La poesia y los días

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La escritura hija de los días. La que inventa al día, le da sentido y sustento y la que los días crean a su imagen y semejanza. Toda imagen que conmueva, que desordene los sentidos y sea capaz de convocar al desasosiego, al diálogo interior que es justificación de todo autor. La palabra que sobrevive, y en consecuencia, se distingue de la otra endeble, que cae al piso como hojas desmayadas. Posiblemente tendrá cabida otra tentativa: La que no provine de la experiencia personal; sino de la que se hace colectiva, nos elige de morada pero que nosotros no vivimos y llega como un eco de otro tiempo.

Ese será el acento de esta escritura, de allí su virtud y tragedia. No defenderemos ni una ni otra.

Frente a lo cotidiano y su contrario, habita el asombro; en este caso, la palabra que está por escribirse. No fumamos de lo concluido...

APUNTES IDEAS EJERCICIOS Y CRÓNICA DEL MÁS LARGO VIAJE DE LA UTOPÍA

martes, 31 de enero de 2012

Reynaldo Pérez Só: Ajeno al ruido. Una escritura como habla el silencio

Asumió la poesía como norma de vida, única posibilidad
de hacer aire y de penetrar en el corazón de las cosas
con audacia, iluminado siempre, lúcido, pero siempre callado;
buscando eternamente la verdad en las cosas hasta bañarlas
con el rigor y la observación penetrante que descubrimos
en sus textos.
José Napoleón Oropeza (2002: 245-246).

Yo, sin más méritos en la vida que la autoría de dos o tres poemas que me distinguen; que me caracterizo por hacer alarde de la buena memoria, no doy con la hora y el día en que por primera vez mis sentidos se percataron de la existencia de Reynaldo Pérez Só… Descubrieron este nombre y estos apellidos.
¿Quién es Reynaldo Pérez Só? Es el acometido que mediante esta conversación nos proponemos andar y desandar.
El laberinto de mi ya estropeada memoria, me incapacita ubicar además el lugar, de la tierra y el cielo, cuando yo por primera vez, vi este nombre en alguna línea de algún diario o revista. Pudo haber sido en San Fernando, mi amada ciudad, de mis dos últimos años de estudios de bachillerato, donde yo era un apasionado lector de alto vuelo, en guerra permanente contra el sueño y toda obligación que me apartara de libros y papeles que desde entonces ya acostumbraba almacenar en sitios estratégicos de mi habitación, muy próximos a un costado de la cama, o cerca de la hamaca, si fuera el caso. 
Tengo más conciencia, que fue en San Carlos, la otra ciudad de mis amores, a mi regreso de Europa, cuando por fin entendí que la poesía era un largo proceso de aprendizaje que a veces por mucho empeño que se así se consuma, está negada para algunos mortales, así como fracasa la mayoría de nuestros profesionales, cuando me detuve en el reparo de este nombre.
¿Quién es Reynaldo Pérez Só?
Puedo decir que primero lo leí y después lo presencie de carne y hueso.
La primera estatura suya, me la dieron sus libros; libros que fuertemente me impresionaron. Y no podía ser de otra manera, porque difícilmente un escritor no se ubica más allá de su obra: existe la larga lista de quienes escribieron y peor aun, publicaron, para demostrar que no son escritores.
En un medio que se caracterizaba y se caracteriza por la abundancia de recursos, de retórica inútil, de imágenes y figuras desgastadas; él, Reynaldo Pérez Só, optó por el empleo de “dos o siete palabras” para decir mucho; le devolvió a la palabra todo su poder sugerente, su esplendor, su gracia, su poder de nombrar y persuadir; la despojó de las nebulosas con que la mayoría de nuestros poetas ahogan las palabras, convirtiéndolas en objetos que ya no cumplen el acometido al que están destinadas. Son las palabras sin camisa y si pantalón que alude Napoleón Oropeza:

…las palabras, desnudas, esenciales… En esta manera de nombrar las cosas el recogimiento interior del ser poeta y ser lector se produce ante el encanto de palabras que alcanzan un peso específico. No se evidencia deseo de comparar, expreso o indirecto. (2002: 248).

