. 109), amiga de la mamá de Clorinda (p. 104); a la Madrina de aquella en la santería (p.110), y a Pelírroja, de los visitadores —negros, mulatos y blancos—, ya en las últimas horas del “día del medio” (p. 109). E igualmente, “varias estudiantes” del mitin de Florencia contra Rigores (p. 223) y las dos tamboreras —“dos estudiantas más, que en el decir de Nati, de esas que por llevá a cabo su propósito de hacerse un buen vivío con un título de dotora, pasan a veces más hambre que un ratón en un saco de clavos” (p. 277)— acompañantes de Amarilis en la nueva residencia, lo que estira la cifra a 25 mujeres, siendo el de mayor peso el de Florinda, La Muñeca Azcárate, quien aspira ser algo más al de la “mujer adorno”, “la pura mujer sobre la tierra” que dijera una de sus cuñadas. La talla de esa mujer enfrentada al convencionalismo de la época y los prejuicios sociales de sus hermanos, nos la reporta una reflexión del mismo personaje:
—Miro y pienso. Yo soy la caña, dentro de la cual se ha cuidado la dulzura y la Universidad será el ingenio donde la maquinaria de molienda triturará y destrozará a la Muñeca Azcárate; pero en el ingenio hay grandes depósitos donde se recoge el jugo exprimido, se decanta la borra que lo enturbie, se clarifica y cristaliza en útil azúcar. (p. 114).
El séquito de Rigores lo integran: Rubiales, Hinojosa, Amarilis, Manuel Darío y Mauricio Leal. Ya en su momento declinante capta a Juan Luís Marino, cuando Rubiales comienza a desconocerlo como Jefe e Hinojosa abandona el país.
El Profesor Lucientes cuenta con la Muñeca Azcárate y se gana para su causa a Mauricio Leal. Florencia conquista a Amarilis y causa estragos en la popularidad de Rigores por el lado de las estudiantas.
Dentro de los asalariados del emporio Azcárate, se produce la ruptura de Dionisio con su mayordomo Juan Marino y de su reacción culpa a los comunistas:
—Un ingrato, ese Juan Marino; un canalla ese hijo de él. Después de haberlo elevado yo a la categoría de mayordomo de la finca, Juan Marino me ha anunciado ayer que está dispuesto a separarse de ella. Le dije que podía marcharse enseguida. Y todo por las infamias con que le ha calentado la cabeza ese hijo suyo, que seguramente es un comunista. Buena paliza le haré dar, si por allá lo veo. (p. 119).
Es el lenguaje de los burgueses, contra los que está enfrentado a su modo, Florencia Azcárate, más que con conciencia de revolucionaria. Posiblemente predomino del carácter del Padre, a quienes los trabajadores reconocían buena gente.
De los trabajadores de la zafra, bajo la dirección de Alfonso, se mencionan a Soledad Reynoso, El Gallego y un hijo de Reynoso. El segundo es un modelo de trabajador en la visión del patrón: El único obrero que no mete pleito por leyes de trabajo mal cumplidas (p. 239).
El capital industrial tiene además representación en el Sr. Martínez, “dueño de la fabrica de tabaco de Monterrey” (p. 12).
No hay una personalización en la novela del capital transnacional, o el musió de Doña Bárbara, Mr. Ranger, pero Bernardo dedicado a las carreras de caballos “residía” en Miami, donde se casa con Edith, norteamericana profesora de College (p. 25). A cambio, no se esconde el carácter de Cuba de exportadora de materias primas hacia Estados Unidos:
Ciento cincuenta días de trabajo continuo convertirían el apretado verdor de los cañaverales de “Los Azcárates” en cuatrocientos mil sacos de azúcar morena dentro del amplio depósito del ingenio.
Pero materia prima para la industria de refinería de los Estados Unidos. Alfonso Azcárate soñaba con verla salir de las manos laboriosas de su gente cubana, blanca, cristalina, cubana por completa. (p. 241).
Esa precisamente es una de las causas de la dependencia de Nuestra América. Y la novela no oculta esa condición. En la página 94 al Profesor Luciente referir la voladura del Maine, asienta: “El teatral acontecimiento, de calculo imperialista aprovechador de nuestros sacrificios por la independencia”. Y en la página 208, también lección de Rogelio Luciente, acusa directamente a la penetración del capital extranjero, como la principal causa corruptora de la lucha revolucionaria: Aquí perdimos la visión exacta de nuestro camino propio. Trágico saldo de la intromisión imperialista en la caída de la dictadura —que malogró la culminación del movimiento revolucionario— del subsiguiente predominio castrense y del restablecimiento del orden constitucional como producto de una transacción entre dos impotencias (p. 208).
