de Alejo Carpentier.
Dos hombres de un mismo destino y una sola preocupación vistos desde la mirada de hoy y los desafíos del porvenir. Los cuatro grandes momentos de las ideas, el pensamiento, la política y la tribuna —palabra hablada— ( y dos hitos de la escrita) nuestraamericana. Forja y evolución de la conciencia para sí: La defensa de las partes y el todo: Nuestra América en otro intento. El necesario equilibrio del mundo.
No me interesa la política si no se encamina hacia la
liberación de los más desvalidos, de los sufridos, de los que más trabajan y
ganan menos; si no se encamina a desnudar los obstáculos que impiden esa
liberación, ese acto de amor de vivir más pendiente del otro, para que el otro
viva más pendiente de mí, de atender las necesidades ajenas como se atienden
las propias, de asegurar el pedazo de tierra que se pisa, a la medida de la
búsqueda de felicidad de los seres, en sentido contrario a la demanda de intereses
egoístas de los conservadores de siempre.
Si la política no se encamina al reconocimiento del
otro, bajo el entendido que somos diversos pero somos los únicos capaces de dar
testimonio de los percibido dentro del límite de los cinco sentidos, a través
de la palabra; que así como somos capaces de divergir, no tenemos prohibido
coincidir en lo atinente a la condición humana; si la política no se encamina a
bregar por la paz entre las naciones y garantizar la convivencia entre los
pueblos, del respeto mutuo y la solidaridad sin fin, la política no me
interesa, porque no responde a las necesidades de la mayoría de los seres
humanos.
Allí está la puerta de tranca para quienes reducen la
política al mero hecho de conseguir un mayor salario —que siempre será
miserable mientras el paradigma sea que los dueños de los medios de producción
se enriquezcan con lo que se apropian ávidamente del trabajo realizado que
dejan de pagarle al obrero.
Hoy, como lo ha expuesto Fidel, el desafío de la política
va más allá del intento de tomar el cielo por asalto, de construir el paraíso
en la tierra donde el reparto de lo creado se haga de acuerdo a las necesidades
de los seres como la vida en común de los apóstoles. Y no se crea que
esto sea una renuncia de concebir la política a la luz de la lucha de los
contrarios, de la lucha de clases. ¿Habrá conciencia de la inminente
desaparición de los seres humanos sobre la tierra, no por designio de algún
libro sagrado, sino la voracidad del reducido número de familias que controlan
el mundo y en su desenfrenado confort y consumismo —única manera de sentirse
realizados— han echando andar la ofensiva más perversa de esterilizar la tierra
y sus alrededores? El verano se instala y se marcha cuando le da la gana; el
invierno se presenta y las aguas ajustan cuentas de sus espacios secuestrados
por los marginados… ¿Quiénes son los marginados? ¿Es producto de de qué?
Sospecho que sólo los obreros, la inmensa legión de los
asalariados, son la única fuerza invencible capaz de derrotar el curso de esa
política amparadora de viejos privilegios totalmente ganada para liquidar lo
que haya que liquidar con tal de asegurar el disfrute de sus privilegios. Pero
esa victoria demanda alianzas; esa victoria solo será posible si alrededor de
la clase obrera se aglutina la más amplia conjunción de fuerzas del espectro
social. Esa victoria requiere apoyo intelectual, tecnológico, científico y
militar, capacidad de defensa. No está de más recordar que requiere del
forjamiento de la más lúcida conciencia, capacidad comprobada de liderazgo, de
movilización, de organización.
Hoy, más que nunca, esta es la hora de la política. Del
debate, del enfrentamiento democrático, de contraponer a las ideas dominantes,
conservadoras, las ideas liberadoras, ante toda tentativa totalitaria y
dogmática, la posibilidad de la política, la opción posible, el atajo alterno,
la latente oportunidad de convertir lo imposible, lo extraordinario, en hecho
cotidiano; trasladar del mundo del sueño, de la imaginación, la casa, el pan,
el discurso del sueño, sus árboles, sus paisajes, al orden de la realidad.