Esa es su principal virtud como escritor: fundó otra posibilidad de ser; le dijo no en muchos sentidos, a la llamada generación del 58, con la que la ciudad se hizo palabras, poemas y canciones y la política convivió, sin estorbarse, con la belleza, pasando a desempeñar roles de primera línea en la dulce locura de transformar el mundo[1]. ¿Acaso es poca cosa esta actitud de Pérez Só? Como no lo fue el hecho, que él dijo “no”, precisamente para decirle sí al esplendor de esa entonces nueva poesía que aún sigue conmoviéndonos a todos, sin ubicarse en el terreno de los que creen que la poesía debe permanecer sin bañarse, sin cambiar de traje, desde los tiempos de la colonia hasta hoy.
Después vino mi implacable persecución de su hacer, de su vivir y escribir.
Un viaje a Caracas me deparo la ocasión —bendita ocasión— de adquirir 25 Poemas de Reynaldo Pérez Só que le publicó Fundarte en 1982 (un año antes de mi primer arribo a esta Ciudad de mis tormentos, de mis atardeceres, de mis amores, de mis amigos, donde nacieron mis hijos y mi existencia ha transcurrido sin darme cuenta: San Carlos de Austria, acosado por un terrible despecho del imposible regreso a la tierra de mis padres).

estoy pleno
de sol y corro
entre campos
crece el árbol crece
en mi vista

cuando el sol no
existe
otro sol camina
y hace día

en la lluvia  yo creo
yo creo en la tierra
que crezco. (p. 10).

Este es la dimensión exacta del poeta de quien les hablo y posiblemente no he podido aprehender en mi decir…

hoy tiemblo
no importa si amaba
(…)
día de hoy es

ni una carta dejo al siguiente

el cuarto me cubre
forrándome. (p. 8).

Creo; me parece —y por parecerme existo dentro del bien, pues el único reino del hombre que no conduce a la perdición es el de la duda y la incredulidad—, que estás líneas más bien brotan del silencio, de la casa, de la calle o del patio, de la puerta, con semblante de madre y padre, pero no en la formas de la existencia real, sino las que habitan dentro de los abismos interiores, más allá de la razón, de ese laberinto llamado conciencia, con sus lados oscuros y luminosos. ¿Qué hay más allá de la conciencia del hombre? ¿Qué abastece su incesante recordar?
Lo interno, la memoria, todo ese archivo de lo vivido, me lo imagino como un universo. Y eso buscó en cualquier escritura.
Reynaldo inventó su propio método de trabajo: se recoge en si mismo y se entrega al silencio: lo deja que fluya y cuando está en su mejor punto, le permite que hable, pasito a pasito, como si se tratara de una criatura que apenas comienza a caminar: Es el silencio el que habla y alimenta el clima de esta escritura, sin salirse de su cauce:

el árbol
y el algodón de la cama

la puerta
entornada

que voy entrando
de cuerpo

en la puerta misma
en el árbol que veo
con el suave algodón. (p. 11).

Son veintiocho palabras que el silencio cansado de tanto callar, nos devuelve en ritmo y sonido, atado por un hilo invisible detrás del cual está el hombre, pero también está la puerta, la cama y el árbol. ¿Acaso se trata de la soledad irremediable a la que está condenado el humano ser? ¿Qué somos cuando nos encontramos en lo profundo de nuestros dormitorios, cuando apenas somos uno y los objetos-palabras que van dándolo extensión a la película del pensamiento que emana cuando nos encontramos solos, muy próximos al sueño?

el hombre que está en mí
el árbol
la piedra (p. 18).

Sospecho que estamos frente a una metáfora que nos conduce a la terrible soledad del hombre de nuestras ciudades, agobiado de la vida azarosa de esas urbes, donde cada día se intensifica más el aislamiento de los seres, de los humanos seres:

me voy al declive
ahora que canta
el grillo
solo estaba
en mi cuarto

la ventana
la cortina. (p. 23).

