Iglesia de Achaguas
Foto Manuel Abrizo
CUANDO LAS LANZAS EN LA PLAZA
SE TENDIERON COMO CAÑAS ANTE LA TEMPESTAD
Diálogo con el capitán Vowell
(Crónica)
en 1818
el Cuartel General de los realistas
está en Caracas
escribe Vowell
—la patria que no acababa de nacer,
era un hombre que se movía
de Angostura a San Fernando
del río Orinoco al río Apure
y era el cuartel, el ejército, el
pueblo y la patria
que no acababa de nacer
y también era un periódico,
la
palabra
que anima el campo de batalla
y cubría todos los huecos
—Monagas
en Barcelona
Bermúdez y Mariño
en
Cumaná;
Cedeño
en los llanos de Calabozo;
Páez
en Apure
Santander
en Casanare;
Brión y Antonio Díaz
en las aguas del
Orinoco
y en
las Antillas.
¡Todos aspirantes al mando supremo!
El capitán Vowell alude
al grave desacuerdo entre Bolívar
y el mulato Arasmendi
y asevera que el jefe de los Llanos
era el único general patriota
que se aventuraba a discutirle
o a contradecir sus opiniones;
pero también el único
a quien el Libertador
hubiera consentido explicarle sus planes
(Ya veo que el capitán Vowell
desconoció el epistolario
de Bolívar y Sucre)
—Pablo Morillo recrudece
la tempestad de la guerra
viene doblemente herido…
del lanzazo en la Puerta
y la otra herida del orgullo
En su proclama de despedida
del Cuartel General
—dentro de un mes promete a las
tropas
regresar a Caracas con la cabeza de
Páez
—En la campaña de Apure
o de la Barinas inferior
a la hora del esguazo del Arauca
por El Paso de Merecure
al lado del veterano general Morillo
cabalgan La Torre, Morales y Calzada
Y a la hora del consejo de guerra
celebrado en Achaguas
que acuerda la salida de los
realistas
de la Barinas inferior
integran a su Estado Mayor
El fogoso y caballeresco general La Torre
el Brigadier Jiménez, alias El Caricortado
el cauteloso gallego Morales
y el calculador y tímido Joaquín Navarrete
—a Calzada en Betolles,
se le manda atravesar el Apure por Nutrias
y seguir a San Carlos, por Obispo en la alta Barinas.
—Venía de la derrota del Puente del Brujo.
luego de cruzar el río
—Los gritos de los llaneros
desde los claros de sabanas
“¡Viva la Patria!”
“¡Mueran
los godos!”
¡Viva Páez!
¡Muera Morillo!
recibían la réplica realista
“¡Mueran los insurgentes!”
“¡Abajo los chucutos!”
Al —¡Santiago por el Rey!
se le oponía algo
tan
insustancial
como un sueño
— ¡Viva la Patria!
Y tan fundamental
como la lanza y el caballo
la alegría alrededor de la “totuma”
—a la salud
de “¡Mi General Páez
con su Guardia de Honor!”
Zaraza secunda al habitual de Páez
—“¡Por Simón Bolívar y Venezuela Libre!”
de las diversas partes del bosque
—digo yo de las matas de la sabana—
venían como vienen las aguas de los
ríos
la música de las guitarras y los
cantos nacionales
y no eran tan solo en las horas del
descanso
—arreaba las mulas de carga,
silbando el aire llanero
—“¿De los generales cuál es el valiente?”
Y en el campamento
o en el refugio de los emigrados
—siempre
jocosos chistes
Un inventario de todas
las encrucijadas,
todos los sonidos
—El criollo realista, hijo de don
Toribio Castro,
ex gobernador de San Fernando,
educado en España,
le comenta al capitán La Torre —hijo del general
—Nuestras noches transcurrían alegremente
en la extensa sala del hato con los bailes del jaís,
tales como El Bambuco y La Zambullidora,
a los que tilda de
—“muy superiores a las rígidas contradanzas
y afectados boteros de Europa”;
y le asegura que
las llaneras son célebres
por su destreza en tocar la guitarra y el arpa
y por su canto de los aires
nacionales.
Y en el Capítulo XIII
el de Los Moromeros, la carta y la decepción,
el narrador señala
—“Principiaron por ejecutar
diversos y complicados bailes
al son de tres o cuatro vihuelas”
tocados por las mujeres de la farándula,
acompañadas con sonajeras hechos de calabazos
y por el bronco sonido de un gran tambor
cubierto en cada extremo con piel de venado.
