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Instrumental. Acompañado del Grupo Oro Venezuela |
Se me
dijo que murió Amado Lovera, “Uña de oro de Venezuela”, símbolo de nuestro
patrimonio viviente, símbolo de nuestro orgullo, de la tierra que lo vio nacer,
del sonido clásico que brota de las profundidades de nuestros llanos y de las
más profundas interioridades humanas del hombre de a caballo, curtido en la
soledad, de la que es baquiano y prefiere mentar íngrima, sin más alivio que el
corrincho de las 32 cuerdas del arpa para el más triste de todos los dolores.
Amado
le cumplió a los suyos y a Venezuela, y lo hizo con grandeza y decoro, con
entrega y pasión, con fervor, con tesón, con constancia, dentro de un círculo
de coherencia que se abrió recién salido de la adolescencia, cuando viaja a
Caracas y aquel muchachito no se dejaba intimidar con el tropel de las arpas ya
célebres; y desde entonces, comenzó a sonar por todos los caminos ¿Y qué es el
llano sino un camino ancho y largo?, una música única que conocemos por Amado
Lovera, una manera de tocar el arpa, como Amado tocaba la suya, una manera de meterle
corriente a un baile, que en las ciudades, caseríos y pueblos, se conoce
por Amado Lovera.
¿A
dónde no fue Amado Lovera con su arpa? ¿Dónde no estuvo? Del bosque de los
elegidos, de la morada de los dioses, al más modesto de los hogares de sus amigos
o compadres; de las gradas del poder, a las de las fiestas patronales de algún
caserío, de los estudios de grabación a las estaciones televisivas o radiales;
del hato o finca de algún ricachón al espacio soñado de enseñar el toque de
arpa.
Ni dos
ni tres en uno. No aspiró a tanto.
Amado y
su arpa. El arpista que jamás cambió su ocupación de arpista, a tiempo
completo, por otro oficio o quehacer. Ese fue el más grande de sus tesoros, el
más grande de sus amores, el único título que lo hizo feliz: “Amado, el
arpista”.
Enamorado
en un baile, tocaba como siguiendo el dictado de un Dios o las señas que le
deletreaba al horizonte; nadie, ni el cansancio de una noche entera, lo
separaba del arpa. Es que siempre dio gusto escuchar un arpa entre las uñas de
Amado Lovera.
Conoció
a los grandes arpistas del llano y entre ellos creció: Ignacio Indio Figueredo,
Juan Vicente Torealba, Juan Vicente Valera, Alfredo Tenepe, Cándido Herrera,
Eugenio Bandres, Eudes Álvarez, Hugo Blanco, Henry Rubio, Omar Moreno y Joseito
Romero, pero Amado no quiso parecerse a ninguno de ellos porque tenía el
encargo de ser Amado Lovera, el arpista de El Baúl, el gran Amado Lovera, que
homenajeo Reynaldo Armas en “Fiesta Cojedeña”.
Valentín
Carusí, cuando en la época de “Los copleros del camino”, el afamado autor de
“Palmaritales de Arauca”, lo escuchó en El Baúl, en la casa del prefecto Rafael
Herrera La Riva; y de allí salieron a hablar con los padres de Amado porque el
muchacho debía irse para Caracas. Vicentico Rodríguez, mejor que yo, puede
relatar cómo ese día lo despidió El Baúl; trajeado con el mismo flux de la
primera comunión.
Y con
ese viaje a Caracas, el andar incesante que fue la vida de Amado. Vino el
encuentro casual con Mario Suárez, a quien su conjunto de confianza le echó una
broma, compromiso de por medio, con un presidente que no andaba con vaina; y a
Suárez no quedó otra que aceptar la recomendación de Víctor Morillo, “El
Tricolor”, muy temeroso de la edad del recomendado; el muchachito que entonces
era Amado.
—Se las
toqué redonditas como Juan Vicente Torrealba se las tocaba, con los pelones de
aquél incluidos; recuerdo que Amado me completó el cuento una vez que hablamos
de eso. De la jornada, el muchachito Lovera salió con un Pecho é Caribe en el
bolsillo (50 Bolívares; un dineral en su momento) que le dejó caer el General
Pérez Jiménez y una amistad que hasta hoy se mantiene, un lazo de mutua
admiración, entre arpista y cantante.
En otra
ocasión, me preguntó Amado, qué cuando era el día, en que los cantantes de la
música del llano, le reconocerían a Mario Suárez, la singular hoja de servicio
en esta materia, de promoción y difusión, cumplida en el exterior,
específicamente en Cuba y México. Es otro de los reconocimientos que no se le
puede escatimar a Amado Lovera, el andar de su arpa fuera de la fronteras de
Venezuela.
El
cantar de Adilia Castillo siempre estará unido al arpa de Amado Lovera. Y con
el de Adilia, el de su comadre Magdalena Sánchez, inmensa entre los grandes. Y
con ellas, Héctor Cabrera, Lila Morillo y Alfredo Sadel.
Hombre,
de las grandes batallas de la resistencia cultural, de este conflicto entre
privilegiar lo de afuera y borrar lo que reclamamos nuestro; entre la Venezuela
indómita, que el maestro José Romero Bello nos enseñó a reverenciar, y la
dominada, sometida a los dictados imperiales.
Amado
cumplió con su tarea de no dejar morir de mengua la música del llano, de los
llanos; de la Venezuela de la soga y el caballo, de los caminos largos y la
palma. Tenemos mucho que ver con el mundo; pero también somos una
particularidad que es necesario conservar, lidiar, porque entonces ¿qué sería
la patria?
No
exagero si digo que en los peores momentos del extravío del poder y la
política, cuando en cambote los sectores dirigénciales del país se entregaron a
la horca insensible del neoliberalismo, Amado Lovera, desde el silencio, como
tantos otros hombres de la cultura, representó la patria… fue la patria cuando
todos se prestaron a la entrega… a silenciarla desde la radio y la TV. Y cuando
muchos se cansaron de pelear, él siguió en lo suyo imperturbable como sí se
tratara del pago de una promesa.
Si por
héroe, tenemos a los que se inmolaron por la fundación de la República de
Venezuela; no se me venga a decir, que tal calificativo no lo merece quien
vivió solamente para conservarla, para mantenerla de pie —porque en un
descuido se pierde—, para enaltecerla y siga siguiendo la cuna de
Bolívar, bebiéndose y promocionando —aunque agrio—, es nuestro vino, como lo
escribió Martí, los pilares de la venezolanidad o lo afirmativo venezolano.
Amado
era de ese linaje de hombres. Y como tenía razón exacta de su estatura, hizo de
la modestia su bandera y su rostro.
Se me
dijo que Amado ha muerto, pero yo tengo mis dudas.
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