Nótese en la sensibilidad de quien le hablo: un ser que se detiene en el canto de un grillo; un ser con capacidad de asombro ante lo cotidiano…
¿Quién estaba sólo: el grillo o quien reporta su canto? El poeta asume la pendiente de la declinación, su desaparición, y con él el yo, esa primera persona del singular tan frecuente en nuestra poesía, obsesionada de coparlo todo sin más interés que referir su propio acontecer como si fuera el único en el lugar que nombra: Se desatiende del drama de los demás. Estos no existen: sólo ese yo va por las calles o está en las oficinas. Es un yo amoldado a las exigencias de una sociedad enferma que necesita de la indiferencia, la insensibilidad, el egoísmo, la muerte de la pequeña ayuda de los amigos, la bancarrota de la solidaridad para la reproducción continua de sus perversidades que más allá de la opresión y la explotación ahora asoma la posibilidad cierta de la desaparición de la criatura humana sobre la tierra.
¿Cómo sabe el poeta que el grillo estaba en la habitación? El grillo canta; luego existe, y por allí, por la ventana, el poeta se esfuma, y aparece la cortina, el cuarto habitado por el grillo, aislado de aquel yo enfermo. Esa invisibilidad del sujeto-creador, no sustituida por otro yo, permite al poema expresarse en imágenes y adquirir otras dimensiones.
Nos agrada ese trato. En estos poemas, el hombre es una criatura que no está por encima de las otras criaturas del reino vegetal y animal, sino que se le trata de tú a tú como en el cancionero de los hombres de a caballos:

tú que tienes cuerpo
hierba
adónde iré a parar
pequeña
adónde? (p. 20).

La llave del bosque, pareciera entregarla estas líneas:

puro miedo y soñar
de lado a lado
sin camino (p. 22).

¿Acaso no son esas las dos posibilidades que cobijan a los hombres solos de nuestras ciudades?
Con Pérez Só, la modernidad poética contó con otra posibilidad y dejó de ser el mero intento de tomar por asalto a las ciudades como lo pregonó Víctor Valera Mora: si las montañas toman las ciudades / el mundo le va a quedar chiquito a la hermosura[2]. (1994: 190). Ese era más o menos el mismo credo de los agrupados en El Techo de la Ballena. Recreamos aquella atmósfera con la pegada del “boxeador más dulce del mundo”: escribir el último verso del poema / en las barricadas heroicas del pueblo. (Valera Mora, 1994: 49). Pero tampoco siguió la estética de Tabla Redonda, poetas sin la turbulencia verbal de El Techo… pero incluso más comprometido con la militancia política.
Ese fue el primer retrato, la primera idea que me hice de Reynaldo Pérez Só. Luego vino la incesante persecución: Apelé a mis textos consentidos de orientación: en Flor y canto, 25 años de Poesía venezolana 1958-1983 (1985), Elena Vera, lo ubica en la llamada Escuela de Valencia: Poetas muy cultos, universalizantes en su código poético, pero muy ceñidos a sus búsquedas personales. En su mayoría ligados a la revista Poesía: Reynaldo Pérez Só, Eugenio Montejo, Alejandro Oliveros, Teófilo Tortolero y Enrique Mújica… (p. 100).
Juan Liscano, en su Panorama de la Literatura Venezolana Actual [(1984), 1995], nos proporcionó mayor información y acrecentó nuestra curiosidad: No hay… expansión verbal, sino interiorización… experiencia iluminadora del ser, en sus poemas brevísimos y sobrecogedores (p.186). En otro lugar, Liscano, cuenta la impresión de los primeros textos que leyó de Pérez Só: nos gustó la simplicidad directa del lenguaje cargado de autenticidad vivencial, la ternura de la experiencia transmitida, la nitidez de la escritura. Se trata de poemas muy breves, evocadores de situaciones rememorativas de la infancia, con sugerencia de corrales, de casas con patio, de animales domésticos, y la afirmación de una como melancolía testimonial llena de lucidez y de sensibilidad. (1995: 213).
Todo cuanto le dedica Guillermo Sucre, en La máscara, la transparencia —Ensayos sobre poesía hispanoamericana— [(1985), 1990], carece de desperdicio: Lo agrupa junto a Juan Sánchez Peláez, Rafael Cadenas y Eugenio Montejo, bajo la instancia de la “metáfora del silencio”: el silencio hace hablar al lenguaje y, por supuesto, lo contrario (¿Cómo olvidarlo?) es igualmente cierto. En ambos casos, lo que realmente importa es la intensidad de lo que se dice o se calla. (p. 293).