—Las
mujeres cantaban a intervalos,
algunas melodías de los indios salvajes,
y cada maromero ejecutaba sus
suertes en turno.
Y en otra parte o en la misma
narra que el contrabandista
—sacó
una pequeña flauta
y tocó un aire melancólico, francés
En páginas anteriores
el criollo realista rememoró ante
su camarada de viaje
el sonido de una guitarra,
tocada deliciosamente
que bajaba
de un cuarto alto
que miraba al jardín
—de Bellavista propiedad de mi tío
entre Córdoba y Andujar,
a orillas del Guadalquivir
—“Acaba
de matarme,
Melancolía!”
y en el fandango preparado
por doña Rosaura
o La Señora
(modo de aludir a Dominga Ortiz)
—prolongado hasta que los cornetas
tocaron la diana en el campamento
la música no escaseó en el baile
—porque
guitarras y vihuelas
eran tan comunes entre los emigrados
como en el ejército y además
—dos
arpas, traídas por unos músicos
que al parecer tuvieron más desahogo
que sus vecinos al huir de sus
casas.
—se bailaron El Bambuco,
La Solita y La
Chapetona
y las llaneras imitando
los “cantos del campamento”
cantaron
Mi General Bolívar tiene en la boca
Un clavel encantado que me provoca
Páez, dirigiéndose a Castro (el
criollo
desertor del ejército realista) inquiere:
—¿no nos ha traído nada de España,
o al menos de Caracas?
El “Canto de las sabanas”
y las melodías de los indios
junto al canto del campamento
las melodías de España
y el aire francés
sonajeras
tres o cuatro vihuelas
la guitarra familiar
dos arpas
la flauta del contrabandista
el tambor
Toda la vida puesta al servicio
de lo que dejaba apreciar el sueño
Y de pronto mi tío dice desde el
silencio
—¡Al grano!
Acabas de decir que a principio de
1818
las caídas de La Puerta,
Rincón de los Toros
y Ortiz
obligaron a Bolívar a moverse
de la Provincia de Caracas
al interior de Barinas
—¿Correcto?
Morillo que desconoce su paradero
lo cree en Apure
y por
ello prepara
la
Campaña de 1819
¿Correcto?
—Pero no
Bolívar alcanzó la margen opuesta
del
ancho y rápido Orinoco
y se refugió en las misiones de Los
Capuchinos
y encargó a Páez de la defensa de
las llanuras
¿Correcto?
—Escuché que la alarma
de la proximidad del ejército invasor
hizo que los sanfernandinos
y pobladores de las orillas de los ríos
buscaran precipitados refugios
en los hatos, en el fondo de las sabanas
y Páez ordenó pegarle canela a San Fernando
¿Correcto?
No me interrumpa…
De San Fernando Morillo y su
ejército
saltó a San Juan de Payara
y como para no situarse por detrás
de Páez
mandó a pegarle candela a San Juan
Y de aquí saltó al El hato “El
Merecure”
propiedad del rico llanero Silvestre
Gómez,
situado exactamente en el paso del
Arauca
y colándose por los espacios
sin ojos de la vigilancia de Páez
Morillo saqueó y quemó a este hato
a la luna de verano
y junto con el hato de Merecure,
dos o
tres más
—¿Correcto?
Morillo penetra al Cajón de Arauca
por El paso de Merecure
—Páez se mueve de su Campamento de
Caujaral
al frente de como quinientos,
escogidos
todos,
la flor de su ejército
y aún no todas las tropas realistas habían
cruzado el río
—el anzuelo de Páez no logra la
presa ansiada
Ningún pelotón abandona el grueso
del ejército
y entonces mandó a pegarle candela a
la sabana
—Tramita dos órdenes
¿Correcto?
mandó a Zaraza a ocupar la sabana de
Cañafistola
con el cuerpo principal de
caballería
al tiempo que ordena el desalojo de
los hatos
¿Correcto?
Algunos tardaron tres noches del
hato al sitio
escogido para residencia de los
emigrados,
mientras el ejército español
continuara en los Llanos.