Yo no lo sé: son palabras, ideas, pensamientos. Y no hay
palabra neutra. Se defiende un interés, en detrimento de otro u otros. Y cuando
se trasgrede esas fronteras empieza la guerra, la continuación de la política por
otros medios. Esa es su esencia, y quien así no la comprenda, no tiene la
mínima idea del andamiaje social capitalista, no comprende la historia: la
historia es la política hecha realidad: la realidad es que unos tienen y otros
esperanzas en llegar a tener. Lo contrario es el fracaso de la inteligencia, el
fracaso de la universidad, pues se trata del triunfo de la ignorancia —y por la
ignorancia como lo dijo Bolívar se nos ha dominado más que con la fuerza—. De
muestra un botón: La Constitución del 61, garantizaba la libertad del
pensamiento y la libertad de expresión. ¿Cuándo hubo en Venezuela libertad de
pensamiento y libertad de expresión en el trayecto de 1958-1999? Junto a la
aprobación de esa Constitución el gobierno de Betancourt convirtió el anticomunismo
en Doctrina de Estado, aún cuando ninguno artículo constitucional avalara esa
actitud sectaria de AD, URD y COPEI, mediante un pacto —el de Punto Fijo— que
reivindicaba la segregación política, el atropello de la dignidad humana por el
sólo delito de no profesar las ideas de los gobernantes de turno, y con ello la
cárcel y el crimen político… Contamos nosotros también con una manera de
Apartheid… en este caso político, de pensamiento y de palabra.
Más allá de eso, ¿Cuántas veces contamos con la oportunidad
de forjarnos un pensamiento distinto al dominante? ¿Cuál era la realidad ante
la limitación de criterios? ¿Qué se nos enseñaba desde el púlpito eclesiástico,
la tribuna política, los medios de comunicación, el libro, la escuela y la
universidad? Otros pensaban por nosotros, y ante el poderío de esas
Instituciones, no era mucho lo que se podía hacer desde el núcleo familiar. Por
supuesto, que también contábamos con espacios reducidos de liberación… pero la
enajenación, era el grueso de la norma: Otros pensaban por nosotros y nosotros
éramos simples cajas de resonancia de los que otros pensaban.
Esa ha sido la tragedia de América: la ausencia de un
pensamiento propio; pensar de acuerdo a las necesidades de su gente, de su
identidad y de lo que se desea ser, más allá de las condiciones impuestas desde
los grandes centros de dominación.
De allí que la política de hoy tiene tres encargos: y esos
encargos vienen de Martí: Revelación, sacudimiento y fundación…
Se revela lo que se ignora; se sacude lo que está dormido y
se funda lo que no existe.
Nunca tres palabras alcanzaron lo suficiente para abarcar
la gesta de Bolívar y su condición de hombre solo contra el mundo: Rebeló,
sacudió y fundó. ¿Qué fundo Bolívar?
Me atengo a su palabra de amargura y decepción cuando ya no
estaba a la altura de los acontecimientos: Hemos arados en el mar. ¿Qué se hizo
aquél espíritu desafiante hasta de los propios designios de la naturaleza? ¿Qué
se hizo aquel hombre cuando en Pativilca lo encontraron enfermo y casi solo,
pero que antes la pregunta de qué iba a hacer ahora; no vaciló en anunciar la
victoria? ¿Qué se hizo aquel elegante caballero, el “tío porsupuesto” que
llamaban los llaneros de las Sabanas de Barinas, cuando no venciendo aún en
Venezuela, preparaba los planes de avanzar hasta el Perú y más allá… incluso
hasta Cuba y Puerto Rico? En esos instantes algunos pensaban que deliraba, que
había perdido la razón…
Yo solo puedo decir que la victoria le sonríe a los
que tienen prohibido el pesimismo. Solo la esperanza puede convocar al
movimiento, a la movilización, a la búsqueda, a la decisión de morir peleando,
como cayó Martí, luchando por la Independencia de Cuba, bajo el entendido de
que lo peor es lo que no se intenta…
Bolívar pudo haber caído en esa, su batalla, incluso
sobrevivió por razones del azar, a varios atentados; pero a semejanza de Martí
no vio coronarse sus aspiraciones más preciadas, aún cuando dejó en manos de
sus connacionales la posibilidad de decidir su propio destino: la unidad de las
antiguas colonias españolas en un cuerpo lo suficientemente flexible que le
permitiera ser equilibrio del universo, del mundo, que sorteará efectivamente
la dominación de bloques de países sobre otros.