No deja de perturbar la atención de la escritura, en nuestro caso, el pensamiento rector del viejo Pablo, a la hora de fundar y definir su núcleo familiar: aunque proveniente de España, el suyo será: —De cubanos ciento por ciento. Porque yo no he venido a América a aumentar colonias, sino a poblar nación (p. 19). Y aunque no hay asomo aparente de interés político en la hora postrera (Se acaba la vida en mí, pero en vosotros dejo la mano Azcárate asentada sobre Cuba, no para oprimirla, sino para exprimirle, cariñosamente, la riqueza que ella puede y debe dar —p. 23—), ya sabemos que del económico al anterior, sólo la separación es de un paso; su testamento dispone que en la “casa de habitación en la calle de Neptuno, de La Habana, ponga Eugenio una de estudiantes, seleccionados entre sus compañeros de carrera más merecedores de estimación y de confianza, para que allí viva junto con ellos y se procure amigos”.
Son palabras del novelista las que siguen: “Era evidente que tal recomendación, de puño y letra del testador, venía dirigida a procurarle a Eugenio ascendiente de intimidad sobre un grupo de estudiantes que, bien escogidos, le permitiesen reforzado asiento de la Mano Azcárate en el mundo universitario” (p. 24).
En Cuba, como en Venezuela, en el mundo universitario, dejaban de abrir su tañido las campanas del mundo político. Incluso en la novela se recoge un hecho histórico: El asesinato de Rafael Trejo en tiempos de la dictadura de Gerardo Machado el 30 de septiembre de 1930. (Cupull y González, 2010: 251).
En cierto sentido eso es la novela: la brega por liberar a la Universidad del control de la desviación (pistolerismo, corrupción, ausencia de organización política con ideología) y devolverla al justo sitio de acompañante, de animadora, de “la exigente misión del hombre sobre la tierra”, “la participación en justas causas”. La prédica del Profesor Luciente, abarca desde la admiración de Martí hasta la concepción del cambio revolucionario:
—Al pueblo no se le hacen sus revoluciones. Es él mismo quien tiene que hacerlas y la función del intelectual debe ser simplemente conductora, porque lo que se elabora arriba, cuando llega abajo no calza. Es como mandarse a hacer zapatos a la medida de la cabeza. (p. 202).
No está desplegado el paisaje, como en sus otras dos novelas más celebradas por la crítica: Canaima y Doña Bárbara. Apenas destellos, asomos. Pero a cambio de eso, permanece el puesto principal, la responsabilidad que Gallegos le otorga a la universidad, a la educación en general, en su lucha por derrotar a la barbarie.
La novela también pudiera ser, el desenmascaramiento de la utilización de la juventud por parte de políticos corrompidos, para quienes el poder no es una herramienta de liberación, si no la plataforma de cosechar sus fines perversos. Pero ambos lecturas, no recogen el planteamiento totalizante de la obra, sino partes del todo; y en este caso, si a las piezas las independizamos del engranaje, descontextualizamos los hechos, y reportamos lo que no es la novela del autor, sino la nuestra, al privilegiar uno de los árboles del bosque, y dedicarle menos atención a la representación abstracta (el concepto) de la sumatoria de estos. Así la floresta se nos hace invisible y la lectura fracasa.
Si sabemos leer, descubriremos el barro, el cruce étnico que sustenta el ser de los cubanos. Una novela que nos permite comprender mejor a Cuba culturalmente, nos acerca más al humano ser cubano: No somos indios, ni africanos, ni europeos... Somos un cruce, una nueva criatura. Esa simbiosis cultural que nos explica y justifica...
El sincretismo religioso, lo africano y lo católico, los dos ritos y sus equivalentes: …el culto de Ochún, divinización africana de la sensualidad, que en lo mitológico griego fue Venus Afrodita y en lo católico cubano —sin que se supiera por qué— se llamaba la Virgen de la Caridad del Cobre. (p. 107). ¡Changó, Santa Bárbara! (p. 106). Yemayá, la santa lucumí que era, a la vez, en el culto católico, la Virgen de Regla. (p. 81).
El capítulo intitulado “Un mundo feo” recoge el reclamo de la negra Natividad ante la Virgen de Regla por el destino del negrito mugriento, sin dolientes:
—¿Qué te pasa, Yemayá, Negrita grandiosa, que no te fijas en el mundo feo que está rodiándote? Mujeres perdidas que dan a luz daños de mayomberos y santeros buenos que no acieltan a sacale del cuelpo el ndiambo al pobre muchacho, el bilongo de que lo concibió la madre. Yo conozco al babalao Rufino. He visto cómo le obedecen los Orishas cuando él está haciendo un registro, con su mano de caracoles en la derecha apuñá, mientras dice las palabras debidas… (en lengua de nosotros) ni bien para mal, ni mal para bien. ¿Por qué permites que al bacalao se le reviraran los santos cuando quiso hacerle el registro que un mal día pué terminá en la Isla de pinos? (pp. 85-86).