—Vowell dice que Las únicas vías
que conducen a la laguna de
Cunaviche
o realmente por cualquier rumbo hacia el interior,
consisten en simples caminos de
ganado,
abiertas por los rebaños salvajes
¿Cómo? —dice mi tío
—intrincado
laberinto de tremedales
chozas de bambú y pencas de palma
de cuatrocientas a quinientas
familias
llegaron
—¿Correcto?
de Caujaral
se trasladó Páez
a la sabana de Cañafistola
Le comenta a Zaraza:
—Pienso destacar a Rangel con sus
carabineros
entre los realistas y su depósito,
que debe estar en las ruinas de San
Fernando
—Ya todo el ejército español
había atravesado el Arauca,
pero Morillo aun ignora
que Bolívar ocupa a la otra margen
del Orinoco…
Es el momento en el que un extenso médano
separa a Morillo de Páez
¿Correcto?
Siguiendo las oquedades del Arauca
Morillo avanza hasta el hato de
Cañafistola
situado entre una curva del río,
frente a la sabana
donde
acampaba
el
ejército de Páez
pero sin dejar de pegarle candela
a cuanto hato cruzó su camino
¿Correcto?
A media noche lo sorprende Páez
¡Voy por parte! Yo lo escuché bien
—apenas si se había repuesto
de una grave herida en un muslo,
causado en La Puerta
por uno
de los lanceros de Zaraza
¿Correcto?
a media noche Páez
rodeo
el campamento español
y asaltó el grueso del ejército…
—dormía de modo tan profundo
que por algunos minutos
fue incapaz de oponer ninguna
resistencia
Este asalto —asalto matutino—
le permitió a Morillo apoderarse
de dos prisioneros heridos
y tan buen gente, y tan piadoso
el general los mandó a fusilar
Aparece la otra costura de la guerra
el criollo realista educado en
España
—reconoció a su primo Felipe Gómez
¿Correcto?
Páez se encuentra con su gente
en la laguna de Cunaviche
después del combate de Cañafístola
y aquí tiene noticias de la lancha
que irrumpe en boca del Arauca
y mantiene relaciones comerciales
con San Fernando, Apurito y otras
ciudades
¿Correcto?
Los emigrados remiendan sus
necesidades
y Páez acuerda con el contrabandista
la travesía del Orinoco hasta Los Capuchinos,
porque deseo tener una entrevista con Bolívar…
—la aldea de Los Capuchinos
se alzaba en todo el frente de Playa Arenosa
De Playa Arenosa después del santo y seña
a Páez lo escoltaron hasta el
cuartel general de Bolívar
En el momento de su arribo
dictaba el General una proclama
dirigida
a los habitantes de Tunja en Nueva
Granada
y de la sorpresa no tardó Bolívar
montar en cólera después de oír
la petición del cese de la
destrucción de los hatos
paliada con el cuadro vivo de la
miseria
que Páez pintó de los refugiados
en la laguna de Cunaviche
concluyendo por exigir
que Bolívar volviera a las llanuras
o que le permitiera acometer la
empresa
de expulsar al enemigo, con su sola
caballería…
¡Pero el Dios de guerra no abandonó
a Bolívar!
…le mostró el parte que acababa de
recibir
—Santander ocupa las llanuras de
Casanare
y le habló de la insurrección a
favor de La Patria
de las provincias de Tunja y Socorro
dispuestos a ofrecer amplio auxilio,
así de hombres como de dinero,
tan pronto como Bolívar atravesara
la Cordillera
y apareciera en el Entre-Andes,
a la cabeza de un ejército
respetable.
Páez inmediatamente regresó
pero no en la lancha de la gran vela
de su amigo el contrabandista
francés
sino en una flechera a cargo de expertos
indios
¿Correcto?
Mientras tanto Rangel que ocupaba
a San Juan de Payara y no tardó la información
de la proximidad de un convoy de
mulas…
rico en vituallas y pertrechos…
escoltado por una partida de
infantería española,
como de quinientos hombres
—a dos leguas de San Juan de Payara
se tendió la emboscada
y A poco se comenzaron a oír
el tintineo de la mula campanera
y el alegre canto de los arrieros
Vowell alude a un paño de sabana
pero lo cierto es que capturaron el
convoy
y no se disparó el último tiro mientras
continuó respirando uno solo de los derrotados,
aunque fuese herido
y otra vez la sabana no dejó
de celebrar la victoria
con el grito
de “¡Mueran los godos!”
“¡Viva Rangel!”