Ni uno ni otro —Pérez Só y Montejo— parecen plantearse dilema alguno ante el lenguaje como tal. En el inicio mismo de sus obras, ambos hablan desde una mesura en que palabra y silencio coinciden, y, aunque viva de la fragilidad con que conciben la poesía misma, esa mesura nunca se rompe. Fragilidad, mesura: estos dos términos se complementan con otro: la fluidez. La fluidez transparente de la lengua.

La poesía de Pérez Só llega a producir ese asombro que se siente ante una materia muy pura y a la vez muy concreta; ante un discurso sin ritual, pero que lo supone de una manera más íntima: no entregarse a los mil espejos y espejismos de la palabra. Es una poesía que tiende a excluir de sus recursos todo lo que se relacione con grandes metáforas o ideas, o aun grandes emociones.

Sus poemas son una escritura del habla… Se trata de un habla interior, que podría describir de este modo: una voz discurre con libertad y hasta cierta entonación poética, luego siente que está como violando un secreto o que simplemente se ha excedido o tomado el mal camino, incluyendo el “poético”, y entonces sabe replegarse sobre sí misma: se concentra (¿o dispersa?) hasta regresar a su propia fuente, se borra finalmente y se ajusta al orden (¿real, irreal?) del mundo que iba a expresar (“el pedazo de tierra / tras la casa / eso era lo importante”). Pero nada de ello se nos da explícitamente, ni como proceso articulario ni como “proceso” al lenguaje. Lo que aparece es sólo el poema, el texto: un objeto verbal muy breve, luminoso pero no destellante, indeterminado pero no impreciso, instantáneo pero también simultáneo. Un objeto sin sombra ni relieve al que, sin embargo, podemos contemplar en diversos planos, aun en su extatismo.

La clave de todo esto es que esa voz no habla, sino que medita; su hablar es sólo el ritmo (la escritura) de la conciencia, que vive en la perplejidad… (1990: 308).

Así, armado de éstas mínimas informaciones acerca de su quehacer, lo conocí una mañana en el Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo, a comienzo de los noventa, donde llegué animado del propósito de invitarlo a un recital en San Carlos. Aun recuerdo el diálogo:

—¿Existen lectores de poesía en San Carlos?
—Más de lo que los poetas creen…

Le hablé de los talleres de poesía que realizábamos y del número de participantes; y le hice entrega de algunas publicaciones nuestras. De allí salí con el poemario suyo de más reciente publicación de entonces: Reclamo (1992) y una buena cantidad de ejemplares de las revistas: Poesía, Zona Tórrida, la Tuna de Oro, Separata, y de textos de los más representativos poetas de todos los tiempos.
Salí además, con fecha fijada para el recital en San Carlos, que efectivamente se consumó en los espacios de La Blanquera, que esa noche se colmó de una activa concurrencia deseosa de conocer al poeta.
Desde entonces tengo un profundo agradecimiento hacia él que colinda con el respeto y la admiración: En la segunda página de aquél poemario escribió: Al amigo Miguel Pérez, otro Pérez más y la poesía orientándonos siempre. Reynaldo, 1993, Valencia.
Vinculado a esas publicaciones puntuales, Pérez Só cumplió una labor magnifica al frente de ese Departamento que merece ser reconocido por todos: la de editor. Me conformo señalar —por lo que significa para el llano— que fue de los primeros en habilitar a Enriqueta Arvelo Larriva, que tal como ella mismo lo expresó evitó la influencia de su hermano Alfredo Larriva y la muy pegadiza de su primo Alberto Arvelo Larriva, para procurar su voz[3]. Esa misma labor nos reporta el otro ser que habita en Reynaldo Pérez Só: el ensayista, uno de los más calificados lectores de la poesía nuestra, como lo revela su bosquejo de “Seis décadas de poesía venezolana” publicado en la revista Poesía (1994, Diciembre 15); igualmente nos remiten a su dimensión de ensayista, sus entregas escogidas al azar: Ética y poesía (1999, Junio 25); Poesía y traducción (2000, Junio) y Máscara y desarraigo (2001, Febrero). Bien pudiera ubicarse, Fragmentos de un taller ars poética (1990), en la dimensión del ensayo.

Tras el poema hay silencio o vacío: terra incognita. El ruido es el alimento de la prosa. Es la diferencia del poema y el no poema. (Fragmento Nº 124).

El país existe por sus poetas. Son los únicos héroes silenciosos de la lengua, la sensibilidad, la cultura. Mientras una tierra no los tenga, la nación es un trozo de carne que se pudre en la intemperie de los políticos y las matanzas. Veamos la historia. (Nº 146).

Estos ruidos, nos indican que este libro es más prosa que poesía.
El poeta lo acreditan, más allá de cualquier opinión, los títulos —leído por mí— siguientes: 25 poemas (1982); Matadero (1986); Reclamo (1992); Sucre: Estampido de Dios —Monólogo— (1995); Px (1996); Solonbra (1998); Tanmatra (2ª Ed; 1998); y la cuidadosa selección de la totalidad de su obra, preparada por Ahely Rivero: Antología poética (2ª Ed; 2006), del siempre honroso catálogo de Monte Ávila Editores Latinoamericana. De acuerdo a ésta, debemos sumar Para morirnos de otro sueño (1971) y Nuevos poemas (1975).
La reedición de algunos de ellos, dio pie para nuevas lecturas, de generaciones más próximas a esta hora, como son los casos de José Carlos de Nóbrega y Cósimo Mandrilo:

…la consistencia de sus propuestas estilísticas —en tanto antinomia de las estridentes máscaras tras las cuales se esconde la esterilidad poética— y de fondo —vindicación— del verbo que vincule la poesía con la vida, de manera inmediata… Pérez Só aborda el laberinto de adentro sin remedar inútilmente ojos rasgados por navajas, mucho menos encajona las imágenes en medio del silbido de balas al amanecer. (2000, Marzo: 52)

Por su parte, Mandrilo, refiriéndose al mismo libro, puntualiza: 

Poemas como los incluidos en Tanmatra fracturaron (no estoy seguro si usar el pretérito o el presente) el proceso de recepción del texto literario al cual estaban acostumbrados los lectores de hace veintisiete años. Irrespetaban todos los códigos previstos: ni un mensaje directo, explicito, realista; ni una arborescencia verbal que hiciera evidente, sin dar lugar a dudas, su carácter de texto estético; ni siquiera la aspiración vanguardista de que cada verso fuese, a fuer de metafórico un poema logrado e independiente de los otros. (2000, Marzo: 55).

Ese conjunto de títulos de Pérez Só, podemos honrarlo en esta ocasión, con un poema que me sigue causando la misma emoción de la primera vez, treinta años atrás cuando lo leí:

los que soñamos
sentimos el sueño más hermoso

nos morimos temprano
porque no somos sueños
ni pájaros
y el aire nos pesa

sin embargo con todo
volvemos cada noche

para morirnos de otro sueño. (2006: 14).