Una concepción de la vida —desconocida por la otra de los vencedores, despachada a la ligera con el mote de superstición— puesta al servicio del arreglo del mundo, de la sociedad.
Esa intolerancia, de una superstición que no se reconoce en uno, pero reconoce la del otro, se expresa en diálogo entre Dionisio y Natividad siguiente:
Dionisio, que habitaba la casa de la Muñeca para tener a la vista la finca que administraba, sospechaba que Natividad mantuviera relaciones con el mundo negro de la santería.
—Ya te dicho que eso no es veldá, niño Dionisio— replicábale ella. —Parientes santeros sí tengo. Si es que algún negro pué decí que algotro es pariente suyo.
—¿Y brujos?
—¡Sola vaya! Mayombe es congo y Lucumí es religión. Los santos lucumises no se prestan a bilongar. Pero otra cosa te digo, niño Dionisio. Tú sí que eres aficionao a asomá los ojos a esos mundos de santería y embrujería. No pierdes toque de eso. Y haces mal en curiosiá pa réite, polque lo que se mira se almira y eso no es pa blanco. (p. 82).
Las descripciones de: igbodu —el cuarto secreto donde están los santos lucumises y se hacen los ritos—, de los altares y el día de recibir santos acusan ajustada verosimilitud, cómo ésta dedicada a la molienda de la caña:
Bosque de hierro trepidante, maraña intricada de escalerillas, tuberías de bombas, barras, cables de acero. Grandes ruedas dentadas, movidas por calderas de vapor dentro de las cuales zumba el fuego, mediante los piñones en que engranan, les trasmiten a los molinos el movimiento regulado por las voladoras y en lo que ya es bagazo, de olor agrio por el maltrato sufrido por la dulzura, la maceradora vierte jugo que ayude a exprimir el que allí quede todavía. (p. 240).
Todavía hay espacio en la novela (aunque colateral), para un asunto aún de interés relacionados con los Medios de Comunicación Social en manos privadas:
—¿Por qué hablas así, Lidia?— díjole la hermana. —No estás ante el micrófono.
—Es verdad— repuso Lidia. —La costumbre de representar criadas mal habladas…
—¡Vaya, pues! Otra vez las eles en vez de las eres.
—Déjame, Leda. Esto no tiene remedio, chica. La radio me ha acostumbrao a que si no hablo vulgarmente, diciendo groserías, me cambian la frecuencia…
Entendemos, de acuerdo con lo manifestado por el Dr. Raúl Roa Kourí, que el personaje, "Profesor Luciente", existió en la vida real, y tiene que ver, con los afanes modernizante de la universidad de Raúl Roa, padre, el de la celebre entrevista a Gallegos, a su llegada La Habana en 1948, en la revista Bohemia. Esa brega de la puesta al día de la Universidad y del papel que debe cumplir en la sociedad, más allá de sus obligaciones diarias, no podían serle indiferentes al Maestro a la hora de escribir su novela sobre Cuba.
Según me dijo Roa Kourí, quien al hablar sobre el tema, pareciera escribir un ensayo; Gallegos, echado de Venezuela, por un golpe militar liderado por Pérez Jiménez —"Yo soy el Presidente prisionero", le repitió a sus captores—, llega a Cuba, a comienzo de diciembre del año ya indicado y permanecerá en la Isla, hasta días cercanos al golpe de Batista. En ese tiempo concibe y escribe la novela. La edición que comento tiene fecha de impresión, 28 de febrero de 1952.
Primeramente, se alojará en el Hotel Nacional. Luego será huésped de la periodista Socorro Hernández Catá, hasta establecerse en el Edificio América.
El Gallegos que arriba a Cuba en la letra de Ciro Bianchi Ross era "Un hombre corpulento, de mirada aguda y profunda y aspecto austero":
Se acercó a la ventanilla correspondiente y como cualquier hijo de vecino en trance similar presentó sus documentos al funcionario cubano de Emigración.
Era las diez de la mañana del domingo 5 de diciembre de 1948. En una época en que los vuelos irregulares iban haciéndose un fenómeno regular, ninguna expectativa despertó en el aeropuerto de Rancho Boyeros el anuncio del arribo de un vuelo no previsto procedente de Caracas, hecho minutos antes por la torre de control de la instalación aérea. Pero el empleado de Emigración no pudo reprimir su asombro al leer en aquel pasaporte el nombre del recién llegado. Tenía ante sí al famoso autor de Doña Bárbara, a don Rómulo Gallegos, presidente de la República de Venezuela.
