La poesia y los días

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La escritura hija de los días. La que inventa al día, le da sentido y sustento y la que los días crean a su imagen y semejanza. Toda imagen que conmueva, que desordene los sentidos y sea capaz de convocar al desasosiego, al diálogo interior que es justificación de todo autor. La palabra que sobrevive, y en consecuencia, se distingue de la otra endeble, que cae al piso como hojas desmayadas. Posiblemente tendrá cabida otra tentativa: La que no provine de la experiencia personal; sino de la que se hace colectiva, nos elige de morada pero que nosotros no vivimos y llega como un eco de otro tiempo.

Ese será el acento de esta escritura, de allí su virtud y tragedia. No defenderemos ni una ni otra.

Frente a lo cotidiano y su contrario, habita el asombro; en este caso, la palabra que está por escribirse. No fumamos de lo concluido...

APUNTES IDEAS EJERCICIOS Y CRÓNICA DEL MÁS LARGO VIAJE DE LA UTOPÍA

miércoles, 11 de enero de 2012

La ausencia todavía no dijo ninguna palabra (Otra carta para Mariana)

 Miguel (Padre), Mariana y Miguel Ernesto
Hoy, enero 10, me ubico como quien viene de Cojedito a San Carlos. Una noche negra, impedía el espectáculo de la anterior: el de un territorio iluminado, que dejaba al descubierto el más mínimo movimiento, el más leve detalle, entre la autopista y la llanura bordeada de una pared de cerros que simulan el paso de una fila de morrocoyes enormes, pesados… ¡Qué hermosa claridad esa! Algo de esa gracia la detallé en tu cara, Mariana, la última vez que rompió la larga cadena de días sin verte: Con el rostro fijado al suelo, como en son de reclamo, o de pena, me fotografiabas y la encogías de nuevo… Conste que te imploraba la mitad de un beso y te quedabas así con ganas de corresponder, con esa paralización de lo afirmativo, contraria a la otra que conduce al enfriamiento.
Esta era la noche de enormes cobijas negras, de un cielo arrebujado de nubes espesas repartidas en diferentes formas, a veces superpuestas, ganadas totalmente en eso de impedir la escena anterior. De pronto, muy semejante al ritual de la hostia sobre la boca de la copa, brotó por parte, poco a poco como en el parto, la extensión circular de la “luna llena”, escapándose de las fragosidades que se empeñaba en retenerla: Posiblemente sucedía esto para que ella luciera más linda que todas las veces.
Ese cielo de arabescos grotescos, despeinados, no es el mismo cielo liso, enardecido de oro pálido, como aquél que presenciamos de paso por Bruzual, entre Puerto Nutrias y Barinas, mientras Miguel dormía en el asiento de atrás. ¿Te recuerdas del caballo ponche crema que estaba dentro de un potrero como pidiendo sabana con la cabeza en movimiento de danza?
Esta vez te escribo para dejarte otro testimonio de mi aprecio y orgullo por la tierra donde nací. Ella contiene ese gesto de belleza con el que he pretendido guiar mis pasos. Hablo de una ética y estética que debe acompañar al ser en su corta travesía por la vida, puesta al servicio de una esperanza, sustituida permanentemente por otra esperanza, más radiante y superior a la anterior. Siempre otra, en el aprendizaje de llegar a sentir y obrar, de que nada de lo humano, nos es ajeno, y sentir dentro de lo propio, las necesidades de los demás, dentro del despliegue de la más pura e incesante solidaridad.
Esta vez te escribo porque recién descubro que la ausencia existe para que el marco del reencuentro se lleve por delante, todo vestigio de olvido, de separación; que el deseo de estar juntos, esté por encima de las peligrosas tentaciones que jamás cesan y nos rodean. Aprovechemos eficientemente los pocos segundos que podemos vernos.
¿Te recuerdas del gajo de flores de las trinitarias por los alrededores de Puerto Nutrias? Quise que cruzaras a pie el puente para que el río se anidara mejor en tus cinco sentidos y aprendiera a poner en movimiento tu corazón. ¿Verdad que fue hermoso?
También te gustó la cerca de cayenas en flor… Y las garzas entreteniendo el silencio. Y la diáspora de impertinentes torditos. Y las tres guacamayas alborotadas, una posando sobre el hombro de la ama de casa. Y más allá, el cultivo de girasoles. Y los loros mansos. Y los pericos arroceros y los caras sucias montados arriba de las jaulas… ¿Qué más puedo referirte? La bondad jamás puede postergarse: Es preferible ante cualquier mal entendido orgullo. Por ella pudimos presenciar tan divertidas escenas.
¿Sabes? Hoy cuando vi a la luna y noté el cielo sin ojos, y la contemplé en toda su redondez y transparencia; la imposibilidad de no verte, tal vez me ubicó dentro del lugar común que reza lo de la mujer con un niño en los brazos; aunque yo más bien he visto allí dentro de ese disco, en su estación radiante, una mujer embarazada de hermosa cabellera…
¿Qué me llevó a semejante ociosidad? Recordé Mariana, que allí donde nací, se hablaba de las noches de lunas. Y justo allí, abandoné el sitio de conductor del vehiculo y me encerré monte adentro de lo que quedó en mí: detrás de un árbol que se asemejaba a la puerta de tu casa, comencé a observar la sucesión de las imágenes día por día desde tu nacimiento hasta ahora, esa ocasión de las botas a las rodillas, blusa de alegres colores y los dos moños bien llevados. Detuve esa película en el mejor momento: di con ésta, la figura que es capaz de convocar a la revista diaria de la niña que yo encuentro día por día en los gestos de los niños que salen a mi encuentro.
No hay día o noche que se agote sin hablar de ti, sin un intento de buscarte. Cuando tus hermanas —pensando en ti— reprochan la falta de atención, pienso que aun no me conocen.
Tú que me conoces más, no dejas de invocarme, sencillamente porque sabes que de un momento a otro llegaré. Que diariamente compro regalos para ti y los entrego a la menor provocación a la niña que encuentre a mi paso. Que a nadie le aconsejo el abandono.
Hoy la luna te eternizó en ese recinto donde nunca pretendí encontrarte.
Ayer en La Habana, frente al malecón, la inmensidad te recogió en lo que ella nos deja.
Frente al Támesis, mi hermana Lucy y yo, te vimos caminar hacia el parlamento de Londres.
En un pueblito del Brasil, Paula y yo, compramos zarcillos para ti. Paula se encargó de esconderlos de modo tal que los viera cuando estuviera de regreso a casa.
La mujer que me ama te compró un vestido que debo entregarte ante de marcharme. Me dice que eres de lo más linda.
Joa, durante mi viaje, compartió sus vales de alimento contigo…
Todos mis ojos amor son para ti.
Te escribo porque tengo que decirte dos cosas: Hoy te amo más que ayer. Recién te vi acostadita, de gorro y mono entero, con el brazo pisado por el rostro, minutos después de nacida en el hospital de San Carlos.
Tu hermana Ana me espera, ahora mismo; debo pasar por ella, comer helados y recorrer calles y avenidas hasta el cansancio, escuchando la música que ella elija… Tú sabes que no nos agrada causarle el menor desagrado.
Cuento con un sabor que tiene la latitud de tu nombre.
Un sonido que deletrea tu nombre.
Un olor que se me repite intacto y conduce hasta ti, es decir, lo que traduce, tu nombre.
Una imagen única, desplegada en miles de poses…
Una textura que tu nombre me enseñó a palpar.
El viento, no teniendo más que decir, debe jugar con las flores; las otras, las de tu inocencia.

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