—el único documento importante
que dejó la emboscada
fue uno de Bogotá,
emanado del Virrey y dirigido a
Morillo,
y en cual Sámano ordenaba al segundo
que destacase al general Calzada
hacia Nueva Granada
con una
división del ejército realista
y también confirmó lo otro
las reuniones y proclamas sediciosas
de los desafectos de Tunja,
Socorro y otras provincias del Entre-Andes.
Páez no daba cuartel a los cachupines
y a sí mismo se decía:
—Tranquilamente no colonizaran los
llanos
el tan esperado refuerzo llegó por
fin
a Los
Capuchinos
el posta enviado por Bolívar,
con la nueva de su pronto regreso a
los llanos
encontró cumplida al pie de la letra
la promesa de Páez
—Mantenía rodeado al campamento
realista
mediante un cordón de caballería ligera
que de hecho les impedía
salir en busca de forrajes o
alimentos
Morillo acosado por la falta de
provisiones
marcha hacia el paso de Caujaral
con tan mala suerte que lo recibe
una crecida inesperada del Arauca
y en tan terrible circunstancia
se hizo inevitable
que la gente de Rangel
—sus temidos carabineros—
asaltaran la retaguardia española
que tan sólo pudo disponer
de un solo movimiento:
—¡Huya
quien pueda!
—Morillo desplegó su marcha
por la orilla septentrional del río,
rumbo a la ciudad de Achaguas
y ya en ella mandó abrir trincheras
en las principales entradas
y a derribar árboles sobre los
senderos
de los bosques circundantes
y ya posesionado de Achaguas
Morillo destacó al general Calzada
con una fuerza de cinco mil hombres,
—pura propaganda de la guerra —subraya
mi tío
a fin de que penetrase en Nueva
Granada
por la Cordillera de Casanare
y enseguida del Apure partió la
cañonera
que López mandó a construir en San
Fernando
y tanto las provisiones que venía
sobre las aguas
como los refuerzos recibidos de la
reserva
decretaron la creencia cierta
de cuidarse del invierno en Achaguas
privando con ello a Bolívar y a Páez
de los únicos acuartelamientos
cómodos
de la Barinas inferior
—Pasa Vowell a narrar los sucesos de
Casanare
Santander junto a los Pardos de Barlovento
dan el frente
A dos compañías de los Cazadores de la Reina
me desconcierta la figura retórica
—girón
de cielo azul
y el cuerpo a cuerpo
del celaje de la guerra al cuchillo
entre mulatos y cazadores
hasta que Calzada juzgó oportuno
emprender la retirada
—Casi dos veces más numerosos
los Cazadores
realistas
pero a los Pardos de Barlovento
le bastó el apoyo de los indios de El
Socorro
Todo le sale mal a Morillo
Calzada se retira
hasta
la aldea de Betolles,
y le pide refuerzos
para acometer de nuevo
el paso de la Cordillera.
Una de las embarcaciones,
llenita de municiones
—y despachada de San Fernando—
encalló en un bajío,
mientras buscaba el desembarcadero.
Y junto con campo-volante entregar
el parte
los llaneros se lanzaron a caballo y
a nado
hasta la orilla del aprieto
y la explosión no tardó en jamaquear
al campamento de Morillo
Al propio tiempo, una partida exploradora
esguazó el Apurito y a acercarse
al campamento de Bolívar
descubrió las banderas tricolores
de tres o cuatro cañoneras
venezolanas,
ancladas más abajo de Achaguas,
cerca del Trapiche de Gamarra.
—Es muy útil el dato
en verano sólo en canoa podía
llegarse a la población
por lo que todas las lanchas y
cañoneras
descargaban entre los altos peñascos
de El Barrancal…
—Por Apurito, entonces, llegaban a
Achaguas
las embarcaciones
de San
Fernando
y tal
vez de Orinoco
¿Cierto?
Morillo reúne un consejo de guerra…
y con su generales discuten
—si mejor era conservar
la posición de Achaguas
hasta el próximo verano
o retirarse a Caracas
—¡El invierno soltaba también
sus tiros a favor de los patriotas!
—La Torres y el Brigadier Jiménez
se opusieron al desalojo
el cauteloso gallego Morales
y el tímido Joaquín Navarrete
aconsejaron la retirada,
hasta por lo menos
El Sombrero o Calabozo
burlándose de la posibilidad
de la marcha de Bolívar
a Nueva Granda
y asegurando que el sólo deshielo
les impediría atravesar el Páramo de
Pisba
¡La llegada del posta acabó con el
consejo!
