¿Me gusta éste cielo? ¿Cuánto de este territorio cabe en poema? Allí la cabeza del monte hace una línea. Abajo la tierra bajo el manto de la noche. Arriba, esa rosa blanca, sumergida dentro del oro de la otra. Son cartas de las barajas que me jugaré por siempre en mi escritura. Una legua de calma, un gesto de lo ingrimo, el susurro de lo tranquilo, un rostro del reposo, ¿hasta cuando la mirada de la llanura escrita dirá otra cosa? El tropel pasó, siempre pasa, lo esencial queda, ¿lo agreste de la copla puede abarcar este instantes de inmensidad? ¿Quién dirá las palabras inmoviles del himno de la calma y la inmensidad?
El reposo tiene cara de olvido.
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