Recrea Bianchi Ross, momentos preliminares a la llegada, todavía el presidente prisionero en tierra venezolana:
En la madrugada de aquel domingo 5, Rómulo Gallegos fue llevado al aeropuerto de Maiquetía, donde lo esperaban su esposa e hijos, y montado por la fuerza en un avión de la Pan American que se mantenía con los motores encendidos y que partiría con rumbo desconocido. Luego de 15 o 20 minutos de vuelo, el capitán de la nave se acercó a don Rómulo y, dándole trato de Presidente, le preguntó a dónde quería dirigirse.
—¿No ha recibido usted órdenes de llevarme a algún país determinado?
—inquirió Gallegos sin poder reprimir su asombro.
—La orden —respondió el piloto— es la de llevarlo al lugar que usted escoja. Hay combustible suficiente. México, Estados Unidos, Cuba… Usted dirá, Presidente.
El trato reiterado de Presidente, título que había mantenido con dignidad frente al cuartelazo traidor, pareció devolverle todos sus atributos y con júbilo sereno exclamó:
—¡A La Habana, por supuesto!
En su sabrosa crónica memoriosa, no deja que pase por debajo de la mesa, Bianchi, lo que debemos tener presente en la actual brega por la profundización de la democracia en el continente:
Por cierto, en sus declaraciones a la prensa habanera, don Rómulo se refirió con todas sus letras a la participación de Washington en el golpe de Estado que lo defenestró y denunció por su nombre al agregado militar de la embajada norteamericana en Caracas por su intervención en los hechos. Al hacerse eco de sus palabras, sin embargo, la prensa no mencionó nombres específicos, sino que aludió al papel de "una potencia extranjera" en el suceso. Solo Prensa Libre, el periódico de Sergio Carbó, y Hoy, el diario de los comunistas, se refirieron directamente a los culpables.
La agenda cumplida el día de su llegada, abarcó:
Un fugaz paseo en automóvil por la ciudad, en compañía de Raúl Roa, le permitió constatar las simpatías de que disfrutaba en Cuba. A las ocho de la noche acudió al programa radial de Eduardo Chibás, líder del Partido Ortodoxo, y las ondas de CMQ transmitieron sus palabras para dentro y fuera de la Isla. En ese espacio Chibás dio lectura al documento en que don Rómulo explicaba a Cuba y al mundo la causa de su derrocamiento y su postura frente al pronunciamiento militar. Un poco después, en el Gran Estadio del Cerro, más de 40.000 fanáticos que presenciaban un juego de béisbol entre los clubes Habana y Almendares, al ser anunciada su llegada, puestos de pie, lo aplaudieron durante varios minutos.
A día siguiente de su llegada,
el Ayuntamiento capitalino, a solicitud de los concejales comunistas, lo declaró Huésped Ilustre de La Habana. La Cámara de Representantes lo invitó de manera especial a la sesión conmemorativa por el aniversario de la muerte de Antonio Maceo; y en el Senado, el farmacéutico Germán Álvarez Fuentes, "el hombre de la Ipecacuana", senador por Camagüey, presentó una moción de condena al golpe de Estado y pidió que se retirara de Caracas la representación diplomática cubana.
Por supuesto que no faltará las atenciones del Presidente de Cuba de aquella época.
En esta travesía por Cuba, acompañarán al novelista, también en la condición de exiliado, Rómulo Betancourt, Luís Beltrán Prieto Figueroa, Andrés Eloy Blanco, Carlos Andrés Pérez —a quien Roa Kourí recuerda "con los fundillos remendados", para distinguirlo del que se enriqueció con los negocios derivados del cohecho y la corrupción administrativa— y muy probablemente don Ricardo Montilla.
Entre otros contertulios, además de Raúl Roa, padre, Hernández Catá y el dueño de la revista Bohemia; Roa, hijo, recuerda la presencia de ese dominicano excepcional, digno en todos los menesteres que encaró, Juan Bosch, a quien —como a Gallegos— un triunvirato de Militares y los Estados Unidos, no le permitieron gobernar a su país.
Gallegos, Prieto y Blanco son lecciones vigentes con mucho que decir a las generaciones de venezolanos. Los otros dos políticos, cada día con menos opción de diálogo con el presente y el porvenir.
A diferencia del Gallegos que describe Bianchi; el alojado en la habitación 321 de Hotel Nacional que Roa entrevista y presenta para sus lectores de la revista Bohemia (12 de diciembre de 1948); el novelista significa algo más del hombre afligido:
—Es Usted el primero de mis amigos que llega a saludarme... ¡He venido a Cuba, tierra libre, a refugiar mi dignidad de hombre y mi dolor venezolano!...
