—Papi, no te he dicho, por no causarte dolor, que en estos días durante la siesta, soñé con tu mamá.
—Cuénteme.
—¡Soñé que me regaló un gatito para que durmiera conmigo! Y yo dormía con mi gatito…
—¿Y cómo era el gatito? ¿De qué color era?
—Amor no me recuerdo. Los niños entran y salen del cuarto.
—¿Cuál es el cuento? ¿Qué recuerdas?
—El gatito si le daba la espalda, la golpeaba… tenía que dormir viendo a mi gatito.
—¿Le viste el rostro a mi madre? ¿Recuerdas algo? ¿Cómo la viste?
—No. Escuché las palabras con que me entregó el gatito.
—Nada más…
—Sí, desperté con la sensación del gatito en la cama… fue en la tarde y los niños entran y salen del cuarto.
—Pero no se te parece a ninguno de los vecinos.
—No, amor.
—Lo búscate debajo de la almohada.
—Fue en la tarde. Me desperté con la sensación…
—¿Y no revisaste por debajo de la cama?
—No. El gatito me daba sutilmente en la espalda y yo tenía que voltear.
—¿Y en el baño? ¿No estaría en el baño?
—Los niños entran y salen del cuarto. Tú sabes como es una cuando interrumpen la siesta.
—¿Cuál es entonces la historia?
—Tu mamá me regaló un gatito. Debía dormir viéndolo. Al voltear dejaba caer la mano, la patita delantera, con todo su peso, sobre la espalda: la golpeaba delicadamente como se toca una puerta.
Me desperté con la sensación del gatito en la cama.
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