¿La muerte de uno en campo de batalla, y la del otro, con
prohibición de entrada a su país, Venezuela, expulsado del poder, reducido al
pequeño séquito de fieles seguidores rumbo a Santa Marta que sólo provocaba a
su paso la risa de los transeúntes, tan magníficamente recreada en El
general en su laberinto, es acaso la mayor prueba de la inviabilidad del
proyecto político de ambos, y en consecuencia, semejante descalabro de cada
uno, impone el descarte, el filtrado, del todo, en preeminencia de alguna de
las partes, sin las cuales no se entiende la singularidad de estos dos hombres,
acción y pensamiento? En el caso Bolívar, muchos sociólogos han contrapuesto el
Bolívar militar al político fracasado; suponemos que en el caso Martí, se opte
por el humanista en silencio del que solo vino a sentirse hombre cuando le
otorgaron el grado de general: La intención es la misma: ocultar la más
coherente, constante, vital e imperecedera de sus predicas…
¿De dónde emana nuestra sospecha? De este interrogante:
¿por qué no se declara la inviabilidad de la prédica de Cristo, ante la
negación de algunos de sus discípulos, su azote y posterior muerte en la cruz,
abandonado hasta por el Padre? La interpretación es libre y por supuesto
acomodaticia a los más disímiles intereses: en todo caso, Jesús no pudo ante el
cuerpo opresivo de la sociedad de su tiempo; pudieron más los mercaderes del
templo, pudieron más las treinta monedas, pudo más Barrabás… pudo más el poder
constituido.
En la vida de los hombres, el orden sociopolítico es
modificable; no asume la rigidez de lo preestablecido como en el mundo de la
magia, ni en los textos de los dogmas, cada día se renueva, muta, cambia. De
esa parábola que es Cristo, de interés para la política, resalta dos cosas: La
necesidad de perpetuar las ideas del líder más allá de la muerte, en este caso,
a través de los doce apóstoles, y la multiplicación de su palabra: la idea del
bien, de vivir amando al otro como así mismo. En el caso de Bolívar, no
entendió la necesidad de perpetuar sus ideas, a través de una organización
parecida a la del partido político. Martí, sí: fundó el Partido Revolucionario
Cubano.
Claro que la meta central de todo político es el poder;
pero el poder, ¿para qué? La mayoría lo ejerce para negarse, para desdecirse.
El éxito de un político es otro: permanecer invariable al lado de la causa de
los oprimidos, de los más débiles; despertar lo dormido, revelar lo que anida
más allá de la apariencia y construir lo que no existe. He allí la entereza de
Bolívar y Martí, aunque no llegaron a coronar sus aspiraciones supremas.
Más que en el presente, el político piensa en el porvenir,
en el abrir de esos portones por donde marchará la nueva criatura humana, y en
esto, el aporte de Bolívar y Martí es innegable.
Aquella mayoría que se pronunció por Barrabás, adolecía de
la sin razón, de la incapacidad de ver lejos, de obrar en sentido contrario del
dicho: "Pan para hoy y hambre para mañana". ¿Qué se puede decir de
los que se impusieron momentáneamente sobre Bolívar y Martí?
Ganaron esa batalla, pero perdieron la guerra: Se
convirtieron en los hombres corchos: flotaron en todas las aguas, pero su
reinado no pasó de cinco o diez años, se circunscribió a un presente sin
comunicación con el porvenir: Son hombres sin palabras que decir en estos
tiempos. Y la palabra hace la diferencia, asoma o borra.
No traspasaron su presente. Muy pocos caminos, salvo el de
la ingratitud, nos conducen hasta ellos y su quehacer.
Esa fue la diferencia de Bolívar y Martí con los hombres de
su tiempo. Son los dos de su siglo que mejor comprendieron y explicaron a
nuestra América y los fundadores de las iniciativas políticas más audaces y
justas encaminadas a la transformación definitiva de la situación de nulidad de
nuestros pueblos.
¿Qué tienen de común estos dos hombres?
Afortunadamente nos dejaron su palabra, y con ella, la
posibilidad de hacernos una idea más allá de la caricatura como los vencedores
nos cuentan su historia y nos reportan a sus actores.