—Creáme, presidente, estamos viviendo la tragedia de su patria como si nuestro pueblo fuera el protagonista. Cuba entera ha repudiado el artero cuartelazo que ha destituido su gobierno y Cuba entera está con usted. Las conciencias a sueldo no cuentan. Está usted en su casa. Bolívar postuló que las patrias americanas eran una sola patria. Martí se proclamó hijo de Venezuela. Usted, es, por derecho propio, hijo de Cuba... ¡Si Rómulo Gallegos fue siempre mucho más que presidente de la república, Rómulo Gallegos, desterrado por defender la dignidad hispanoamericana, es un símbolo!... ¡El más alto símbolo de la libertad agredida y de la democracia traicionada!, comentó el periodista.
La caída de Gallegos le cuesta al país 10 años de dictadura. En 1959 retorna al gobierno Acción Democrática, el partido que llevó a Gallegos a Presidencia, pero definitivamente apartado del Programa que pretendían ejecutar en 1948.
Al momento (1978) de develar una modesta tarja que señala la casa donde vivió Don Rómulo, en La Habana; Roa, hijo, lo evocó así:
Don Rómulo era imponente. Alto, cetrino, serio, de voz que parecía salir de un caño del Apure. Vestía usualmente de blanco, aunque debía ser por el clima, porque siempre lo vi luego, en México, Nueva York y en la misma Caracas, de oscuro. Me inspiraba respeto, pero no miedo. Durante su estancia habanera, de casi tres años, le conocí muy de cerca. Vivíamos a unos pasos del Edificio América, donde estableció finalmente su residencia, y sus hijos eran mis asiduos compañeros.
Precisa el marco socio político de La Habana, donde se escribió la novela y hasta nos revela el proceso de creación de uno de sus personajes:
La Cuba de entonces, si bien acogedora y solidaria, atravesaba una profunda crisis. Frustrada la revolución antimachadista, ahogado en sangre el movimiento popular por Fulgencio Batista, la república se debatía entre el asalto al tesoro público de los gobiernos de Grau y Prío y la entrega de las riquezas nacionales a los monopolios extranjeros.
El drama fue apresado, con singular maestría, por la pluma de Gallegos. Su novela cubana, La brizna de paja en el viento, es un trasunto de la agonía de nuestros pueblos. Hace poco recordaba, con Luís Manuel Peñalver, un episodio fundamental en el parto laborioso de aquella obra.
Reunidos en casa de Gallegos, mi padre rememoraba, con verbo febricitado y rafagazos definitorios, anécdotas de la gesta antimachadista y de la lucha contra el bonchismo universitario, en los años subsiguientes. De pronto, todos notaron el silencio de Gallegos, su mirada concentrada en el narrador. Una semisonrisa animaba su rostro. Roa, detenida su torrentera por aquella pausa, casi beethoveniana, se puso huyuyo.
“Oye, viejo,” le espetó a Don Rómulo, “¡Tú quieres meterme en tu novela!”
Así nació el Profesor Luciente, personaje central de La brizna de paja en el viento.
En su primera visita lo había impresionado el trágico espectáculo de la Universidad de La Habana, "a merced de una gavilla de pistoleros". Ese sería el nudo central de La brizna de paja en el viento, escribe Bianchi.
¿Puede reducirse la novela a su nudo principal? Si la despojamos del resto del magma argumental, ¿que nos queda? Sospechamos que eso cuenta para el cuento, que requiere de golpes de entradas efectivos que inmovilicen al lector; pero la novela se impone por decisión, necesita de fajarse paso a paso con el lector. Depende de lo que sus personajes sean capaces de trasmitir de sus angustias, de sus esperanzas, de trastocar nuestras emociones, hasta convertirnos en sus seguidores por los laberintos donde se encierren.
La novela está divida en cuatro partes: La voluntariosa, La desviación, y El trágico encargo. La primera parte en siete capítulos: I.-El Fundador (Seguido del complemento La mano Azcarate). II.-Juan Luís. III.- Mar de fondo (Secundado de los apartes “Jovialidad y cavilación” y “Función de circo”). IV.-Cuando se nos arrebata el miedo (Seguido de “Crisis” e “Y aquella noche…”). V.-Un bonito mundo (Seguido de “Un mundo feo”). VI.-El Profesor Luciente. VII.-Regreso de Visionaria (Escoltado de “Tiempo muerto”). La segunda parte en cinco capítulos: I.-Se lo dijo el ardiente corazón (Seguido de “Justo Rigores”, “Las cartas viradas”, “Amarelis” y “El hombre instrumento”). II.-Problema de paralelas (Seguido de “Estaba en el cardex” y “Una entrevista decisiva”). III.-La pensión de las angustias (Seguido de “La triste dulzura” y “Telégrafo de señales”). IV.- La rebelión (Seguido de “La vuelta al camino” y “Lección inaugural”. V.-La hora del avestruz (Seguido de “Momento sentimental”, “Un problema resuelto” y “Su mejor sentimiento”). Y la última parte siete capítulos: I.-Zafra. II.-Consejo de santera (Seguido de “Asiento de santería”, “Una más” y “La tremenda seguridad”). III.-La ira en el pulso (Seguido de “Recuerdo de la infancia” y “De mucho sirve a veces…”). IV.-Autoanálisis (Seguido de “Oración y premeditación” y “Solución de continuidad”). V.-Sospechas (Seguido de “Alardes” y “Atrevimientos”). VI.-El rescate (Seguido “Bajo el estruendo del mar”). VII.-Tenía encargo de matar (Seguido de “La pura mujer sobre la tierra”).