… se convino en desocupar la
provincia de Barinas
y distribuir el ejército en los
cuarteles de Valencia,
La Victoria y demás poblaciones
de los Valles de Aragua.
Y se le instruyó al posta regresar a
Betolles,
mandando a Calzada atravesar el
Apure
por Nutrias y seguir a San Carlos,
a través de Obispos en la alta
Barinas.
¡Correcto!
—No me diga nada. Lea a Vowell.
Repítame la línea del Sargento
—El sargento encontró desmontados a
los jinetes,
cerca de la iglesia aldeana que les
servía de cuartel…
¡Todo era un ambiente como de
fiesta!
…retreta ante la residencia de
Morillo
—¡Morillo en Achaguas!
—y prosiguió recorriendo la
población,
precedido como de costumbre
por el gran farol de ronda,
conducido en una vara.
Las cajas y pífanos alternaban
con una banda militar,
ejecutando esa combinación
de vivos y quejumbrosos aires españoles,
que parecen muy adaptables
a la monotonía de un campamento…
—Repítame esa otra línea…
—¿Cuál …?
—La que Ud. quiera…
¡Qué alegría la de esa gente!
Los oficiales, no sujetos a
recogerse temprano,
se reunieron en diversos corredores,
que eran las salas en las casas
de los principales emigrados,
—¡Ajá! No se detenga en el
sufrimiento
busque… vea bien el adorno de los
corredores…
—Lo tengo…
amueblados para el regocijado empleo
del presente
—¡Soy todo oído! Despacio…
—mediante una rara mezcla
amueblados para el regocijado empleo
del presente
mediante una rara mezcla…
—¡Ajá! ¿Mezcla de qué?
—de utensilios de campamento,
sillones con forros de guadamacil
y antiguos sofás…
y cojines de lucientes bordados
—adoloridos y en quejidos
de los estragos de las botas
y espuelas de los nuevos ocupantes.
y en el centro de estos asientos
grandes mesas macizas
de negra caoba,
ocupadas parcialmente
con el contenido de las cantinas
y parte con fuentes y copas
recogidas por los ordenanzas
en las desiertas moradas.
Y además Muchos artículos de plata,
con los que solía celebrarse
en otro tiempo a las Colonias,
recogidos durante la campaña
y ahora brillaban sobre las mesas,
junto con humildísimos vasos de coco
y totuma.
—No me deje con las ganas de saber
más
de las casas de Achaguas…
Hábleme como Ud. habla con sus
amigos…
—Sobre los clavos que sostenían en
las paredes
las enmarcadas imágenes de los
santos,
revestidas con los mismos colores
y doraduras espléndidas de Bogotá y
Quito,
cuelgan sillas y frenos
y atavíos de todo género.
—Y en las repisas en rincones y
nichos,
Las veneradas imágenes,
del severo San Antonio de Padua
y de su más adusto compañero
San Francisco de Paula,
se veían ataviadas de cascos o morriones.
—¡Y mi tío se reía a carcajadas!
—Detrás de las puertas reposaban
fusiles o carabinas
y sables de los asistentes,
y junto a las ventanas
y en los corredores
los caballos, atados en hileras,
comían su pienso
y descasaban sobre el muelle
lecho de pasto
traído por los forrajeros
de los cercanos plantíos.
—No hay otra… ¡Esta es la mejor
imagen!
de Achaguas en la guerra contra
España…
Esa noche, o poco antes
La mesa de los oficiales
se sirvió con alguna abundancia,
y Vowell complementa
que esto venía ocurriendo
desde que se reanudaron
las comunicaciones con San Fernando,
y las risas y canciones
resonaban con el júbilo
de una noche de despedida
en cuarteles de provincia.
La mañana sorprendió
a muchos jaraneros
todavía entorno a las mesas,
pero los sones de la diana
marcó la hora
de los deberes del servicio
y mientras los trasnochados
atravesaban
las solitarias calles,
a la tenue luz
de una aurora otoñal,
surgían de cada barraca
enjambres de soldados
repuestos en aliento y vivacidad
gracias a la noche
de completo reposo,
y la consideración
de que
aquel era el día
fijado de la marcha
Soldados y oficiales
ocuparon la plaza.
—se pasó revista,
y tocaron a generala
los atambores de todo el ejército
—Los regimientos, avanzaron
por diversas direcciones
al mismo lugar de concentración,
y formaron alrededor de la plaza.