Martí vivirá apenas 42 años; 5 menos que Bolívar. Cuando
aquel nace, el caraqueño cumplía 23 años de muerto y apenas 11 de la traída de
sus restos a su amada Caracas. Bolívar nació en el siglo XVIII, y 17 de sus 47
años transcurren en este siglo; en cambió Martí vivió y murió en esta última
centuria. Entre la muerte de uno y el nacimiento del otro, el fantasma del
comunismo recorre Europa, y al “reino de la burguesía” se contrapone un
programa concreto que recoge las aspiraciones de los obreros, aportando además
una metodología que nos permite, no solo interpretar al mundo, sino que nos
empuja, nos conmina hacia su transformación definitiva.
En lo concerniente a Martí, conocedor de Europa y de los
Estados Unidos, ávido lector como Bolívar, no adoptará el discurso de los
seguidores de Marx. Tendrá su propia manera de nombrar las cosas. Roberto
Fernández Retamar lo trata de un demócrata revolucionario (2006: 34), —agrego
yo— que sin abrazar el socialismo asume la revelación del monstruo al que
conoce desde sus entrañas, alertando a Nuestra América que las naciones débiles
no pueden participar del pacto alguno con las naciones fuertes.
Toda la brega de Bolívar se reduce a libertar a las
antiguas colonias españolas, porque era la única garantía de la independencia
de Venezuela, para luego confederarlas en un todo que el explicó muy bien
en la convocatoria de su Congreso Anfictiónico de Panamá. García
Márquez lo dijo
bien en una ocasión: El luchó por la independencia como un camino hacia la
unidad. Pero la unidad de Bolívar no era la misma de la convocada por
Washington tan certeramente objetada por Martí en su momento.
La brega de Martí, por una parte, tenía que ver con la
independencia de Cuba de España, pero por la otra, evitar la expansión del
neocolonialismo que apenas se iniciaba. En la víspera de su muerte, el 18 de
mayo, explica la magna tarea que desde hace rato ocupa su hacer en carta a su amigo
mexicano Manuel Mercado: impedir a tiempo con la independencia de cuba que se
extienda por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más,
sobre nuestras tierras de América. (Fernández Retamar, 2006: 24).
En el fondo, en Bolívar como en Martí, la angustia es la
misma, la obsesión es la misma: un legado de patria, un pedazo de tierra donde
podamos ser libres y darnos el gobierno que queramos, ajustado a nuestras
propias metas de crecimiento y transformación. ¿Quién los supera en su empeño
de magisterio en concebir y hacernos comprender el contenido de la palabra
patria? ¿Qué aludimos cuando decimos patria? Bolívar nos remite a las “memorias
deliciosas” y “el teatro de nuestra inocencia”:
Primero el suelo nativo que nada: él ha
formado con sus elementos nuestro ser; nuestra vida no es otra cosa que la
esencia de nuestro propio país; allí se encuentran los testigos de nuestro
nacimiento, los creadores de nuestra existencia y los que nos han dado alma por
la educación; los sepulcros de nuestros padres yacen allí y nos reclaman
seguridad y reposo; todo nos recuerda un deber, todo nos excita sentimientos
tiernos y memorias deliciosas; allí fue el teatro de nuestra inocencia, de
nuestros primeros amores, de nuestras primeras sensaciones y de cuanto nos ha
formado. (Carta
al general Andrés de Santa Cruz: 26 de octubre de 1826).
Martí nos encamina hacia “el mundo de recuerdos que nos
llama / a la vida otra vez”:
El amor, madre, a la patria
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca;
Y tal amor despierta en nuestro pecho
El mundo de recuerdos que nos llama
Esta diáfana noción de concebir y explicar el concepto de patria,
acaso fondo y trasfondo de su contenido, “memorias deliciosas” y “el mundo de
recuerdos” por el que suspiramos en diástole y sístole, se corresponde, con el
examen rendido por Ernesto Sábato ―de las inteligencias incómodas y realengas
de América, invulnerables contra todo chantaje— siglo y medio después:
(…) la patria no es sino la infancia,
algunos rostros, algunos recuerdos de la adolescencia, un árbol o un barrio,
una insignificante calle, un viejo tango en un organito, el silbato de una
locomotora de manisero en una tarde de invierno, el olor (el recuerdo del olor)
de nuestro viejo motor en el molino, un juego de rescate… (Sábato, 1976: 32).