Creemos suficiente que el sólo el enunciado de los capítulos y la manera como está estructurada la obra, permiten dar con la secuencia narrativa empleada: Definición de los personajes, planteamiento del problema y desenlace. Por un solo carril los personajes avanzan en sus propósitos desde el inicio hasta el final.
El nudo central puede ser ese y lo es, ¿pero de cual de las tres partes? Siendo de una, ¿las otras dos no entran en el aspecto valorativo en el momento de intentar un resumen de la obra? Luce que el personaje mejor concebido, es precisamente el Profesor Luciente, y es el de mayor influencia en el desenlace del conflicto, no siendo “el trágico espectáculo de la Universidad a merced de una gavilla de pistoleros”, una excusa para doblar espadas contra las fuerzas que impiden el desarrollo de los pueblos de sus desvelos. En la prédica de Luciente el combate contra el pistolerismo se anotaba en la “línea de conducta reivindicativa del espíritu genuinamente universitario, no sólo en el cuidado de la dignidad de la institución, sino también en el de conservar y depurar la influencia del estudiantado en el orden político y social como fuerza moralizadora proyectada hacia las esperazas populares”. (p. 230). Ese que Bianchi considera el “nudo central”, en realidad es un sub-nudo, por encima del cual está el que une todas las partes de la novela en un todo. Lo circunstancial dentro de lo imperecedero, ¿Cuál vale más?
Me inclino a escribir que en este libro “Gallegos desenvuelve en sus páginas el dramático tema del pistorelismo estudiantil, como un episodio cubano del secular conflicto entre la barbarie y la cultura en nuestra América. Es un libro, pues, transido de la entrañada preocupación que inspiró sus anteriores novelas”.
Del ambiente de aquella política en degradación que conoció durante sus tiempos de exilio en La Habana, nació La brizna de paja en el viento, anota aceptadamente Salvador Morales Pérez; en lo que sigue persiste algo del error de querer referir a la novela por lo menos sustancial de su ser:
La trama central de la obra, las peripecias de la familia Azcárate, descendiente de un afortunado inmigrante hispano, que pudiera ser un reverso de Mi Tío el empleado, de Ramón Meza, tomó como escenario político social el surgimiento del “bonche” en los predios de la Universidad de La Habana. Después del derrocamiento del régimen revolucionario de 1933 —el gobierno de los cien días en el cual descollaron las medidas revolucionarias y antiimperialistas de Antonio Guiteras— surgieron algunas agrupaciones armadas que degeneraron hacia el pistolerismo político. Ciertos personajes de la novela fueron extraídos de aquel contexto marcado por la confrontación confusa entre grupos y autoridades y entre los mismos grupos. La trama gira en torno al proceso de decantación que sufrieron aquellos sectores frustrados en sus aspiraciones de cambiar las condiciones de la vida política. Es la historia de un proceso de orientaciones turbias que al llegar al final de su callejón inconcluso se deprime en los pantanos de las aspiraciones egoístas y sin escrúpulos que no llega a apagar del todo la chispa de la inextinguible esperanza. (p. 121).
¿Es que las alusiones al largo y doloroso capítulo de la conquista y colonización, con el comercio de seres humanos incluido están de adorno en la novela? ¿Y la otra etapa histórica, la de la dominación imperialistas, patrocinante de dictaduras, no dice nada? ¿Y el rico fluir popular del pueblo cubano? ¿En la imagen de la familia Azcárate, acaparadora de tierra y centrales azucareros, no está implícita la contradicción entre capital y trabajo? Están los de arriba y están los de abajo.
En consecuencia al privilegiar la excusa circunstancial, dejamos que una buena parte de la novela pase por debajo de la mesa. No es un problema el referido: están esbozados varios problemas, dignos de la preocupación de un educador a carta cabal que vio en la cultura el despeje definitivo del muro que impiden la camaradería entre los seres basados sobre el “Derecho” y no sobre la voluntad de un individuo, enmarcado en la realización plena de ser mejores ciudadanos. Ese largo episodio de atropellos, de oscurantismo —“…por la ignorancia se nos ha esclavizado más que con la fuerza”—, de violencia desatada inducida desde afuera, en pago de las riquezas que se llevan de América, de la negación de derechos humanos elementales, de la supremacía de la fuerza sobre el derecho, no puede ser otra cosa que la barbarie.