Las banderas de cada cuerpo
escoltadas de piquetes de
granaderos,
la recibían con presentación de
armas
y redobles de atambor.
hasta que Por fin apareció Morillo,
a caballo, en medio de la plaza,
rodeado de su Estado Mayor;
dio la orden de partida
y las tropas abrieron marcha
hacia San Fernando;
y cada banda, al pasar junto al jefe,
ejecutaba el alegre paso redoblado.
La caballería fue la primera
que se puso en camino, al galope…
y cuando desapareció el último
rezagado,
penetró en la plaza la primera
compañía
de un escuadrón de lanceros,
a las órdenes del capitán La Torre.
—Ya formados sus jinetes ante la
iglesia,
lo llamó Morillo aun allí en espera suya.
Y
Morillo primero le dijo
—el ejército atravesará el Apure
en cuanto llegue a San Fernando
Por lo que es necesario protegerlo
contra cualquier molestia
de los campos volantes de Páez
—que no dejarán de entrar en
Achaguas
al darse cuenta de la retirada,
y de hostigar la retaguardia…
En consecuencia…
Ud. debe permanecer
en la plaza durante cuatro horas,
en vez de las dos fijadas
en la orden general,
y luego que se retire,
hágalo con lentitud,
parándose aquí y allá
en cualquier terreno despejado
a fin de que el ejército
tenga bastante espacio para pasar el
río.
Morillo emprendió entonces la
marcha,
y el capitán la Torre después de
apostar
un centinela en la entrada del angosto sendero
que lleva del corral a los plantíos,
ordenó que el escuadrón desmontase.
Los oficiales entregaron
sus bestias a los asistentes
y acudieron al centro de la plaza
a fumar cigarros.
Entre los fumadores destacaba
el capitán de la segunda compañía
pastuso de atezadas y duras
facciones,
llamado don Ramón Bamóndez,
admitido especialmente
por ser
natural de Pasto,
ciudad leal por excelencia,
que durante la guerra
suministró más voluntarios
a la causa realista
que cualquiera otra comarca
de Colombia
o tal vez que de toda Suramérica.
Bamóndez llamó amigo al capitán La Torre
y La Torre ofendido comenzó a discutir
los méritos relativos de sus
caballos,
o algún otro punto de análogo interés.
Pero regresó de su recorrida
el oficial encargado
del relevo de los centinelas
—Vio el
lancero apostado en el corral
algunos jinetes enemigos
explorando la orilla del bosque
El propio La Torre
interroga al centinela
reemplazado
Este le dice que unos diez jinetes
de la Guardia de Honor…
según lo demostraban
las negras flámulas de sus lanzas,
avanzaron hasta el morichal
a tiro de fusil del corral.
Se mantuvieron un rato
y despacio desaparecieron
en el bosque.
—“¡Señores oficiales, a sus
puestos!”
—dijo La Torre.
¡Lanceros, prepárense a montar!
¡Monten!
…se oyó un disparo de pistola,
seguido del estruendo
de los cascos de un caballo
que se acercaba a todo correr.
—Murmuró Rodríguez,
el sargento veterano,
apostado a derecha de la línea,
detrás de su capitán
—¡Han corrido a nuestro centinela!
…por el ruido de las herraduras
me atrevería a apostar
que ese no es un caballo llanero.
El lancero entró
en la
plaza a todo escape…
refrenó acercándose al escuadrón
y cuando pasó cerca de La Torre,
camino a retaguardia,
sólo dijo en voz baja
con verdadero laconismo
y serenidad castellanos:
—¡ya
vienen!
—“¡Firmes, muchachos!
¡Calen lanzas!”
y a la voz de La Torre
“se tendieron las lanzas al punto,
como cañas que se inclinan ante la
tempestad.”
Y hacia ellos avanzó el tropel
de una fuerte columna de caballería,
que al pisar el terreno despejado cerca del corral
se dividió en dos…
—Un destacamento torció a la
izquierda
en pos de la esquina cercana
a la
casa parroquial
con el encargo de penetrar en la
plaza
y el otro avanzó hacia la iglesia.
Sujeto todo a un tiempo,
dando ruidosos y entusiastas
¡vivas!
que redoblaron al ver a los españoles
aguardándolos en formación.