Pocas veces, el sentido de pertenencia a una geografía ha
sido explicado con tan meridiana lucidez. Pensamos que fue por ese
convencimiento de entender y asumir, “primero el suelo nativo que nada”, el que
empujó a Bolívar, tal como lo observó Úslar, a no resignarse con la sola
independencia de la antigua Capitanía General de Venezuela, “porque para él esa
obra no era sino la parte previa y necesaria para lograr la nueva organización
política de la América Latina y un nuevo equilibrio mundial”, única manera de
garantizar la existencia de lo que para Bolívar significa y encierra el
concepto patria. A tales efectos, fundó a Colombia de la unión de Nueva
Granada, Quito y Venezuela, convocó el Congreso Anfictiónico de Panamá y llevó
adelante una prédica sostenida, constante, a favor de la unidad de las antiguas
colonias españolas que inició en Londres durante su estancia de diplomático,
casi al mismo momento del comienzo de su vida pública y sostuvo con vigor hasta
los instantes de agonía en Santa Marta, dentro de un ciclo de coherencia y
lucidez pocas veces visto en nuestros líderes. En su hora postrera nos legó una
tarea todavía incompleta: “Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la
unión”.
Y ese también fue el imploro de Martí, una y otra vez:
¡Tan enamorados que andamos de pueblos que
tienen poca liga y ningún parentesco con los nuestros, y tan desatendidos que
dejamos otros países que viven nuestra misma alma, y no serán jamás —aunque acá
o allá asome un Judas la cabeza— más que una gran nación espiritual… (…)
Perdemos las fuerzas que nos hacen falta para presentarnos al mundo —que nos ve
desamorados y como entre nubes— compactos en espíritu y unos en la
marcha, ofreciendo a la tierra el espectáculo no visto de una familia de
pueblos que adelanta alegremente a iguales pasos en un continente libre.
Todo nuestro anhelo está en poner alma a
alma y mano a mano los pueblos de nuestra América. Vemos colosales peligros;
vemos manera fácil y brillante de evitarlos; adivinamos, en la nueva
acomodación de las fuerzas nacionales del mundo, siempre en movimiento, y ahora
aceleradas, el agrupamiento necesario y majestuoso de todos los miembros de la
familia nacional americana. Pensar es prever. Es necesario ir acercando lo que
ha de acabar por estar junto. (Fernández Retamar, 2006: 71).
Unos 8 años después, insiste:
“El deber urgente de nuestra América es
enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado
sofocante”… (p. 46).
“ni se han de esconder los datos patentes
del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio
oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el
himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por
los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes… la semilla
de la América nueva. (p.
47).
En esos estamos. En esa dirección se mueve el liderazgo más
prometedor de nuestra América. Ya dijimos que estos hombres tuvieron por
auditórium el porvenir. Y a así culmina Martí ese grito “agónico de
independencia” que son esas 9 páginas del más denso de sus ensayos: Nuestra
América (1891), suficiente para tenerlo como uno de los más grandes
prosadores de su tiempo, que tal vez con el único documento que pudiera
rivalizar en afán revelador de la América tal como es y debería ser, desde una
mirada descolonizada, sea con La carta de Jamaica (1815): Aquí está el vidente,
aquí las palabras dejan un sonido como si se trataran de este tiempo.
No tengo dudas que se tratan de los escritores políticos
más importantes de siglo XIX y posiblemente sin abundante proximidades en el XX.
¿Y que pasó en el trayecto de Bolívar a Martí, del siglo de
la guerra de la Independencia y la lidia por la unidad de nuestra América, al
siglo de la entrega sin reserva de las riquezas de América mestiza a los
Estados Unidos, el nuevo imperio, el capitalismo convertido en monopolios
trasnacionales que Lenin denominó imperialismo?
Muy a nuestro pesar, nos corresponde sostener, que después
de la Independencia, el suceso más importante es la Revolución Cubana: con tan
pocos recursos, con un descomunal bloqueo, hostigada permanente, allí están sus
logros: con tampoco han hecho mucho. En América no conseguimos una sociedad
más igualitaria que la cubana. Y eso basta. ¿Qué decir en materia de
solidaridad?