Dos párrafos de la novela orientan bien: la desviación del movimiento estudiantil de la “fuerza pura” del estudiantado cubano ligado a un ideal de patria:
No se toleraba dignidad que se atreviese a reclamar respeto a sus derechos inalienables y para el castigo de sus enderezamientos ante la arrogancia del opresor no sólo hubo cárceles brutales, sino pistoleros también fuera de ellas y voraces tiburones en los trechos de mar por donde a ellos fuesen llevados quienes deberían desaparecer y la Universidad no pudo abstenerse de la participación activa de la justa rebelión.
Un día de septiembre de 1930. Patio de los Laureles. Animosa y numerosa reunión. “—Somos una fuerza pura, conviene aclararlo desde ahora y para siempre.” Diría el manifiesto que allí se convino en lanzar, como si se presintiera que en posibles encrucijadas, camino adelante, se producirían desviaciones. Concluía el manifiesto pidiendo la renuncia del dictador y en la reunión se acordó entregárselo al pueblo de Cuba en las manos de un maestro de pensamiento y de conducta que por libertad y dignidad cubanas tenía alzada la voz acusadora y que a ello fuese el estudiantado en masa, absolutamente desarmado. (pp. 125-126).
El deslinde de la guerra inútil; de la necesaria, de la justa; del empleo correcto de la violencia. Para un lector venezolano, cabe el señalamiento gráfico de la confrontación en nuestras universidades, de los “Ultrosos” contra la izquierda organizada… de ésta enfrentada a la Ultraizquierda cuyos lideres generalmente terminan su jornada ubicados en la pradera del delito común o absolutamente domesticados en las filas de la derecha. Esa desviación en la novela la encarna El Caudillo, Justo Rigores, el “hombres instrumento”, cabeza destacada de los “Grupos de Acción”. El otro bando, Profesor Luciente por delante, la representa el estudiante Mauricio Leal. En ese enfrentamiento por el control de la universidad se vale todo: No hay escrúpulos… la manipulación no conoce frontera. El llamado Salón de los Mártires —“santuario de nuestra mística” (p. 169)— es expresión de cuantos caen bajo la acción de la iniquidad armada: En palabras de Rigores, “el ánimo vindicativo ante la espiritual presencia de los que supieron caer para perpetuarse” (p. 169). Se dice que a la madre de Manuel Darío, un buen muchacho, inmolado inútilmente, —ya se sabe que ese tipo de liderazgo personalista, requiere del miedo, del pánico que siembra entre las masas para su subsistencia—, “ya la desviación le había costado dos hijos. No le quedaban más para el tremendo encargo” (p. 150).
Y esa “desviación” tiene patrocinantes desde fuera de la universidad y así está expuesta en la novela:
—En el Ministerio nos suprimieron la nómina, violentamente; el Rector obliga a que se le entregue la llave del Salón de los Mártires y permite una posible insurrección de mujeres dentro del recinto universitario… pero yo tengo en mi poder, como quien no dice nada, un aspirante a mártir. (p. 171).
Es la expresión del cohecho en la cara más perversa de la política: El manejador de hombres, a su vez instrumento de un aparato mayor de opresión. ¿Eso es toda la novela? No lo es… Ni siquiera puede explicar su título donde se supone está recogido el contenido que alude en pocas palabras…
—No seas brizna de paja… una vida extraviada carente de un ideal encaminado a realizar el bien, reestablecer la justicia por la vía del derecho…
Tengo para mi escritura que La Brizna de paja en el viento, cumple con aquello del espejo alojado al lado del camino, recogiendo la vida que por allí transita.
Terratenientes que vienen del Pilar del río con olorosas hojas de tabaco bajo el brazo; y otra vez el espejo escrito aguardando a los dueños de centrales azucareros que vienen de Santiago de Cuba, después del cargamento de azúcar morena enviado a los Estados Unidos. Todos los prejuicios de clases incluidos en los marco del espejo que impiden a Florencia contraer matrimonio con el guajiro Juan Marino. Florencia se revela y el amor se hace. Los males de la conquista y la colonización, y también de la presencia imperialistas, pasan por el espejo y este espejo de Gallegos, los aprecia y denuncia. Pasan la corte de los dioses venidos del África… De las putas convertidas en santas por la gracia de la fe. El paisaje pasa en don de gracia. Entra el hablar apurado de los cubanos, cambiando ele por ere… Los desviados, los que vendieron el alma a “poderoso es don dinero”, y los que pretenden devolverlo al camino del bien… lo que creen que la universidad, nuestras universidades, deben de estar al servicio de las mejores causa del hombre, de la humanidad, pasa un trozo de la vida en nuestra América.