Sólo me resta despejar la duda con que inicie estas palabras de acercamiento a Pérez Só: no fue en San Fernando ni en San Carlos de Austria donde por primera vez tropecé con la poesía de Pérez Só. Fue en Achaguas, donde está enterrada la madre de mi madre, y yo cada noche cambiaba de sueño, para seguir soñando, y así forjar el más hermoso de todo: ante todo descalabro, una nueva esperanza.
Nunca antes, mi madre me había consentido tanto, como en aquella ocasión en que compró para mí el texto de Juan Liscano: Poesía venezolana contemporánea: Una selección (1993). Allí encontré este hallazgo y nació mi encanto por esta poesía de Pérez Só:

no vuelvo y vuelvo
     no quiero y soy

amar es solo un destino. (p. 295).

Ese ha sido mi dolor y mi tragedia. Mi condena eterna; mi sufrimiento hecho canción y sueño. Mi trago de muerte y de atardecer…

—Si nada hay por escribir, no se escriba (fragmento Nº 131); aún le oigo al poeta…

Pero también oigo mi dolor, mi tristeza, mi sueño…

Yo y mi dolor, yo y mi tristeza, irremediablemente solo… como el grillo en la habitación de Pérez Só: Ciertamente, Marta Sosa, el poema condensado que intenta hacerse con el existir de las cosas. (2003: XXXIX). La vida se registra y registra en su viaje hacia el interior del ser, hasta borrar el poeta, hacerlo invisible.
Ahora estamos en mejor forma de abarcar estas palabras:

Lo real inmediato, ese paisaje nuestro y no nuestro pues bien (por lo elemental de su enunciado) pareciera su poesía haber sido escrita por los filósofos Presocráticos, por Fray Luís de Granada, por Santa Teresa o San Juan de la Cruz, desde distintos ámbitos, escogido para profundizarlo y hacerlo pequeño o infinito, sometido a espasmos (eso que el poeta escucha cuando penetra tanto en el ser hasta volverse campana y río devuelto y viento que apresa humo y luz), fijando entre ambos movimientos una imagen que echa su ancla al fondo, en los más fondo… (Napoleón Oropeza, 2002: 247-248).


Aeropuerto, amanecer del 15 junio de 2011,
a los cuatro días de la muerte de Terry, mi perro,
que también se cansó de acompañarme.
Leída, el mismo día, en la Librería del Sur,
dentro del marco del 8º Festival Mundial de Poesía,
siendo las 3 p.m. en San Carlos de Austria.