Dos procesos simultáneos, como el triunfo de la Revolución
en Cuba y la instauración de la “Democracia representativa”, del paquete
adeco-copeyano, aun está pendiente un análisis comparativo de lo que ocurrió en
ambos países, precisamente en un contexto nacional en que tanto se abusan de
las comparaciones.
En Venezuela, los más lúcidos argumentos con que la
generación de los Demócratas Reformistas emprendieron la satanización de Gómez
y la justificación del Golpe de estado contra Medina, la lucha contra la
corrupción, la Segunda Independencia de Venezuela y lo que denominaba Rómulo
Betancourt, “si somos bolivarianos, recojamos de la idea de Bolívar una de sus
ideas centrales: la de la unidad de nuestra América” (Velásquez, 1988: 316), lo
empalidece, lo eclipsa, el saldo que dejaron los 8 gobiernos adeco-copeyano,
dueños del poder entre 1958-1999: No hubo un trato de tú a tú con los Estados
Unidos, de soberanía a soberanía, sino la de un receptor de ordenes; la
corrupción se democratizó en todos los niveles en los tres poderes y la dependencia
del país se profundizó como nunca antes, de la misma manera en que se
multiplicó la pobreza.
Cabe decirse entonces, que mientras Venezuela andaba de
fracaso en fracaso, de experimento en experimento, de moda en moda, ese cuero
seco que dijo Guzmán era nuestro país, ante el cual sucumbieron antiguos
compañeros de armas de Bolívar, de los militares egresados de nuestras
contiendas civiles y militares de nuevo cuño, después del auge y caída del
intenso protagonismo de los fundadores de los Partidos Políticos que culminó
con la más perversa traición del pueblo venezolano, sólo el prestigio de
Bolívar quedó intacto. El reparo rendido por el historiador de Cojedes más
importante nacido en el siglo XX, nuestro José Carrillo Moreno no me desmiente:
Lo único intacto que aún nos ha quedado ―y
a veces sin merecerlo― es Bolívar... nadie ha podido borrar su nombre que es el
símbolo de nuestro orgullo... Nadie ha podido borrar su nombre! Por más que el
año 30 quisieron echarlo de aquí, permanece vigente en la Junta Patriótica, en
Angostura, en Carabobo; por más que en Colombia quisieron derrocarlo,
expulsarlo, asesinarlo, permanece vigente en Boyacá; por más que en Berruecos
le mataron a Sucre y en Quito lo hirieran de ingratitud, permanece vigente en
Bomboná y Pichincha; por más que en el Perú quisieran darle la espalda,
olvidarlo, sustituirlo definitivamente por San Martín, permanece vigente en
Junín, en Ayacucho, en Bolivia, hija de su creación inmortal y, en fin, por más
que América quisiera apartarse de su camino, al correr del tiempo ha tenido que
volver a sus enseñanzas, ha tenido que regresar a las enseñanzas unificadoras y
edificantes del Manifiesto de Cartagena, a las proféticas directrices de la
Carta de Jamaica, al ideario político-social del Discurso de Angostura, a su
tan calumniada y no por eso nítida concepción republicana de la Constitución de
Bolivia, a sus grandes aspiraciones nacionalistas, a sus grandes luchas por la
libertad, la igualdad, la moralidad y la justicia social.
La vigencia aleccionadora de Bolívar es lo
único intacto que nos queda. (1973: 85-86).
Y mientras esto ocurría con Bolívar, ¿cuál era el destino
de Martí, en la Isla de Guillén y Alejo Carpentier?: “Encarcelado y llevado a
juicio, por haber atacado el cuartel Moncada en Santiago de Cuba, el 26 de
julio de 1953, Fidel Castro responde a los jueces que quieren conocer al autor
intelectual del ataque: ‘Es José Martí’. Años después, los dos grandes
documentos políticos en que se fija la orientación del proceso revolucionario
desencadenado aquel 26 de julio, las llamadas Primera declaración de La
Habana (1960) y Segunda declaración de La Habana (1962),
comienzan remitiéndose a José Martí”. (Fernández Retamar, 2006: 7).