La Torre encargó a Bamóndez
atacar al pelotón de caballería
rebelde más próximo a él
y moviendo su propia gente
hacia la derecha
la condujo a rienda suelta
contra el enemigo
por el otro flanco de la plaza…
La carga dada por La Torre,
casi desbarató la línea contraria…
y como por mutuo acuerdo,
prescindieron de las lanzas,
y desnudando los sables,
emprendieron terrible melée.
…al pastuso lo encontró a medio
camino
el pelotón élite de la Guardia de Honor
guiado por propio Páez.
El choque se decidió a favor de los patriotas.
Don Ramón, junto con otros
realistas,
fue derribado de la silla por un
bote de lanza,
y sus jinetes sin capacidad de reorganizarse,
huyeron por el camino de San Fernando,
activamente perseguidos
por gran número de lanceros de la
guardia.
Páez —imitado por Carvajal
y algunos de sus acompañantes—,
puso a un lado la lanza
y avanzó, sable en mano,
hacia el lado opuesto de la plaza,
donde proseguía el
encarnizamiento...
Los dos viejos amigos, Castro y La
Torre,
se encontraban con frecuencia
e invariablemente se apartaban
al cruzarse los sables,
en solicitud de otros contendores.
con pena observaba Andrés Castro
la heroica resistencia de La Torres
respaldándose en la iglesia…
al lado del sargento Rodríguez
y protegidos por dos estribos del muro,
avanzaban de cuando en cuando
sobre los atacantes más cercanos,
para descargar uno o dos golpes
y volvían de nuevo a su abrigo
—¡Era todo lo que daban sus caballos
orinando sangre por sus heridas!
¡Y por segunda vez le tocó a Castro
interceder por un amigo en aprieto!
Giró la vista en busca de Páez,
y lo encontró dictando al secretario
un despacho para Bolívar…
Páez lo oyó con deferencia
y en el acto se dirigió
hacia donde sólo quedaba La Torres
—¡Retrocedan! —le ordenó a sus
llaneros
con un tono que paralizó la plaza
y avanzando solo le propuso cuartel
a cambio de rendirse La Torre
—don Ramón La Torre,
hijo del general La Torre
camarada de Andrés Castro—
así lo mienta Vowell
La Torre se detuvo un instante
y clavó las espuelas
en los ijares de su caballo
y volvió a levantar el sable
con sus acostumbrado grito
de ¡Santiago por el Rey!
pero el caballo ya sin sangre
tropezó con el cadáver del sargento,
y rodó de cabeza por el suelo.
y de un santiamén descabalgó
Perucho Gómez
y hundió su machete
en el cuerpo del oficial caído…
Achaguas volvió de nuevo
a poder de los llaneros…
tras breve descanso…
abrieron una gran zanja
en el cementerio,
situado detrás de la iglesia,
y en fosa común depositaron
a los perecidos en una y otra línea.
—toda huella de la ocupación,
¡borraron!
y como esperaban la llegada de Bolívar
y de otros jefes, prepararon
alojamiento
Vowell subraya
—Para la Oración
estaban ya barridas
la plaza y las calles principales
y borradas las manchas
de los muros del templo
—con ese esmero singular
de la mayor parte de los pueblos
del interior del país—
—todos los españoles atravesaron el
Apure,
—garantizó
a Páez el pelotón de la Guardia de Honor
Y Páez envió a Cunaviche a Silvestre
Gómez
a la cabeza de una reducida escolta,
por las familias emigradas
que pudiesen venir con ellos.
Y la más anhelada, la más esperada,
era La presencia de don Manuel Cuadras,
Cura de Guasdualito, ya que a consecuencia
de la excomunión de todos los rebeldes
no se había promovido ningún cura
para Achaguas,
desde la muerte del último párroco.
Los llaneros de Páez declinaron
a las comodidades
que pudieran hallarse bajo techo
y buscaron acomodo
en la sabana,
lejos de
todo abrigo
Bolívar manifestó al Jefe de los
Llanos
que no quería incomodar
a los habitantes de Achaguas
con la presencia de tropas
no bien
conocidas de ellos
y optó invernar
en las
aldehuelas del Alto Apure…
¡Agradecido los emigrados!
Reunidos en asamblea acordaron
no separarse hasta venir a Achaguas
y darle personalmente las gracias
al Jefe
de los Llanos
por su protección
y caballerezca
defensa
del
suelo nativo.
