La poesia y los días

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La escritura hija de los días. La que inventa al día, le da sentido y sustento y la que los días crean a su imagen y semejanza. Toda imagen que conmueva, que desordene los sentidos y sea capaz de convocar al desasosiego, al diálogo interior que es justificación de todo autor. La palabra que sobrevive, y en consecuencia, se distingue de la otra endeble, que cae al piso como hojas desmayadas. Posiblemente tendrá cabida otra tentativa: La que no provine de la experiencia personal; sino de la que se hace colectiva, nos elige de morada pero que nosotros no vivimos y llega como un eco de otro tiempo.

Ese será el acento de esta escritura, de allí su virtud y tragedia. No defenderemos ni una ni otra.

Frente a lo cotidiano y su contrario, habita el asombro; en este caso, la palabra que está por escribirse. No fumamos de lo concluido...

APUNTES IDEAS EJERCICIOS Y CRÓNICA DEL MÁS LARGO VIAJE DE LA UTOPÍA

miércoles, 11 de enero de 2012

Los olvidos

Existen dos tipos de olvidos. Y son de fácil reconocimientos. Uno el espontáneo, el que no duele, se presenta y ya; llega como la lluvia pero sin anunciase, o más bien así como desaparece la luna, borrando a su paso todo lo que tenga que borrar: es el que no deja ninguna marca, no martiriza a nadie, se presenta y uno no se da cuenta. Está el otro, el forzoso, el que obligadamente se pretende que existe fuera de tiempo que le corresponde. Es el inducido, el doloroso, el que el olvido detesta y se niega a otorgarle la condición de huésped… el que se busca y se procura al precio que sea. El no aconsejable, el que sostiene la más infame de las fachadas de la odiosa felicidad. Es un engañoso acto de liberación.
Los amorosos saben olvidar, dar la batalla; no son cobardes.
Quienes pretenden un olvido voluntario, inducido, forzoso, no conocen el amor, no saben olvidar.
Todo gran amor requiere de una y otra batalla, así como el largo proceso de formación de la patria, como se lidia a un país.
Cuando leyeron mi taza de café, se extrañaron de la longitud de mi esperanza: —No sabemos, señor, la que aquí se asoma lo puede todo.

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