De algunos árboles

miércoles, 11 de enero de 2012

Los olvidos

Existen dos tipos de olvidos. Y son de fácil reconocimientos. Uno el espontáneo, el que no duele, se presenta y ya; llega como la lluvia pero sin anunciase, o más bien así como desaparece la luna, borrando a su paso todo lo que tenga que borrar: es el que no deja ninguna marca, no martiriza a nadie, se presenta y uno no se da cuenta. Está el otro, el forzoso, el que obligadamente se pretende que existe fuera de tiempo que le corresponde. Es el inducido, el doloroso, el que el olvido detesta y se niega a otorgarle la condición de huésped… el que se busca y se procura al precio que sea. El no aconsejable, el que sostiene la más infame de las fachadas de la odiosa felicidad. Es un engañoso acto de liberación.
Los amorosos saben olvidar, dar la batalla; no son cobardes.
Quienes pretenden un olvido voluntario, inducido, forzoso, no conocen el amor, no saben olvidar.
Todo gran amor requiere de una y otra batalla, así como el largo proceso de formación de la patria, como se lidia a un país.
Cuando leyeron mi taza de café, se extrañaron de la longitud de mi esperanza: —No sabemos, señor, la que aquí se asoma lo puede todo.

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