En uno de los estudios más completo que conozco acerca de
la obra de Martí, el del Cintio Vitier, encuentro la estatura más acabada del
héroe, sumatoria de varias dimensiones:
¿Quién era, en suma, este hombre al que
Gabriela Mistral llamó “el hombre más puro de nuestra raza”, y a quien
pudiéramos también llamar el más completo? Pasamos sin sentirlo de su prosa a
su verso, de su palabra a su acción, de su vida pública a su intimidad; podemos
estudiar su doctrina política, filosófica, educacional, poética, crítica y aún
estilística, como un todo continuo. Cuando nos habla de la sociedad nos dice
las mismas cosas que cuando nos habla del poema. No hallamos en él fisura, y no
acabamos nunca de ver todos los aspectos de su rostro, que sin embargo nos mira
desnuda y sencillamente a los ojos. Lo vemos en el blancor infernal de las
canteras de San Lázaro, aherrojado con la cadena y el grillete que sólo pudo
arrancarse de veras en sus últimos días, transfigurados por el cumplimiento del
destino, en el seno de la naturaleza de la patria. Lo vemos en la tribuna de la
emigración, en medio de la “magia infiel” del hielo, rodeado del arrobo de sus pobres,
fulgurando en la noche la palabra sagrada que es el único hogar de espíritu que
han tenido los cubanos. Lo vemos, en fin, en el terrible y radiante mediodía,
lanzándose en su caballo blanco para firmar con sangre todas sus palabras.
Ninguna imagen puede agotar su imagen. En el retrato de Jamaica, de pie contra
la huraña manigua, siempre vestido como de luto y el rostro manándole luz, nos
mira secretamente, con extraña lejanía y pasión entrañable, pidiéndonos
siempre más. (2006: 23).
Los que nos piden vivir dentro del
conformismo, quedarnos dentro de los límites de la democracia chucuta,
excluyente, que no toma en cuenta el parecer de las mayorías, que no consulta
al pueblo, se me hace que nunca comulgaran con los destellos luminosos de
Bolívar y Martí; estos serán y son un estorbo, un reclamo permanente de su
inconsecuencia con los pobres de Cuba y Venezuela.
No tengo dudas que después de la
Independencia de Venezuela y Cuba, y de la Revolución Cubana, después de la
gesta de Salvador Allende, de los avances y retrocesos de la Revolución
Sandinista, éste —los vientos de cambios que alientan Venezuela, Ecuador y
Bolivia— pudiera ser el tercer hecho de mayor trascendencia política en 200
años de vida republicana, si nuestros pueblos no se quedan en el mero amago de
desplegar la revolución en la magnitud de cómo la entiende Fidel:
Revolución es sentido del momento
histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad
plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos
por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas
fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender
valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia,
desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia,
inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es
convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la
fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es
luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la
base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro
internacionalis-mo. (Castro:
2000).
Pero esa historia está por verse. La
Revolución Bolivariana avanza hacia una revolución, se vuelve una revolución, o
muere. Ese es el desafío.
Yo apuesto por su victoria, por su
consolidación. Conmigo no cuenten para eso de darle la espalda al pueblo. En
este acto no existe ningún vestigio de grandeza.
Con los oprimidos había que hacer causa
común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de
los opresores; es mandato indeclinable de Martí.
Bolívar echó su suerte con los esclavos de
su patria: Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la
revocación de todos mis Estatutos y Decretos; pero yo imploro la confirmación
de la libertad de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la
República. (En Pérez Vila, 1994: 105).
No sé qué pensarían Martí de lo ocurrido
en Cuba desde 1959; no sé qué pensaría Bolívar de lo que acontece desde 1999,
pero nunca antes, en ambos casos, se estuvo más cerca de su pensamiento, que en
estos trayectos de nuestra historia.
La Revolución Cubana, deja para la
posteridad, uno de documentos políticos más esclarecedores del Siglo XX: Segunda
declaración de La Habana:
El resumen de esta pesadilla que ha vivido
América, de un extremo a otro, es que este continente de casi doscientos
millones de seres humanos, formado en sus dos terceras partes por los indios,
los mestizos y los negros, por los ‘discriminados’, en este continente de
semicolonia, mueren de hambre, de enfermedades curables o vejez prematura,
alrededor de cuatro personas por minuto, cinco mil quinientas al día, de dos
millones por año, de diez millones cada cinco años. Esas muertes podrían ser
evitadas fácilmente, pero sin embargo se producen. Las dos terceras partes de
la población latinoamericana vive poco, y vive bajo la permanente amenaza de
muerte. Holocausto de vidas que en quince años ha ocasionado dos veces más
muerte que la guerra de 1914, y continúa… Mientras tanto, de América Latina
fluye hacia los EE.UU. un torrente continuo de dinero: unos cuatro mil dólares
por minuto, cinco millones por día, dos mil millones por año, diez mil millones
cada cinco años. Por cada mil dólares que se nos van, nos queda un muerto. ¡Mil
dólares por muerto, ése es el precio de lo que se llama imperialismo! ¡Mil
dólares por muerto, cuatro veces por minuto! (En Sánchez Rebolledo, 1976: 480).