Develamiento y revelación contra la opresión y el atraso. Contra todo dominio que nos niegue la luz… Defensa de nuestro ser. No callar la injusticia y enfrentarla desde la educación, sin más arma que la razón… Volver la mirada hacia ella, nuestra la tierra, cómo lo pedía Andrés Bello: buscar el vigor en ella cuando se pierde… Todo esto es la novela. Lo otro, es no saberla leer…
—Me agrada encontrarte así, sentado en la tierra, en contacto con ella. Cuando Anteo la tocaba volvía a su cuerpo el vigor que hubiera perdido. (p. 181).
Así hablaban un presidente echado de su país por un golpe militar. Y en esa posibilidad, la mejor justificación de este libro, dentro de la primera vez que el maestro, sale de la tierra y el hombre que nutrieron sus novelas anteriores.
La anécdota de cierre empleada en la reseña periodística de Juventud Rebelde, proporcionó lugar para la reflexión:
Recordando quizá aquellas palabras de Prío, preguntó a Roa si creía posible un golpe de Estado en Cuba. Roa, de manera enfática, negó esa posibilidad "porque hemos madurado demasiado para que eso pueda ocurrir y en el Ejército no hay nadie que tenga condiciones de caudillo" dijo Roa. Don Rómulo, seriamente preocupado por los acontecimientos, atajó a su interlocutor.
—Te equivocas. El caudillo está ahí, agazapado. Se llama Fulgencio Batista. No trates de averiguar en qué fundamento mi presunción. Es olfato de novelista— advirtió el venezolano.
Aquél que supo leer correctamente la realidad política cubana, le falló su olfato de novelista en los momentos cuando le advirtieron de la tragedia venezolana en cierne.
Esta novela de Gallegos, como todas las suyas, confirma que la literatura en él, no era asunto de pasatiempo, ni la de un improvisado, sino prolongación de un sólo acto: la pasión de educar, de crear conciencia de bien y de grandeza, ética y estética, canal expedito de una sola angustia: grito de la tierra herida, en la esperanza de encontrar las maneras de cómo superar las fuerzas que impiden el desarrollo de nuestros pueblos:
De la siembra de violencias hecha por la aventura conquistadora en el suelo indoamericano, de la complementaria sumisión a que acostumbró el fraile adoctrinador, del apoderamiento de la riqueza por unas cuantas manos aprovechadoras del trabajo esclavo en la vasta tierra que debía producirla, de lo geográfico e incluso lo telúrico que tendían a construir sobre ella un tipo de hombre de presa que en ancho espacio pudiese campar por sus fueros, de todo eso dentro de las modalidades propias y de la interesada complacencia imperialista del vecino poderoso para quien atrasados y oprimidos pueblos eran deseables mercados de sus industrias, provino el dictador hispanoamericano y Cuba lo padeció. (p. 125).
A este Gallegos, y a esta novela dedicada a Cuba, cuestan dejarlos abandonados en el camino…
¡Ay! Pobre del político que no puede para hablar para todos los tiempos…
…En esta tierra acogedora y cordial, bajo la bandera de la estrella solitaria corazón venezolano siempre experimentará emoción de patria…
Miguel Pérez
La Habana, 12 y 20 de diciembre de 2011
Bibliografía
Cupull, A. y González, F. (2010). Julio Antonio Mella. Biografía. La Habana: casa Editora Abril.
Gallegos, Rómulo. (1952). La Brizna de paja en el viento. La Habana: Editorial Selecta.
Jiménez, Guillermo. (2006). Los propietarios de Cuba 1958. La Habana: Instituto Cubano del Libro. Editorial de Ciencias Sociales.
Morales Pérez, Salvador. (2005). Encuentros en la historia: Cuba y Venezuela. San Carlos de Austria: Instituto de Cultura del estado Cojedes.
Roa, Raúl. (1950). 15 Años después. La Habana: El Autor.
Roa Kourí, Raúl. (1978). Evocación de Rómulo Gallegos. (Copia digital facilitada por su autor).
Entrevistas
Con Raúl Roa Kourí, el día lunes 5/12/2011.
Con Ángel Arcos Bergnes, sábado 17/12/2011
[1] Enseñaba Filosofía como doctor en ella y regentaba, además, una cátedra libre de Historia de la Cultura, para cuyo numeroso alumnado se requería que fuese en el Aula Magna de la Universidad la docta y original exposición profesoral (p. 87).
[2] En la Calle L y 19 de El Vedado, cualquier estudiante de la época puede mencionar La Bombonera. Según confesión de Ángel Arcos Bergnes “alrededor de la universidad casi todas las casas eran pensión de estudiantes”.