Referencias

I.-Bibliográficas
Angulo, Luís Alberto. (1996). Rostro y poesía (Poetas de la Universidad de Carabobo). Valencia: UC.
Liscano, Juan. (1992). Descripción de la poesía de Reynaldo Pérez Só. En: Separata: Ensayos a tres poetas (pp. 5-20). Valencia: U.C.
Liscano, Juan. (1993). Poesía venezolana contemporánea: Una selección. Barcelona-España: Círculo de lectores.
Liscano, Juan. (1995). Panorama de la Literatura Venezolana Actual. (2ª Ed.). Col. Trópicos. Nº 54. Caracas: Alfadil.
Mandrilo, Cósimo. (2000, Marzo). Tanmatra. Poesía. (127): 54-57.
Mandarino, Carmen. (Comp.). (1980). Enriqueta Arvelo Larriva. Testimonios. Separata. Valencia: UC.
Marta Sosa, Joaquín. (2003). Navegación de tres siglos. (Antología básica de la poesía venezolana 1826 / 2002). Caracas: Fundación para la Cultura Urbana.
Miranda, Julio. (1997). Para leer a Reynaldo Pérez Só. Cuadernos Cabriales (56): 62-64.
Napoleón Oropeza, José. (2002). El habla secreta. Rostros y perfiles en la poesía venezolana del siglo XX. Barinas: Conac-Asociación de Escritores.
Nóbrega, José Carlos de. (2000, Marzo). Tanmatra, un laberinto revisitado. Poesía. (127): 53-54.
Pérez Só, Reynaldo. (1970). Para no morirnos de otro sueño. Caracas: Monte Ávila Editores.
Pérez Só, Reynaldo. (1972). Tanmatra. Valencia: Edición del autor.
Pérez Só, Reynaldo. (1975). Nuevos Poemas. Valencia: Universidad de Carabobo.
Pérez Só, Reynaldo. (Comp.). (1976). Enriqueta Arvelo Larriva. Poesías. Separata. Valencia: UC.
Pérez Só, Reynaldo. (1982). 25 poemas. Cuadernos de difusión. Nº 75. Caracas: Fundarte.
Pérez Só, Reynaldo. (1985). Mirinda Kampo (Antología). Valencia: Dirección de Cultura del Estado Carabobo.
Pérez Só, Reynaldo. (1986). Matadero. Valencia: Amazonia.
Pérez Só, Reynaldo. (1992). Reclamo. Valencia: Amazonia.
Pérez Só, Reynaldo. (1994, Diciembre 15). Seis décadas de poesía venezolana (Bosquejo). Poesía. (102 / 103): 100-115.
Pérez Só, Reynaldo. (1995). Sucre: Estampido de Dios. Separata. Valencia: UC.
Pérez Só, Reynaldo. (1996). Px. Valencia: Ediciones Poesía.
Pérez Só, Reynaldo. (1996). En Luís Alberto Angulo. Rostro y poesía (pp. 141-149).
Pérez Só, Reynaldo. (1997). Antología Mínima. Cuadernos Cabriales (56).
Pérez Só, Reynaldo. (1998). Solonbra. Valencia: Ediciones Poesía.
Pérez Só, Reynaldo. (1998). Tanmatra. (2ª Ed.). Col. de poesía “María de Clemencia Camarán”. Nº  114. Valencia: Gobierno de Carabobo.
Pérez Só, Reynaldo. (1999, Junio 25). Ética y poesía. Poesía. (124 / 125): 1-10.
Pérez Só, Reynaldo. (2000, Junio). Poesía y traducción. Poesía. (128): 1-7.
Pérez Só, Reynaldo. (2001, Febrero). Máscara y desarraigo.  Poesía. (129): 23-37.
Rivero, Adhely. (Comp.). (2006). Reynaldo Pérez Só: Antología poética. (2ª Ed.). Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Sucre, Guillermo. (1990). La máscara, la transparencia. (2ª Ed.). Col. Tierra firme. México: Fondo de cultura económica.
Valera Mora, Víctor. (1994). Obras completas. Col. Delta. Nº 32. Caracas: Fundarte.
Vera, Elena. (1985). Flor y canto, 25 años de Poesía venezolana 1958-1983. Estudios, monografías y ensayos. Nº 65. Caracas: Academia Nacional de la historia.


II.-Hemerográficas
La Tuna de Oro: Órgano de Cultura Universitaria. U. C. Dirección de Cultura. Departamento de Literatura  
Poesía: Revista de poesía y teoría poética fundada y editada por el Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura (U.C.) desde 1971.
Separata: Órgano del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura (U.C.).
Zona Tórrida: Revista de Cultura de la Universidad de Carabobo (desde 1971).


[1] Mejor no puede estar expresado ese espíritu que en estas palabras del más ortodoxo de todos: “…quemar la vida y reinventarla”; “Hacer de la poesía un fusil airado, implacable / hasta la hermosura” (Valera Mora, 1994: 127 y 25).
[2] Entiéndase bien el alcance de esta expresión: “Es de alegrarse / del monte bajarán barbudos gavilanes / incorruptibles y será la liberación”. (p. 96).
[3] …ni la poesía de mi hermano, ni la de Lazo Martí, que había llenado desbordadamente mi espíritu de llanera en adolescencia, ni, luego la muy pegadiza de Alberto Arvelo Torrealba, mi primo y mi compañero de andanzas llaneras, para citar los poetas más íntimamente ligados a mí en aquella época, influyeron, a mi parecer, en mi mundo poético. (Testimonios. Separata, 1980: 55).

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