Por tío Antonio, en el horizonte de mis sentidos,
creció un Rosa de Montaña
Madre plantó un Josefino.
El último lindero de mi casa,
el del fondo, que daba inicio a otra propiedad;
la siempre casa de mi infancia: un Caro-Caro.
La Ceiba la asocio con la cueva de algún horcado
La Acacia reparte el rostro de tía Alejandra
El Araguaney la fisonomía de un país
y el ruido de un Partido que nos enseñó al enfrentar a los Godos
Apamate, es decir, los días santos
Aquél, un Mata de Ratón. El de más allá un Merey.
Pomarosa es el mismo Pomagás: Tiene la forma del pino
me sucede con al Alelí, la voluntad de conjurar el mal
La palma, donde puedo vivir sin sobresaltos
El moriche, el árbol sagrado de mis parientes de miradas ausentes
Totumo, un hato, pero también el dormitorio de las gallinas
Guayabo, el centro del patio de la casa
mi lugar preferido
Mamón, la tentación de agredir la casa en las noches de lluvia
el temor de mi madre
El Samán, la posibilidad de lo fresco, debajo de un ripio de sol
manjar del ganado, el ruido del hacha.
Un libro agradable de Enrique Bernardo Núñez
Masaguaro, lo impercedero
el desafío de los tiempos
Laulerito, mi abuela y su hermana menor Ana Modesta
donde monté el primer caballo
Cedro, madera pulida
Caoba, que sirve también para madera
La carpintería de Cucú
en la calle que duerme a la izquierda del río:
Un hombre oloroso a caña clara
que mientras espanta la soledad
pule el corazón del Roble
Cedro, Roble, Caoba y Samán
Cucú con el pecho choreado de aserrín
Caucho, Belén de Magallanes
Belén, la que enseñó a un pueblo protestar
por el agua, la luz y el teléfono
Belén, diarios, revistas y suplementos
Belén, la pradera incendiada
Rosa de Montaña, o esa ausencia del monte lejano
Palodeagua, el botiquín más famoso de la Costa del río
la fiesta de Semana Santa
Javillo, mi escuela, la Teresa Hurtado
uno en la esquina, otro en la puerta de entrada
como dos guardianes obesos pegado a la tierra
de obligado respeto
Matapalo, lo bien plantado…
un pasaje de nuestras contiendas armadas
—Cuando yo coja este Mocho, los Barreto beberán leche si jincan un Matapalo.
Esto es la entrada del General Joaquín Crespo al Tinaco
la vía de las Galeras del Pao y la recta larga hacia el Baúl
pero también la entrada del círculo de mi infancia
allí donde tengo un río, el afecto, la calle eterna de mis carencias
un mujer que ante Dios cambia su vida por la mía
mi maestra, mis libros olvidados
y mi única novia que guarda el olor de la primera vez
el Tamarindo, la plaza Páez, el desfile de los Libertadores
la promesa del Centauro convertida en Nazareno de Achaguas
Caruto, Dividive y Merecure
el árbol de Navidad de los hogares pobres
la cerca de palos vivos y otros usos medicinales
el olor a Apure, otro semblante de los Yaruros
Almendrón, mi novia de niño
Cañafístula, otro agradable misterio
Coco: el otro lugar, cerca del mar, que conocimos por los almanaques
Corozo, Naranjo y Limón
del más allá, el horizonte en apariencia sin fin
lo infaltable en los patios
Níspero, Anón y Guanábana
abuela Rafaela, Herminia y Madre en sus 15 años
Riñón, Manirito y Manirota
las ofrendas del monte
la ambición de conocerlo todo de tío Antonio
sin cruzar el río: Guayacán, las tierras de oro
Donde vive mi madre, sembré un Mango
Mango quiere decir, el único árbol que planté en mi vida
Algarrobo, la estación a mitad de camino
entre el Diego Eugenio Chacón y el Lazo Martí
entre Achaguas y San Fernando
Josefino, el patio de mi maestra Ligia
mi madre en la batea
en flor, un josefino en flor,
el único retrato posible de mi madre
Ordeño la ausencia y se me reparte en árboles
toda ausencia la preside un árbol frondoso
y todo lo que yo amo tiene que ver con un árbol
Un árbol es lo que yo vengo a regalarte en este día
porque todo lo que tengo por bonito me remite a un árbol.