En Achaguas la afanosa tarea
de preparar las casas
por tanto tiempo abandonadas
se cruzaba con la construcción
de ranchos a orilla del río
y en el bosque vecino
destinados al alojamiento
de las familias de otras partes
Y A la entrada de la población,
en el camino que conduce a la pampa,
erigióse una especie de arco
triunfal,
formado de guadua y bejuco,
y cubierto con pencas de moriche
y festones de ramas de limón...
—de limón dulce —complementa mi tío
—la caravana de emigrados era
numerosa…
una semana antes transcurrió
al arribo del Arauca por Caujaral;
a una legua de Achaguas;
y los recibió toda la caballería
que los condujo en triunfo a la ciudad.
Los carabineros de Rangel
dispararon sus arcabuces
por el camino
a medida que hacían caracolear
sus
caballos
en torno a la jubilosa caravana
y las casi olvidadas campanas
volvieron a repicar alegremente
en el campanario…
—¡Lea un poco más despacio!
Permítame agarrar un poco de aire…
y se estrujó las lágrimas en el
rostro.
—Un
grito general de regocijo
brotó de la multitud reunida en la plaza,
viendo aparecer el venerable cura
en la misma ventana desde donde
les había hablado a menudo
su recordado antecesor…
Emocionado el cura
—los invitó a reunirse
aquella misma tarde
en la misma plaza
—A rezar
el rosario de la Virgen
en acción de gracias
En campaña siempre, Páez,
al lado de don Manuel Cuadras,
fue asimismo saludado
con frenéticas aclamaciones,
repetidas, tal vez multiplicadas
cuando dijo que en el corral
hay novillos en cantidad suficiente
para todos, beneficiados por orden
suya.
—los de Achaguas buscaron sus
hogares
llevándose consigo a sus compañeros de emigración,
a todos los cuales se les proporcionó alojamiento.
…resultó del todo imposible evitar
las lamentaciones de las dueñas de casa,
además del maltrato,
la completa desaparición
de muchos muebles familiares y valiosos
En campaña siempre, Páez,
les preparó un convite
y por la tarde se congregó para la oración
una muchedumbre tan numerosa
como nunca se había visto antes
en la Plaza de Achaguas.
Páez, en campaña siempre,
se ofreció como padrino de la boda
entre Andrés y su prima Juanita
celebrada antes
de la
dispersión
de los emigrados
y
Poco después Páez
reintegró al novio
la posesión de las tierras
próximas a San Fernando,
antes propiedad de su padre
Toribio Castro.
—Andrés continuó distinguiéndose
bajo las banderas del jefe llanero,
hasta que la patria fue patria
con la batalla decisiva de Carabobo…
—¡Caramba!
Fue muy poco lo que inventó
Gallegos.
Un par de culebrones salvados por el
paisaje
—Juanita Gómez, la “hermosa llanera”
y Andrés Castro, teniente de lancero
del ejército realista
con más apariencia de llanero
que de europeo
y en el otro caso
Luzardo, educado en Caracas
termina casado con la hija de Doña
Bárbara
pero con una enorme diferencia
los ojos Luzardo
son los
ojos de la civilización
pero los ojos del teniente
son los ojos de llano
que no quieren parecerse a España
sino ser llano
y todo lo del llano es superior
está a la altura de Europa
¡Esta fue la primera vez
que mi tío no me habló mal de mi
padre!
y me llevó al negocio de Magallanes
él optó
por un brandis
yo por una chicha y El Nacional
y más
tarde
me tomé la limonada
más sabrosa del mundo
me quedé viendo por un instante
el árbol de hojas de plástico
en la casa deshabitada de los
Magallanes
una hermosa quinta de mampostería
y no entendí porque la familia
prefería
vivir en la larga casa de barro de
la esquina
confundí el ruido de la planta
con el motor de una voladora
o de los zancudos en mis noche de
inviernos
en la 24 de julio
—Sólo en La Habana
una
bayamesa
de ojos triste
mi dio de beber la limonada
que yo no supe diferenciar
de la de los Magallanes
y una vez más comprendí
que no nací para ser feliz
cuando estoy en Achaguas
suspiraba por el mundo
y cuando estoy en París
a San Fernando lo encuentro
tan parecido
a París
y pienso en los botiquines de
Achaguas
y toda felicidad me abandona
El Aerobar… el Aerobar
es esa música que no deja de
trastornarme
Extraordinaria crónica Miguel tan embriagante como las chichas y las limonadas más sabrosas del mundo aquellas preparadas en Achaguas, por Reinaldo Magallanes, saludos.
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