La prisa por asesinar el niño en la cuna, por detener el
avance de la “Revolución Bolivarina”, descansa simplemente sobre el peligro que
un ejemplo como este conlleva: Estos 12 años de gobierno de Chávez demuestran
claramente cuanto avanzan los pueblos cuando se niegan a seguir las pautas del
neocolonialismo, del imperialismo, del capitalismo salvaje… Ese mensaje a los
pobres, los poderosos no pueden permitir que llegue felizmente a su destino:
los pobres de la tierra. Claro es un peligro para esos viejos privilegios: un
acto de desobediencia contra quienes se creen dueños del mundo. Ahora dentro de
los escenarios internacionales, a la propuesta imperialista, a los planes del
imperialismo, se contrapone, otro camino, otros planes.
Por último, Bolívar y Martí, legaron la manía ya vieja de
decirlo todo ética y bellamente: A Bolívar se le tiene como el precursor de uno
de los hitos de nuestra literatura:
Por su lenguaje, Bolívar también liberó un
idioma encerrado en un casticismo ficticio y flaco. Y cuando la necesidad lo requiere,
las emociones se curvan para permitir el libre flujo de la razón: las pausadas
notas de la Memoria a los granadinos, los graves acordes
del Discurso ante el Congreso de Angostura, revelan al
escritor sesudo que prefiere el lento planear del cóndor al gracioso vuelo del
pintarrajeado colibrí. (Cuevas
Cancino, 1984: 86).
Úslar Pietri con la elegancia en el decir
que lo caracterizó, nos explica el alcance de este acometido:
Su gusto literario se había formado en el
neoclasicismo. Cuando con tanta donosura hace la crítica del poema de Olmedo,
cita sin vacilaciones a Horacio, a Boileau y a Pope.
Pero cuando se pone a escribir se olvida
de esa preceptiva tiesa y artificial, y no guarda de ella sino la invitación a
la claridad.
Su prosa tiene un vigor, una flexibilidad,
un ritmo vital, que no se encuentra en ningún prosista castellano de su tiempo. (Úslar Pietri, s.f.e.: 12).
El discípulo de los neoclásicos se expresa
como un romántico. Como un hombre de pasión, de poesía y de sentimiento. (Úslar Pietri, s.f.e.: 14).
En el caso Martí, tampoco se quedó atrás: Darío lo llamó
“Maestro” (p.7); dice de él en 1888: escribe, a nuestro modo de juzgar, más
brillantemente que ninguno de España o de América. (Fernández Retamar, 2006:
16).
Encuentra Retamar en la palabra de Martí, una palabra
encrespada, centellante de metáforas, que nunca desciende a avulgararse, y
fascina. Es más difícil en su oratoria que en su poesía, pero se le entiende:
conmueve. (p. 15).
El hombre múltiple, el que se prepara para la guerra
tremenda, hace de la víspera de ella una especie de balance de su vida en
octosílabos sencillos: llenos, sin embargo, de una extraña complejidad… funde
la musa del Martín Fierro con la avidez de la lírica moderna.
(p. 19).
Acaso sea éste de los reclamos puntuales que tengamos que
formularles a los dirigentes de la Revolución Bolivariana: congruencia con los
hechos: cuidemos el lenguaje. La nueva criatura de América no puede seguir
expresando a la manera escatológica de los caudillos, dictadores o demócratas
fracasados.
Además de ético, la revolución es un acto estético.
Que se haga entonces la belleza y crezca en todo su
esplendor, en su dimensión de revelar, sacudir y fundar.
*Leída en la Universidad Deportiva del Sur el 23 de junio
de 2011, a solicitud de la Cátedra Bolívar-Martí.
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